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16 Ene 2025
16 Ene 2025
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Bilbao bajo asedio y una historia militar de Navidad: la batalla del puente de Luchana (I)

Una de las batallas más destacadas de la Primera Guerra Carlista

Imagen de Baldomero Espartero, destacado general de la época

Bilbao en la Primera Guerra Carlista

La batalla del puente de Luchana, un enfrentamiento decisivo de la Primera Guerra Carlista, supone la finalización del segundo sitio de Bilbao, cuyas acciones principales se desarrollaron entre octubre y diciembre de 1836. La posesión de la ciudad conllevaba hacerse con un eje de operaciones para movilizar a diversos cuerpos y materiales en el frente norte, además de otro enclave para subyugar a las tropas cristinas en núcleos liberales como Bilbao y reforzar los territorios que componían el “corazón” de las posesiones carlistas en las Vascongadas.

Los documentos conservados en la Real Academia de la Historia confirman el peso que las fuerzas carlistas otorgaban a la ciudad. Entre la correspondencia de diversos informantes se destaca que:

“si no se puede tomar Bilbao es preciso quemarlo; esto ya no tiene remedio, es una cuestión de vida o muerte para la causa de su majestad (el pretendiente Carlos María Isidro). Si no se toma Bilbao la causa está, digámoslo así, casi perdida (…)”.

El asedio no ha dejado de ser objeto de atención por los historiadores en la actualidad, véase los trabajos de Daniel Aquillué Domínguez o las campañas arqueológicas lideradas por Gorka Martín Etxebarria.

El puente de Luchana y su significado

La toma del puente de Luchana de la mano de las fuerzas de Espartero y la conquista de los fuertes que lo rodeaban concluyeron en la liberación de Bilbao el 25 de diciembre de 1836. La batalla supone un “hecho social” y un “hecho de armas”. El historiador Gregorio de la Fuente Monge afirma que “desde entonces su popularidad (la del general Espartero) no dejará de crecer”. A pesar del “éxito liberal”, algunos investigadores como Albi de la Cuesta exponen que las fuerzas carlistas “perdieron varios cientos de hombres, aunque menos que sus oponentes (…)”.

La noticia de la “victoria cristina” de Luchana solo llegó a Madrid en Año Nuevo. La población no era consenciente de las miserias que habían vivido los combatientes. Las temperaturas fueron terribles, llegando a la necesidad de interrumpir los combates en más de una ocasión el 24 de diciembre de 1836 y rozando los 10 grados bajo cero en plena noche. Y por si no fuera bastante, las tropas de Espartero no se encontraban lo suficientemente preparadas para entrar en acción según el general Luis Fernández de Córdoba:

“(…) la ración del soldado era insuficiente; que raras veces se le daba carne, y que solo imponiéndolo como castigo y multa a los pueblos rebeldes [se] bebía vino; que las raciones de etapa eran de mala calidad.

El vestuario era de todo punto deplorable. Muchos cuerpos carecían de capotes. A todos faltaban mantas (…). Otros carecían de ropas de paño, y parecía imposible que la tropa resistiese tantos sufrimientos en medio de uno de los inviernos más rigorosos que habíamos conocido en aquellas provincias”.

El segundo asedio de Bilbao

Para dominar la ciudad a finales de octubre de 1836 las fuerzas carlistas se asentaron alrededor de Bilbao. Debían hacerse con las posiciones defensivas (un conjunto de pequeños fortines en las colinas cercanas), cuyo eje central era el río Nervión (además de sus afluentes) y sus pasos. Esta tarea conllevaba el riesgo de que los propios sitiadores fueran atacados en su retaguardia por el refuerzo de las tropas cristinas.

El 25 de octubre el comandante carlista del sitio, el conde de Casa-Eguía, empleó más de 20 bocas de fuego y 400 civiles en la edificación de trincheras de asedio y posiciones artilleras para la toma de la ciudad. A 10 de noviembre de 1836 los defensores ya no contaban con ninguna vía de acceso para la recepción de víveres y municiones.

En los primeros días de noviembre las posiciones del Ejército cristino comenzaron a ceder. El 9 cayó el fuerte Banderas con el que los sitiadores se hicieron con “1 cañón de bronce de a 8 con 54 balas rasas de este calibre”, “141 fusiles con bayoneta” y “22 fusiles sin bayonetas”. A consecuencia de un asalto esa misma jornada a la posición liberal de Capuchinos los carlistas incorporaron a su arsenal “13 fusiles”, “6 cajones de cartuchos de fusil” y “1 barril con cartuchos de fusil”.

A estos logros se sumó la toma de San Mamés el 10 de noviembre de 1836 con la obtención de otros 3 cañones de bronce y 1 de hierro. Según un documento con firma del 19 de noviembre de 1836, hasta la fecha el parque de artillería carlista habría gastado 876 balas rasas, 471 granadas y hasta 100 bombas en el intento de someter a Bilbao y a los fuertes que la rodeaban.

El 12 de noviembre los carlistas obtienen otro punto estratégico con la capitulación del fuerte Burceña. Esta retirada liberal supuso un aumento de la moral del ejército sitiador ya que, casi simultáneamente, las posiciones cristinas de Luchana también fueron abandonadas.

A partir del día 17 los sitiadores concentraron gran parte de sus esfuerzos en la toma del convento (transformado en “fuerte”) de San Agustín. Esta última posición ofreció una gran resistencia a sus atacantes y de hecho el 19 de noviembre las tropas liberales se hicieron eco de ello izando un estandarte negro con el lema “Tránsito a la muerte”. El 27 de noviembre se dio una carga contra aquel gran reducto; hasta el día del asalto final, la artillería carlista mantuvo un bombardeo constante causando numerosas bajas entre los liberales.

A comienzos del mes de diciembre, la cifra de oficiales y tropa heridos bajo las órdenes de Casa-Eguía ascendía a 730 individuos, de los cuales más de 60 eran mandos. Por su parte la población sufría las consecuencias del asedio:

“Aunque se dice que hay alimentos para más de un mes, no lo puedo creer (…) tiene para pocos días. Su pérdida total en esta plaza en todo el sitio llega a muy cerca de 1.200 entre muertos, heridos y contusos (…)”.

Llegan los refuerzos. Espartero toma la iniciativa

Entre los días 26 y 27 de noviembre de 1836 Espartero estableció su base de operaciones en Portugalete con el objeto de tratar de socorrer a los sitiados. Desde aquí los refuerzos cristinos ocuparon posiciones entre Baracaldo y Burceña. Tras una serie de intentos y breves acciones frente a los carlistas, el Estado Mayor cristino determinó que seguir recurriendo a incursiones por los flancos y afluentes del Nervión era un hecho insostenible.

El día 12 los sitiadores fueron testigos de cómo Espartero desplegaba pontones y barcazas sobre el río Galindo. La edificación de pasos móviles ciertamente incomodó al ejército sitiador, de hecho un papel “reservado” y secreto del Estado Mayor carlista propone: “he pensado tratar de quemar el puente de los enemigos si conviene”.

El 19 de diciembre las tropas de Espartero lograban ubicarse sobre el Azúa, en los altos de Azpe y Arriaga, con ayuda de tropas inglesas que trabajarían en el posicionamiento de una pequeña batería. Ante esta situación, se determinó una operación conjunta en la que el papel de las fuerzas embarcadas y terrestres tendrían un papel protagonista en un intento desesperado por tomar el centro de la línea del conde de Casa-Eguía a través del puente de Luchana…

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