20 de mayo de 2016, se cumplen 8 años del fallecimiento del último gran aventurero que nos ha dado nuestro país. Comenzamos hablando de historia de los viajes trayendo una figura casi mítica que encarnó el arquetipo del héroe; un hombre que comenzó siendo atleta olímpico español, pasó de ser reportero de guerra de RTVE a documentalista de viajes históricos y acabó como líder de una expedición socrática para jóvenes del mundo en conmemoración al quinto centenario del descubrimiento.
Miguel nació en el Madrid del año 1932, en tiempos de la II República, aunque su linaje siempre fue vasco-navarro por sus raíces familiares. Y él siempre se definió a sí mismo como un giróvago, es decir, aquellos monjes cristianos que el cristianismo primitivo definió como viajeros errantes, una especie de nómadas cuya misión vital era deambular sin rumbo. No obstante que actualización más estoica, dejándose llevar por la providencia y por el fluir de las cosas como la metáfora del rio del filósofo griego Heráclito, para la obtención de conocimiento y el descubrimiento de uno mismo en el mundo.
Podríamos hablar muchas cosas de él, tantas que se podría hacer una columna dedicada en exclusividad. Sin embargo, esta vez traeremos humildemente su legado.
Fascinación por Hispanoamérica
La conexión de Miguel con el “Nuevo Mundo” no es ajena, no es cualquiera, pues viene desde hace unos trescientos años. Desciende curiosamente Juan Francisco de la Bodega y Cuadra, un almirante de la armada española del siglo XVIII que tras haber nacido en Lima e hijo de vascos, se formó como militar naval para realizar expediciones de reconocimiento hacia las costas noroestes de Norteamérica. Con este legado, su iniciación aventurera comenzó en Chile, donde tras haber participado en los juegos iberoamericanos de 1960, partió hacia la isla de Pascua del Pacífico, donde impregnado por los restos arqueológicos de la zona como glifos en piedra y los famosos moaís, decidió por primera vez documentarlo todo con una videocámara. Posteriormente, acabaría viviendo tres años en la jungla amazónica que lo marcaría para siempre, donde llevó a cabo importantes trabajos antropológicos e incluso botánicos para entidades estatales como la colombiana sobre la vida cotidiana de las poblaciones étnicas de la cuenca. Volvería en repetidas ocasiones años después, con mujer e hijos inclusive. En parte y gracias a todo ello, incluso el Museo de América de Madrid decidió realizar en el 2019 una exposición temporal para conmemorar su figura y su obra, trayendo al público algunas de las piezas artísticas y arqueológicas que consiguió ir coleccionando a lo largo de su vida.
La Ruta Quetzal
Sin duda su gran viaje fue Ruta Quetzal, la última gran aventura que creó escuela – nunca mejor dicho – e hizo que formase parte del imaginario colectivo hasta nuestros días. A raíz de la celebración del quinto centenario del primer viaje de Colón hacia las Américas en 1492, surgió un ambicioso proyecto de viajes de intercambio a modo de expedición que empezó llamándose Aventura 92 para llamarse posteriormente Ruta Quetzal – en honor de la que quizás sea la especie aviar más hermosa del continente americano – y que duraría hasta su muerte. Hoy, continua dicha iniciativa de la mano de su sobrino Telmo Aldaz de la Quedra-Salcedo, bajo el nombre de España rumbo al sur.
Durante varias décadas, miles de generaciones de una cincuentena de naciones pasaron por esta experiencia viajera de exploración, aventura, formación y convivencia. Al final, su gran proyecto buscaba ilustrar y reivindicar las profundas relaciones de ambos continentes y sus grandes civilizaciones, las cuales han configurado nuestra identidad actual.
Un viaje entre España e Hispanoamérica de una duración de dos meses donde se intercalaba la historia y la naturaleza, una experiencia iniciática para aquellos que deseaban enrolarse la mochila para conocerse a sí mismos y proyectarse hacia el cosmos; más allá de la decadencia materialista y nihilista de la modernidad. Pues al final, el viaje iniciático ha sido realizado por todos en todas las épocas para olvidar todo lo que sabe y aprender de nuevo, como diría el filósofo Sócrates. En el viaje de la vida uno descubre que siempre el que cambia es uno mismo, cuando se regresa a los lugares visitados.
Como dijo el bueno de Miguel: «siempre el exceso de equipaje ha de ser libros que ilustren el lugar visitado, para que el viaje sea más interesante y quede un poso para poder recodarlo mejor«.