Hércules

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13 Oct 2024
13 Oct 2024
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El mito de las manzanas doradas: en el jardín encantado

Las frutas de oro son características de los dioses inmortales o que por lo menos parecen conferir los dones que les son propios

El undécimo trabajo de Hércules se acerca a los límites del paraíso original, en un más allá utópico que se encuentra allende el tiempo y el espacio. Se trata de la visita al jardín, encantado de las Hespérides, situado en el extremo occidental del mundo conocido, allí donde se pone el sol. En el reino del Poniente, que no otra cosa quiere decir Hesperia, se localiza este lugar mágico, que recuerda a un huerto o jardín cerrado (hortus conclusus) arquetípico donde está la pureza y la felicidad. Sobre la ubicación de este mágico jardín donde las doncellas –y su dragón– guardaban un árbol con manzanas de oro ha habido mucha discusión desde la noche de los tiempos. En todo caso, parece que está en el límite entre el mundo ordinario y el mundo especial del más allá. Este se marca con un edén en los confines de la realidad cargado de tesoros. Decepcionado por la ayuda que había recibido Heracles en otros trabajos, Euristeo le encargó otros más, cada vez más sobrenaturales, en la frontera con la otra realidad.

Hay un aura magnífica que rodea todo este tipo de jardines encantados de la mitología. El jardín original del que desprenden los seres humanos después de una felicidad primordial que ya nunca se ha vuelto a encontrar aparece en muchas mitologías, desde, por supuesto, el mítico jardín del edén en la Biblia. El Génesis abunda en la descripción de este lugar anterior al tiempo que data de la época inmediatamente posterior a la Creación. Los jardines de toda índole aparecen en las mitologías, desde la nórdica a la eslava y la china, jalonados por árboles frutales que están encargados de deliciosos y sazonados frutos. Estos proporcionan una alimentación sobrenatural a sus moradores que les da sabiduría (el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, del que comen Adán y Eva) o inmortalidad (el Melocotonero de Sun Wukong). Las frutas de oro son características de los dioses inmortales o que por lo menos parecen conferir los dones que les son propios. Nos recuerdan constantemente a los motivos del cuento popular, con jardines cargados de manzanas de oro y hollados por animales también áureos, como los pájaros de oro de los cuentos rusos.

Parece que toda esta sobreabundancia áurea, que conocerá Hércules en su trabajo, evoca el viejo mito de la edad de oro. Hubo un tiempo y un lugar en que el ser humano fue feliz y libre de preocupaciones. Era eternamente joven y no enfermaba, no tenía que trabajar –como diría el texto bíblico “con el sudor de su frente”– ni tampoco había generación humana por medio del doloroso parto. El mito de la edad de oro es antiguo, está en los textos sagrados del hinduísmo y en Hesíodo, y refiere contextos paradisíacos de muy diversa índole. Es posile asociarlo a este jardín primordial de las Hespérides. Supuestamente estaba en los confines de las columnas de Hércules, que separan Europa y África, en la mítica Iberia. Cerca de este vivía el titán Atlas, que da a nombre de las montañas que hoy se encuentran en Marruecos, único ser capaz de acercarse al jardín de esas doncellas, cuyos frutos tenía que conseguir el héroe Hércules, que parece más bien un personaje del cuento de hadas.

El jardín está en paradero desconocido, así que el héroe debe marchar al azar desde el Peloponeso pasando por lances diversos: ya en Macedonia encontrará a un bandido al que da muerte para liberar a los viajeros. Luego habrá de capturar al “viejo del mar”, quizá el famoso Proteo que aparece en Homero, aunque también se le identifica con Nereo, quien le guiará en sus pasos. Pasa por Egipto, donde tiene una aventura con el Rey Busiris, que comentaremos en otra ocasión, para al fin llegar a la Hesperia. No puede conseguir solo el acceso al jardín, así que engaña al gigante Atlas para que robe estas manzanas, burlando o matando al dragón que las guardaba. Hércules lo convence ofreciéndose a sujetar en su lugar la bóveda celeste que el titán estaba condenado a sostener eternamente. Cuando Atlas obtiene las manzanas ya no quiere volver a ocupar su lugar y Hércules le pide que sostenga el cielo un momento para ponerse la capa más cómodamente. Cuando lo hace Atlas, con tan simple engaño (típico también del cuento es el gigante corto de luces), Hércules se escapa con todas las manzanas. Otros muchos mitos griegos contienen manzanas doradas, como el Atalanta y el de la Eris.

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