Uno se suele preguntar a qué fuentes acudir cuando no es alguien versado en el mundo de la historiografía y la bibliografía científica de temática histórica.
Si lo que te interesa es la guerra en la Edad Moderna y una lectura fácil, un buen lugar por el que empezar puede ser el trabajo de Diego Téllez Alarcia, quien es doctor en Historia Moderna y profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de La Rioja. Aprovechando el que fue el V Centenario del cerco de Logroño de 1521, él y su equipo trabajaron con el Instituto de Estudios Riojanos en una monografía que expone sorprendentes resultados.
Este estudio puede definirse como la primera investigación completa y profesional de las fuentes primarias y secundarias de aquel evento. Se trata de un recorrido por más de 2.000 documentos recopilados en más de 30 archivos de España y de Europa que ha permitido desnudar aquellos hechos de innumerables capas de mitos, ponerlos en contexto tanto a nivel nacional como internacional y conocer en profundidad a sus protagonistas. Este grupo de investigadores coordinado por Téllez Alarcia se encuentra formado por Mayte Álvarez Clavijo, Sergio Cañas, Ignacio Iñarrea y Juan Manuel Tudanca.
Por su parte, Diego es autor de una decena de libros y más de cien artículos, ha participado en medio centenar de congresos nacionales e internacionales, formándose en centros de prestigio como la Universidad de Buenos Aires, la EHESS, la Universidad de Virginia, la Universidad de Santo Tomás de Manila o la Universidad de Ciudad del Cabo. Sus trabajos han merecido la obtención de media docena de premios de investigación otorgados por varias instituciones y fundaciones dedicadas al mundo de la historia moderna.
Pero más allá de hablar de logros profesionales, muy destacables por cierto y nada baladíes, pasemos a hablar con Diego sobre el trabajo de su equipo, y lo que más interesa a nuestros lectores: cómo vivieron los habitantes de Logroño el terrible asedio de su ciudad a inicios del siglo XVI…
Logroño en 1521 supuso un punto de inflexión en el avance de los enemigos de Carlos V en suelo ibérico. ¿Puedes hablarnos sobre lo que aconteció en el cerco? ¿Quiénes fueron sus protagonistas?
Logroño era considerada en aquella época la “llave de Castilla” por lo que el fracaso de las tropas francesas o, si se prefiere, franco-navarras, ante sus muros significó el intento de invasión de todo el Reino. Las miradas de las cancillerías europeas estuvieron puestas en esta pequeña ciudad durante aquellas semanas de tensión como demuestran varios despachos de embajadores venecianos.
No estamos, sin embargo, ante una batalla de Pavía. El escenario navarro se caracterizó por enfrentamientos menores, escaramuzas, tentativas de asedio, a excepción de la batalla de Noáin. El cerco de Logroño no escapa a este patrón. De hecho, el general francés, André de Foix, señor de Asparros, se planteaba inicialmente una acción menor: “faire une alarme” escribe a su soberano. Sin embargo, recibió órdenes directas de intentar capturar la plaza y, ya de paso, animar con ello a reavivar el rescoldo de la revuelta comunera.
Con esas intenciones, cruzó el Ebro entre el 4 y el 6 de junio de 1521 y sitió la ciudad durante apenas una semana, hasta el 11. Ni siquiera fue un bloqueo completo ya que el Ejército francés no disponía de suficientes tropas, especialmente caballería, ni de suministros. Los bombardeos se prolongaron por apenas cuatro días y no pudieron ser efectivos gracias a la labor de los escopeteros castellanos encerrados tras los muros de la ciudad, encargados de estorbar el acercamiento de la batería real. Por el bando defensor destacan las figuras de Pedro Vélez de Guevara, un segundón del conde de Oñate, y Pedro de Beaumont, un bastardo del conde de Lerín. Ambos eran hechuras del duque de Nájera, virrey de Navarra, y comandaron las tropas encerradas tras los muros de Logroño hasta la llegada del ejército de socorro castellano.
A lo largo de la historia los testigos de numerosos combates siempre han tendido a exagerar el número de los efectivos. Cuando procedimos a la lectura de El cerco de Logroño de 1521: mitos y realidad pudimos apreciar diferentes cantidades de infantes dependiendo del autor. Hecho que, además, has reseñado en diversas conferencias. ¿Cuál fue el tamaño real de los cuerpos que se enfrentaron en la ciudad?
La cuestión de los efectivos siempre es delicada de responder y más en esta época previa a cualquier tipo de estadística fiable. Los constructores de mitos, especialmente Albia de Castro, llevaron la exageración a su máxima expresión: hasta 30.000 soldados franceses habrían sido derrotados por… ¡los logroñeses! Los testimonios de la época reducen notablemente los guarismos. La mayoría tienden a afirmar que el ejército invasor penetró en la Baja Navarra con un número que rondaría entre los 12 y los 15.000 efectivos, incluyendo la caballería. Sin embargo, a su llegada a Pamplona, un documento los cuantifica en 9.000. Y unos días después, en Estella, los espías del corregidor de Logroño aún los rebajan más, a 8.000, 6.000 de los cuales dice que eran “gabachos”.
En lo concerniente a los defensores sabemos por la documentación conservada en Simancas y en el Archivo General de Navarra que en Logroño se encerraron dos grupos de soldados antes del inicio de las operaciones, sumando unos 2.000 efectivos. Ya en pleno cerco, otros dos contingentes de refuerzo se infiltraron en la ciudad, ascendiendo la cifra a unos 3.000 soldados antes de que el asedio fuera finalmente levantado.
“Mitos y realidad” son dos conceptos que se reivindican en vuestro trabajo. ¿Qué hay de verdad en el cerco de 1521?
Hasta la publicación de esta monografía resultaba difícil discernir qué había de cierto y qué de invención en el relato mítico tradicional que sobre los hechos habíamos heredado. Incluso no faltaba quien dudaba de la propia existencia del cerco. Otros, lo presentaban como un episodio análogo a la resistencia de Numancia o a los sitios en época napoleónica. Ahora sabemos que “producirse” se produjo, aunque fue una acción de entidad menor a la “cacareada” por los panegiristas posteriores, y de menor duración. En realidad, la mayor parte de los elementos trasmitidos de generación en generación han resultado ser distorsiones, exageraciones, falsedades o errores.
El asedio no comenzó el 25 de mayo. No hubo un concejo abierto en el que se dejó la decisión de resistir al invasor al albur de la opinión de la población. Los guarismos de sitiadores y sitiados han resultado ser muy distintos. Los logroñeses no tomaron las armas y se limitaron a prestar apoyo logístico proporcionando víveres y suministros. No se pasó hambre, es más, los que la sufrieron fueron los soldados enemigos. Asparros no era un inepto y tampoco tan inexperto como nos lo pintaban. Tampoco tenemos evidencias de que ningún grupo de labriegos locales inundase el campamento francés mediante la apertura de las acequias de riego de la zona. Y así, podríamos seguir un buen rato.
En relación con este último aspecto destaca el famoso “mito del francotirador”. ¿Un tirador de élite en el siglo XVI? ¿Puedes explicarnos en qué consiste esta anécdota?
Los que han disparado alguna vez un mosquete o un arcabuz de época saben perfectamente lo difícil que es hacer diana con ellos. No extraña, entonces, que el célebre “mito del francotirador” del cerco de Logroño, como lo hemos decidido titular en la monografía, se considerase un milagro. Incluso hubo una institución eclesiástica que se apropió de él: el cercano monasterio de San Prudencio de Monte Laturce. Esta anécdota aparece citada por primera vez en la obra de Sandoval, publicada ocho décadas después del sitio. El cronista dice que un “soldado de Logroño se coló por unas tapias del muro y púsose en parte que pudo tirar a puntería. Mató uno de los principales que estaban a la mesa”. Sin embargo, incluso alguien tan crédulo como él decía unas páginas antes que no podía ser Asparros, como se alardeaba por aquel entonces en la ciudad: “vino por capitán de este ejército Andrés de Fox, señor de Asparrós, a quien los de Logroño dicen, con engaño, que mataron”. El general no solo sobrevivió a Logroño, sino también a Noáin donde sí fue herido, y no falleció hasta, al menos, 1547 (fecha en que redactó su testamento).
Los hombres al servicio de la Corona de Francia se componen de un amplio conjunto cultural. ¿Podemos hablar de Ejército francés?
Se trata de un debate semántico más propio de nuestra época que del siglo XVI. Entre las tropas sitiadoras había gascones, bearneses y navarros, tanto ultrapirenaicos como peninsulares. En realidad, también se acabaría extendiendo la etiqueta de “Ejército español” a tercios y unidades con una gran mezcolanza de nacionalidades. Lo que está claro es que tanto el mando (Asparros) como la financiación, y gran parte de la tropa provenían de Francia. Y la última palabra la tenía Francisco I. Así que considero que sí, que se puede hablar de Ejército francés sin entrar en mayores detalles. Pero me parece igualmente bien designar aquel grupo de soldados con la etiqueta de “franco-navarros”.
¿Qué saben hoy los riojanos sobre esta contienda? ¿Y los españoles en general? ¿Es una etapa olvidada?
Esperamos que a partir de la publicación de esta monografía los riojanos sepan mucho más sobre aquel episodio. Algunos no nos lo están poniendo fácil. Existen reductos de negacionistas, aferrados a los mitos con todo tipo de justificaciones. Incluso la web que el Ayuntamiento de Logroño ha creado para conmemorar la efeméride es pertinaz en este sentido y sigue conjurando la “leyenda rosa” ignorando que la sociedad logroñesa es lo suficientemente madura como para asumir una versión basada en los testimonios coetáneos, y no en fábulas escritas más de un siglo después.
En el resto de España nuestros vecinos navarros son quizás los más atraídos por la evidente vinculación con la historia de la comunidad foral. Y es que Noáin no se puede entender sin el cerco de Logroño. Más allá, esperamos despertar el interés de los lectores ya que este evento no deja de ser una encrucijada entre la historia local y regional, sí, pero también la nacional, en pleno epílogo de la revuelta comunera, y también en la internacional, particularmente en Francia.