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27 Oct 2024
27 Oct 2024
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La Modernidad según la lógica del parricidio

En qué momento la civilización que hizo de lo sublime un motivo épico ha acabado sepultada? La realidad ha sido sustituida por una imagen perfectamente diseñada de la misma: nos adentramos en el universo virtual de la Matrix

Fotografía de Istockphoto

En la primera parte de La legitimación de la Edad Moderna (1966), Hans Blumenberg disecciona la idea de que la Modernidad ha sido creada a partir del rechazo a la Antigüedad. Resumiendo su postura en exceso, podemos reunir algunos de los argumentos más arriesgados que el alemán dispone por medio de la autopsia de una «retórica de la secularización» en sus ámbitos fundamentales. Escribe Blumenberg: «La Edad Moderna fue la única y la primera en entenderse a sí misma como una época y, con ello, ha contribuido a crear las otras épocas. El problema de la legitimación estaría latente en la pretensión de la Edad Moderna de llevar a cabo una ruptura radical con la tradición, así como en la desproporción de esa pretensión respecto a la realidad de la historia, que nunca puede comenzar de nuevo desde cero».

Todas las tradiciones que el moderno sicofante de la Academia engloba hoy por hoy bajo el epígrafe de «Antigüedad» o incluso «Pre-Modernidad» presentan un rasgo común: no han sido bendecidas por el beso beatífico de la sacrosanta Razón. La Modernidad se muestra, entonces, como esencialmente parricida, al catalogar las distintas épocas históricas según un espurio y maniqueo pedigrí cientificista, para en último término colocarse ella misma al término de todas, a modo de colofón, síntesis y sobre todo superación de las anteriores. El pensamiento inane de la Edad Moderna se basa en una contradicción que nosotros nos atrevemos a denominar como “suicida”, por cuanto busca revolverse contra aquello sobre lo que previamente se ha constituido.

Describiendo esta misma lógica «parricida» (o incluso «deicida»), encontramos que existen tres profundos cortes formulados desde Occidente que atentan gravemente contra sus propios valores tradicionales. En ellos se fundamenta la Modernidad, que Charles Baudelaire definió con acierto como un «flujo», por eso mismo opuesto por entorno al ideal de lo eterno: el primero es la Reforma luterana, de 1517; el segundo se compone tanto la Revolución Francesa, de 1789, como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en 1776; y el tercero es la Revolución apolítica posterior al Mayo de 1968, ramificada en dos vertientes: la económico-liberal y la cultural-progresista. Su dominio todavía sigue vigente, a pesar de que hayamos entrado en un estadio posterior al del mal llamado «mundo WOKE», integrados por fin en lo que hemos dado en llamar, tras los pasos de Jean Robin, como un IV Reich.

Regreso al pasado, retorno al futuro… Tras el humanismo aristocrático nacido del Renacimiento, las revoluciones masónicas y de carácter liberal-burgués de los siglos XVIII y XIX ejecutaron el asesinato planificado de la casta aristocrática (que en ese momento representaba todavía, en contraste con nuestros actuales líderes, un lejano eco de la confluencia entre dos castas de origen indoeuropeo: la sacerdotal y la guerrera), para a cambio imponer un Nuevo Orden Mundial de signo milenarista, que ha terminado derivando en el actual gobierno oligárquico de los idiotas. El declive de los individuos supuso ya entonces el arranque de la tiranía de la masificación.

Con la burguesía nacida de la Segunda Guerra Mundial en adelante, por completo entregada al culto nihilista del vacío y amparada en las teorías de todos los epígonos posmodernos del materialismo, por fin ocurrió que se terminaron los valores de esa otra burguesía anterior a los dos grandes conflictos armados que destruyeron Europa. Podemos decir, en consecuencia, que con la disolución del Imperio Austrohúngaro terminaron de aniquilar ese «mundo de ayer» recreado con brillantez por la pluma de Robert Musil, Elías Canetti, Joseph Roth y tantos otros escritores tan celebrados en la actualidad por “expertos” como en el fondo relegados al cementerio del olvido.

Al humanismo renacentista e iluminista le ocurrió que, tanto en su vertiente racional-cientificista como en su vertiente ideal-ocultista, le acabó derrotando una corriente más vulgar, más pedestre si cabe, incluso puede que más efectiva: el liberalismo como teología final del logos financiero. Y como el asesinato del Padre es el signo más característico de lo moderno, al liberalismo se le enfrentó a su vez, tras el fracaso del romanticismo y entrados ya en los primeros compases del siglo XX, tanto el socialismo soviético como el fascismo italiano (sin olvidar al nacionalsocialismo, que Alexander Dugin incluiría dentro de «la Tercera Teoría Política»), en lo que constituyeron sendas tentativas fallidas de reacción anti-liberal, hasta terminar desembocando en un capitalismo transnacional que propone el desarraigo como modelo existencial extrapolable a casi todos los ámbitos de la vida humana y de la política mundial. Engendrando así la actual realpolitik que estos días nos empuja con despiadada indiferencia hacia una cada vez más tangible Tercera Guerra Mundial.

La satánica deconstrucción que del Renacimiento en adelante había operado exteriormente devino interior. En los últimos compases epocales antes de ese cliché tan familiar como en el fondo misterioso que es el Apocalipsis posthistórico, la Modernidad ha negado sus propias bases al destilar un posthumanismo que resulta del todo antihumanista… Y que incluso podría decirse que es anti-humano, porque la Revolución moderna, antes que religiosa, política, moral o epistemológica, siempre ha sido antropológica. Por eso decimos que los tres cortes históricos a los que hemos hecho mención suponen las mayores muestras de ingeniería social sobre lo humano que ha habido en el Mundo Moderno. Su trasfondo, no lo duden, es ritual. Son escenificaciones perceptibles de la Historia cuya lógica soterrada, tan parricida como luciferina, resulta evidente a ojos de cualquiera que esté verdaderamente despierto.

¿En qué momento la civilización que hizo de lo sublime un motivo épico y de la Verdad, la Bondad (y, sobre todo, la Belleza) sus valores fundamentales ha acabado sepultada? La realidad ha sido sustituida por una imagen perfectamente diseñada de la misma: nos adentramos en el universo virtual de la Mátrix donde la mayor certeza de nuestro tiempo es que un desarraigo total, tan desértico como el augurado por Friedrich Nietzsche, ha comenzado a crecer en el interior del hombre, ya que en apenas unas centurias se ha efectuado un cambio espiritual de dimensiones escatológicas. La posmodernidad y sus aledaños inmediatamente posteriores no suponen otra cosa que un retorno invertido a una Edad de Oro simulada: es la cumbre de la Torre de Babel. Ya sólo queda aguardar la Caída, al menos hasta el regreso de los dioses en el exilio.

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