A lo largo de su campaña presidencial, Donald Trump aseguró en repetidas ocasiones que pondría fin a la guerra entre Rusia y Ucrania de manera casi inmediata, incluso antes de asumir formalmente el cargo. Sin embargo, una semana después de haber jurado como presidente, esas afirmaciones parecen más una estrategia electoral que una realidad política.
Durante su discurso de investidura, Trump evitó mencionar el conflicto directamente, lo que marcó un contraste con sus declaraciones previas, en las que prometía resolver la situación en apenas 24 horas. Su equipo, liderado por figuras como el enviado especial Keith Kellogg, ha optado por suavizar las expectativas, solicitando un plazo de 100 días para intentar establecer negociaciones de paz.
Por ahora, las acciones del mandatario se han limitado a amenazas de nuevos aranceles contra Rusia, en un intento de ejercer presión económica. Sin embargo, estas advertencias no parecen tener un impacto significativo, dado que las relaciones comerciales entre ambos países ya están prácticamente paralizadas por las sanciones impuestas desde 2022. Desde Moscú, el gobierno de Vladímir Putin no se ha mostrado sorprendido por estas declaraciones, reiterando su disposición a dialogar si Washington envía señales claras al respecto.
Política exterior ambigua
El nuevo gobierno de Trump enfrenta también tensiones internas en su manejo del conflicto. Su secretario de Estado, Marco Rubio, ha sido un crítico de la estrategia de su antecesor, Joe Biden, y ha señalado que buscará un enfoque más pragmático. Rubio ha indicado que se necesitarán concesiones tanto de Ucrania como de Rusia, subrayando que restaurar las fronteras previas a la invasión no es una opción realista.
Por su parte, el vicepresidente JD Vance ha planteado una propuesta que permitiría a Rusia conservar los territorios ocupados y establecer una zona desmilitarizada entre ambas naciones. Este enfoque, alineado en gran medida con las demandas de Moscú, busca evitar una mayor escalada del conflicto, aunque supone un desafío significativo para Ucrania, cuyo presidente, Volodímir Zelenski, ha insistido en que la paz debe garantizar la seguridad y soberanía de su país.
Zelenski, aunque abierto al diálogo, ha condicionado cualquier negociación a la obtención de garantías de seguridad sólidas, preferiblemente bajo el respaldo de tropas estadounidenses. Desde Kiev, consideran que ninguna fuerza europea tiene la capacidad de disuasión necesaria para contener una posible agresión futura. A pesar de estas demandas, el gobierno ucraniano mantiene un tono diplomático, dejando la puerta abierta a posibles avances bajo la mediación estadounidense.