El pasado lunes arrancó el Foro Económico Mundial de Davos, donde se reúnen algunos de los principales líderes políticos y empresariales del planeta. Y, como todos los años, la cita en cuestión coincide con la publicación de un informe elaborado por Oxfam en el que se denuncia el crecimiento de la riqueza que experimentan los multimillonarios, en comparación con el resto de la población y, muy especialmente, con las dificultades que atraviesan los más pobres.
Su objetivo consiste en reflejar una creciente y negativa desigualdad entre ricos y pobres, dando a entender que la mayor riqueza de los primeros se debe a la mayor pobreza de los segundos, para, a continuación, justificar un mayor grado de intervencionismo e injerencia por parte de los estados, con más regulaciones e impuestos.
De este modo, Oxfam destaca en su último informe que el número de milmillonarios ha subido hasta un total de 2.769 en 2024, unos 200 más que el año anterior, mientras que su riqueza conjunta ha alcanzado los 15 billones de dólares, unos 2 billones más que en el ejercicio previo. Asimismo, los 30 milmillonarios españoles incrementaron su patrimonio un 20%, hasta los 185.000 millones de euros.
Por el contrario, la población que vive en situación de pobreza se mantiene más o menos intacta desde 1990, según dicha organización. Llegados a este punto, Oxfam, como siempre, insiste en robar parte de esas fortunas mediante subidas de impuestos para, en teoría, mitigar esa creciente desigualdad, además de eliminar los “paraísos fiscales”.
La cuestión es que, a pesar de la notoria difusión que recaba dicho documento, lo cierto es que está lleno de trampas estadísticas y falacias narrativas, sin ningún sustento real. El Instituto Juan de Mariana desmonta los principales engaños en su último informe, bajo el título La desigualdad, en España y en el mundo. Entre otros errores, Oxfam se apoya en la lista de multimillonarios de Forbes y los informes sobre la riqueza de Credit Suisse, pese a que emplean metodologías muy distintas, arrojando así resultados inconsistentes.
Para empezar, el cálculo sobre las fortunas privadas se basa en estimaciones. Y los datos que ofrece Credit Suisse se refieren al patrimonio neto, es decir, la suma de activos menos deudas, lo cual arroja conclusiones absurdas. No en vano, esto significa que un universitario estadounidense que haya acumulado una elevada deuda para completar sus estudios o un europeo que se haya comprado una casa con hipoteca serían más pobres que un campesino africano cuyo endeudamiento sea cero.
Por si fuera poco, Oxfam valora el patrimonio financiero de los más ricos según el precio de mercado de sus activos cotizados, asumiendo que la subida en bolsa de una empresa se traslada de forma automática y en igual proporción a la fortuna personal de su dueño. Pero no es cierto, puesto que dicha ganancia no se materializa hasta que se venden las participaciones, de modo que ese supuesto enriquecimiento sólo es teórico. Y todo ello sin contar que muchas de las deudas que acumulan esos millonarios tampoco se reflejan, dado que no suelen ser datos públicos.
Otra trampa habitual consiste en seleccionar a los más ricos, sin importar quién compone realmente dicha lista, dando a entender que son los mismos, cuando los cambios son muy sustanciales a lo largo del tiempo. Elon Musk, por ejemplo, no figuraba ni siquiera entre las 40 personas más ricas del mundo hace apenas seis años, mientras que hoy es el hombre que lidera dicho ranking.
Lo más grave, sin embargo, más allá de estas evidentes deficiencias metodológicas, es que Oxfam oculta de forma deliberada la realidad que no le interesa para, de este modo, seguir criticando abiertamente el capitalismo, que es de lo que se trata. Así, por ejemplo, oculta que la desigualdad de ingresos cae de forma constante desde hace décadas, hasta el punto de que en la actualidad se sitúa en su punto más bajo a nivel global. O que la desigualdad de riqueza también ha caído a nivel mundial en el último siglo debido al fuerte crecimiento experimentado por los mercados emergentes.
Y no sólo hay menos desigualdad, sino que el mundo nunca ha sido tan rico como hoy. La pobreza extrema alcanza mínimos históricos, afectando al 8,6% de la población, frente al 38% de 1990 o el 90% de 1820. Mientras que la renta per cápita media a nivel mundial supera los 16.000 dólares al año en términos constantes, más del doble que en los años 90. El aumento de la población, de la esperanza de vida y de la alfabetización también reflejan una mejora sustancial en las condiciones de vida. La humanidad, por tanto, vive su mejor momento, a pesar de todos los problemas y dificultades existentes.
Por último, pero no menos importante, los datos demuestran que el intervencionismo estatal, lejos de reducir la desigualdad, obstaculiza la innovación, el desarrollo y el bienestar, de modo que no es la solución, sino el problema.