«Al contrario de la imagen que pueden darle en las clases de historia, la corona medieval llegó a ser el escudo de los indefensos contra los poderosos.»
Esto no pretende ser ningún baluarte en defensa de la monarquía, ni ningún tipo de blanqueamiento o chovinismo sobre la institución real. Pero acertado es, incluso necesario si lo prefieren, resaltar el valor que la realeza ha dado en la historia de nuestro país. Entender su función es también conocer quiénes somos y de dónde venimos. Hace 802 años, en la noble ciudad de Toledo del 1221 nació el 23 de noviembre Alfonso X; hijo de Fernando III, el que conocido como “el Santo” enfocó su vida en la defensa de la Cristiandad en pos de la lucha contra el Islam.
Su hijo ostentaría otro título, uno alejado del marcado carácter militar de aquellas centurias: “el Sabio”. Y sabio fue, pues Alfonso quiso hacer del reino de Castilla un reino de armonía amparado en ser la encarnación y paladín de lo que en Dios está: que es toda sabiduría, virtud y grandeza de alma. Una de sus máximas facetas fue la de ser un rey legislador, y de ahí la creación de un patrimonio castellano ciertamente olvidado: el Honrado Concejo de la Mesta, una asociación formada por pastores del pueblo llano para protegerse del abuso de la nobleza.
Han leído bien, el Rey Sabio atentó contra los intereses y abusos de una nobleza privilegiada amparada por la legislación de aquella época; los fueros. Así pues, en obras como el código de las Siete Partidas, se buscó cohesionar el reino ante las legislaciones que atomizaban sus distintas comunidades sociales.
Otra fue la de historiador, con la redacción de Estoria de España, un compendio que buscaba la proyección historiográfica y de identitas de su pueblo. Es decir, su posición y conciencia en el mundo como pueblo hacia un proyecto político-civilizador. Por no hablar de su faceta poético-cultural, con la redacción en gallego de las Cántigas de Santa María en base a recopilaciones de cuentos, narraciones y canciones populares entorno al culto de la Diosa; así como su labor como protector de la naturaleza para la conservación del entorno, frente a pena de ley en pos de garantizar y proporcionar un uso fundamental de los recursos naturales para la comunidad.
El Rey astrólogo
En el llamado fecho del imperio, Alfonso buscó el título imperial como heredero del Sacro Imperio Románico Germánico, y en su búsqueda de la armonización del ser con
el orden cósmico (lo que los hinduistas conocen como dharma) fue esencial la explotación y desarrollo de la Escuela de Traductores de Toledo.
Así, el Rey Sabio como “director de orquesta” de esta actividad traductora por parte de la colaboración entre eruditos judíos, cristianos y musulmanes; de todo tipo de textos al latín y sobre todo por primera vez a la recién institucionalizada lengua castellana, hizo de España uno de los mayores hervideros o focos de la ciencia y magia astral de la historia.
Con un ávido interés por actualizar en tiempos medievales toda la sabiduría del mundo antiguo, y entre muchos ejemplos, elaboró el poco conocido pero enriquecedor Libro de Axedrez, dados e tablas que permitió la expansión de juegos allegados de otros mundos. Dirigió la elaboración de las famosas Tablas alfonsíes, que se convirtieron en los escritos de astronomía de mayor referencia en Europa en cuanto al conocimiento sobre las fases lunares y el posicionamiento de los astros en el firmamento.
Ostentó el Lapidario, que busca la energía que fluye entre los astros y las piedras con los seres vivos; así como hizo uso del enigmático Liber Picatrix, el grimorio por excelencia para la creación de talismanes mágicos en pos de conectar lo celestial con lo terrenal. Con todo ello, hacer un Regnum a imagen y semejanza de la Creación primigenia plasmada en el universo. Un aspecto que la escuela perennialista recogería posteriormente, esto es: A través de ese ideal del Regnum y del arquetipo del Rey del Mundo como principio de la Inteligencia cósmica, que es reflejo de la luz del espíritu, el individuo y la comunidad podrán mirar hacia lo trascendente.