Ni una sola democracia avanzada en todo el globo terráqueo ha reconocido explícitamente la victoria de Nicolás Maduro en Venezuela. Ni siquiera aquellas donde gobiernan zurdos sin decencia como López Obrador en Méjico, Gustavo Petro en Colombia o Gabriel Boric en Chile.
Sin embargo, esto realmente no significa absolutamente nada, ya que al “gorila bigotudo” poco le importa lo que digan aquellos que no piensen como Zapatero. Por otro lado, los países que sí han reconocido la victoria del tirano son de la talla de Irán, Namibia, Rusia, Libia o Qatar. Bueno, y parte del Gobierno de España, al menos en un principio.
Pero lo verdaderamente importante aquí es lo que piense el ciudadano venezolano, aquellos que han sufrido el exilio de ocho millones de compatriotas, quienes han visto la economía caer más de un 75% en la última década, y que han visto cómo 1 Bolívar de 1999 equivale a 11.955.755.477.393 hoy. Son ellos los que tienen que decir basta.
El problema que tienen es que ese “basta”, no se traduce en postear alguna foto bonita en Instagram o una frase épica en Twitter, ni siquiera vale con acudir en masa a las urnas. Lamentablemente, en Venezuela gobierna desde hace mucho tiempo un tirano, un hombre que se cree por encima de las leyes morales, que piensa que su poder es inquebrantable y que cualquier oposición puede ser sofocada a través de la violencia y la represión.
Sólo existen tres escenarios posibles ante la situación actual del país hispanoamericano. El primero, el menos deseable, es una guerra civil. Un conflicto armado entre la sociedad civil y los chavistas respaldados por el ejército, una guerra en la que, sin duda, no habría vencedores. La chispa que podría encender esta guerra podría surgir en cualquier momento, y Maduro, en su desesperación por aferrarse al poder, no dudaría en avivar las llamas del conflicto, llevando a la nación a una mayor devastación. El segundo, el más deseable, es que este tipo salga con los pies por delante o exiliado en alguno de sus países aliados. Esta salida podría abrir la puerta a un nuevo comienzo para Venezuela, permitiendo al país empezar a sanar y reconstruir su futuro.
El tercer escenario, el más temido, es que nada cambie. Que los venezolanos continúen sufriendo bajo el yugo del chavismo, tragándose otro lustro de opresión y miseria. En este escenario, la desesperanza y el sufrimiento se perpetuarían, con el régimen de Maduro avanzando en su ciclo de corrupción y represión. Vamos, alargar el sufrimiento para acabar en el primer escenario.
Pero, sin duda, son los venezolanos, quienes viven en carne propia las tragedias del socialismo bolivariano, quienes deben decidir por qué futuro quieren luchar. Ningún trono es eterno cuando la justicia empuña la espada. La historia ha demostrado que la tiranía no puede sostenerse para siempre. La lucha por la justicia y la dignidad es un proceso arduo y lleno de sacrificios, pero es una lucha que debe ser librada con valentía y determinación. Es el momento de que el pueblo venezolano decida si permanecerá bajo la sombra del tirano o se levantará para reclamar el futuro que merecen.