En pleno auge de una psicosis política que deja la moral por los suelos –la ética y el ánimo, pero sobre todo la ética–, hay males mayores que, sin embargo, acaban pasando por menores.
Digo, cuando la degradación es total, y hasta quienes nos representan –porque nos representan– son espejo de lo peor, ya nadie ni nada se salva, todo es lo mismo y da igual todo. En medio de la debacle es difícil percibir lo que está mal, porque casi todo está mal. ¿Qué más da entonces quién hace qué y por qué?
Pues a mí me da, y en ese batiburrillo de barbaridades en el que estamos ahora hay una en particular que me toca de cerca –no diré lo que me toca y diré que me toca de cerca–, por influencer, pero sobre todo por padre: la sobreexposición y explotación de los niños en redes sociales.
Llamarlo de otra manera sería mentir. El influencer que saca a sus hijos en sus redes sociales potencia su interacción, sus comentarios y sus visualizaciones; y con ellos, el alcance de su actividad; y con ellos, el dinero que una marca está dispuesta a pagar por sus publicaciones. Simplifico: el influencer que saca a sus hijos en redes sociales los convierte en una vía de ingresos, en un recurso monetario, en una mercancía de canje y en una herramienta de trabajo. Simplifico todavía más: el niño sale en redes porque es muy mono, pero acaba convertido en mono de feria.
«De toda la vida, se le ha llamado explotar»
A esto, de toda la vida, se le ha llamado explotar, porque es en provecho propio –de los padres influencers–, pero en ningún caso de los hijos, la otra parte implicada. Si se lo pregunta, piense qué beneficio puede sacar un niño de airear su vida a diario entre cientos de miles, entre millones de desconocidos. En más de una ocasión hemos llegado a verles nacer en directo –a un parto se le saca un pico– y, cómo no, hemos asistido a sus ingresos hospitalarios –la pena siempre vende bien–.
Piense qué obtiene un niño de ser expuesto ante miles de pares de ojos anónimos en la intimidad de su hogar, uso del orinal incluido. Piense qué obtendrá ese niño cuando tenga uso de razón, sea mayor y exista un registro pormenorizado de más de una década de su vida a disposición y libre uso de todo el mundo.
Durmiendo, comiendo, jugando, riendo, llorando… la infancia de un niño convertida en un contrato de colaboración pagada y en contenido descargable para terceros. Algunos pensamos que hacer dinero del trabajo que se lleva a cabo en redes es lícito –hay que pagar facturas, hay que comer, etc.–, pero, ¿hacer dinero con la vida de un niño que no conoce ni comprende las implicaciones y consecuencias de ser visto y comentado?
Los influencers de lifestyle dirán que viven de mostrar su vida en redes, y que su vida incluye a los niños. Pero, ¿no se puede vivir suficientemente bien sacándolo todo menos a los niños, si acaso mencionándolos, pero no mostrándolos?
A las malas dirán que están en su derecho, que ejercen su patria potestad. Habría que verlo: esta siempre se ejerce en interés de los hijos y con respeto a sus derechos y su integridad física y mental (art. 154 y 155 del Código Civil). Yo digo que, en realidad, a los influencers les da igual todo esto –lo saben, pero les da igual–, y hasta duermen bien por las noches –el dinero que hacen a costa de sus hijos sigue fluyendo–.
Sea como fuere, el resto estamos en nuestro derecho de denunciarlo, de pedir responsabilidades a quienes sirven a otros de ejemplo y modelo. Con el impacto social, viene la responsabilidad social. Se habla tanto de vulnerabilidad y consentimiento… ¿qué hay entonces de la sobreexposición y explotación comercial de los niños en nuestro país?
2 comentarios en “Los hijos de los influencers”
Excelente columna bookbro! Saludo desde Argentina!
A ver cuándo llega el momento de que se regule mejor la exposición de menores en redes sociales. La verdad es que los padres influencers que viven a costa de enseñar a sus hijos hasta desayunando me parecen el colmo de lo patético.