Hércules

Registrarse

|

Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

|

13 Sep 2024
13 Sep 2024
EN VIVO

El Biopoder

El objetivo del Poder-real-soberano es controlar los cuerpos de sus ciudadanos. Así es como la docilidad transforma al conjunto de profanos en masa

Fotografía de: New York Times

Esta es la lógica del sacrificio: toda vida conlleva muerte. Esta es la lógica del mito: todo lo que imaginamos es real y forma parte de lo colectivo. Esta es la lógica del ritual: los profanos podrán ver, pero no mirarán a donde deben, sino a donde se les indica, y, en caso de que aprendan a mirar correctamente, jamás podrán entender nada.

Según narra Michel Foucault en Vigilar y Castigar (1975), desde el siglo XVIII en adelante, la estructura del Poder Real se ejerce de arriba hacia abajo y diferencia entre el poder soberano y sus súbditos. Ese ejercicio tiene un signo eminentemente correctivo que viene delimitado por los espacios donde se ha venido impartiendo: cárceles, hospitales, manicomios, colegios, residencias de ancianos. El cuerpo de los ciudadanos, según este novedoso paradigma, pertenece al Estado y, por ende, compone un escenario más para el despliegue de la acción política.

El objetivo del Poder-real-soberano es controlar los cuerpos de sus ciudadanos. Así es como la docilidad transforma al conjunto de profanos en masa. Para proteger el cuerpo social enfermo, el Biopoder gestiona la salud y la muerte o, en otras palabras, decide, en tanto que Tanatocracia, de qué forma la vida conlleva muerte en la sociedad. Bajo la apariencia de una lógica puramente racional, incluso técnica, en realidad se esconde una lógica eminentemente sacrificial, basada en el restablecimiento del equilibrio por medio de un potlach o gasto improductivo administrado ritualmente.

De esta forma, la existencia de la ciudadanía queda reducida a lo que Giorgio Agamben denomina “vida desnuda” (nuda vida), esto es, la cualidad meramente administrativa del ser. En dicho contexto, el Bipoder ejerce su fuerza bajo un estado de supresión de las leyes vigentes, cuando estas resultan un estorbo en su ejercicio: es la “emergencia”, una suerte de “movilización total”, al decir de Ernst Jünger, que somete todos los ámbitos de la sociedad a una misma dirección claramente impuesta. Bajo la apariencia de una tecnocracia, se imponen medidas amparadas en el criterio tecnocrático de “expertos” para hacer aceptable para la población normas que, bajo otras circunstancias, resultarían intolerables e, incluso, acabarían desembocando en revueltas y posiblemente hasta en cambios de régimen.

Para que este sistema de vigilancia y, para los refractarios, castigo, sea posible, se produce una alianza de facto entre dos instituciones teóricamente enfrentadas pero que en realidad actúan ligadas: Estado y Mercado. De esta forma se consigue que, cuando alguien quiera ir contra el Estado acabe amparándose en (y brindando su apoyo a) aquel que, en realidad, es su aliado: el Mercado; y viceversa; es la misma lógica empleada para orientar el voto cuando llegan las elecciones; o para fraccionar la sociedad generando enfrentamientos internos por cuestiones políticas, sexuales o de raza, entre otros tantos ejemplos. Porque los servicios básicos del Estado no podrían ejercer un control sobre la población sin fisuras sin el apoyo fundamental de los servicios privados del Mercado.

La tríada de papeles sociales

Los objetivos materiales de Estado y Mercado coinciden al querer delimitar a la masa profana a una tríada de papeles claramente estipulados: tributador/trabajador/consumidor. En otras palabras: la masa es reducida a Mercancía. Algo intercambiable y, llegado el caso expurgable. Lo que el comunismo hizo con los mujiks y el nazismo con los judíos, el Poder Soberano de las socialdemocracias modernas lo hace con sus poblaciones; pero, antes que otra cosa, esa masa profana tiene un valor en un tipo nuevo de moneda: la información que encarnamos y que cotiza cada vez más cara en el último tipo de mercado regido por el Capital: el dataísmo. Controlando nuestros datos, el Estado y el Mercado podrán controlarnos mejor como Mercancía. Es parte de la lógica hegemónica en el estadio final del Capital: la abstracción que tiende hacia la digitalización generalizada de un nuevo tipo de realidad virtual.

Y es a través de diversos dispositivos que en apariencia velan por salvar el cuerpo individual que pugnan, en realidad, por recortar las libertades e imponer la voluntad del Biopoder. El cuerpo es el primer escenario de la guerra y, por tanto, también de la política. Suya es la batalla por la supervivencia; política del cuerpo, del control vírico y de la inmunidad, a través de la excepcionalidad y de la legislación impositiva, es más que nunca Biopolítica. Nuestra conciencia, desde un punto de vista que no es espiritista, está firmemente arraigada en el cuerpo: suyo es el bando que lucha por la supervivencia. Las bacterias, esas que en cierto sentido podrían ser consideradas las verdaderas protagonistas de la Creación. Capitalismo y pulsión de muerte van unidas, e incluso son una y la misma cosa, como supo ver el pensador francés: «Si existe un orden en las riquezas, si esto puede comprar aquello, no es ya porque los hombres tengan deseos comparables, es porque todos están sometidos al tiempo, a la pena, a la fatiga y, llegado el límite, a la muerte misma».

Según Don DeLillo, «Toda conspiración tiende a seguir un camino que conduce a la muerte. Forma parte de su propia naturaleza. Conspiraciones políticas, conspiraciones terroristas, conspiraciones de amantes, conspiraciones narrativas, conspiraciones que forman parte de los juegos infantiles… Cada vez que intervenimos en una conspiración nos aproximamos a la muerte». Cuando nuestra conciencia muere, las bacterias siguen su camino, transformadas, junto al resto de nuestro cuerpo, mientras que lo único que verdaderamente queda destruido es esa cosa tan inane que llamamos «yo». En realidad, un conjunto de fragmentos, a modo de un mosaico, unidos por esa ficción en constante rediseño a la que llamamos «memoria», y sobre la que fundamos una ficción de ambición aún mayor, a la postre igual de insignificante que de ridícula: la identidad.

Ludwig Wittgenstein dejó planteado: «¿Dónde descubrir en el mundo un sujeto metafísico?». La lucha por la identidad es la guerra que emana de la propia guerra por la supervivencia en nuestra conciencia: no sólo queremos existir, también queremos ser. Ahí también entra la Biopolítica, al impedirnos ser en libertad, sino por designio burocrático. Al fin y a la postre, eso es lo que nos hace humanos: la necesidad de Ser, de dignificar aquello que sobrevive y necesitamos nombrar una vez superada la batalla, hasta que la derrota final de la muerte resulta inevitable.

Comparte la nota

Deja un comentario

Noticias relacionadas

El Philógelos: el libro de chistes de la antigüedad clásica

Descubrimos qué tipo de humor se gastaba en el mundo grecorromano y si supera al...

Reprogramando la hiperrealidad

Todo el Sistema pone en marcha un gran dispositivo de propaganda para poder perpetrar el...
No hay más noticias
Scroll al inicio

Secciones

Secciones