Hacer fiestas, dar regalos y encender velas pretendían honrar a los demonios protectores de las personas y, así, estos garantizaban la seguridad del cumpleañero durante el año que empezaba. En el mundo griego y romano, los cumpleaños se celebraban de manera diferente a como los entendemos hoy en día, pero comparten ciertas similitudes.
Las celebraciones
En la antigua Grecia, los varones ricos se juntaban en una especie de clubes para celebrar los cumpleaños y, en Roma, los emperadores (posteriormente, cónsules y senadores) organizaban magníficas festividades, que incluían espectáculos de circo y combates de gladiadores para el entretenimiento de todo el pueblo.
Los griegos creían que todas las personas tenían un espíritu protector al que ellos llamaban daemon, que estaba presente el día de su nacimiento y que cuidaba de ellos durante toda la vida. Esta costumbre fue adoptada por los romanos con los dioses familiares (genio, lares y penates) y, después, el cristianismo la adaptó en las formas del «ángel de la guarda», «hada madrina» o «santo patrón».
¡Pide un deseo!
Los griegos iniciaron la tradición de preparar una tarta de harina, cereales y miel que debía ser redonda como la luna sobre el altar del templo de Artemisa o Diana, diosa de la luna y de los nacimientos, entre otras cosas.
También, los griegos añadieron unos cirios (velas) rodeando al pastel para simbolizar el brillo de la luna y llevar sus plegarias hacia los cielos. A diferencia de la actualidad, las velas no se soplaban, sino que se dejaban consumir por completo, ya que cuanto más tiempo tardaran en extinguirse, mayores eran las promesas de longevidad y prosperidad.
Los regalos
Los niños griegos recibían sortijas talladas en algún metal, amuletos y pequeños ramos de flores y, en el caso romano, era habitual intercambiar objetos de valor, ropa, perfumes, o alimentos. Además, la literatura clásica grecorromana recoge en sus obras estos actos, los cuales formaban parte de un ritual religioso o social al ofrecer sacrificios, flores, alimentos e incienso en los altares. Otra prueba de ello es que, en Roma, el primer día del año se regalaban monedas de latón para desear a quien las recibía buena fortuna.
¿Y después?
Con el ascenso del cristianismo en el siglo I, la tradición de celebrar los cumpleaños fue prohibida por considerarla una costumbre pagana relacionada con la astrología. Los primeros cristianos, llamados «paleocristianos», que habían sido oprimidos, martirizados y perseguidos hasta la muerte, veían el mundo como un lugar duro y cruel en el que no había razón para celebrar el nacimiento de nadie. Por ello, en su lugar, empezaron a celebrar la muerte de los santos.
En cambio, el cristianismo del siglo IV movió la fecha del nacimiento de Cristo del día 6 de enero al 25 de diciembre para acabar definitivamente con las Saturnales, una fiesta romana del 17 al 23 de diciembre en honor a Saturno, dios de la agricultura y protector de las cosechas. Entonces, empezaba el nacimiento de un nuevo período de luz o el del Sol invictus. Con la modificación de la fecha del nacimiento de Cristo, fueron muchos los cristianos que comenzaron a celebrar también su cumpleaños, adoptando, pues, la costumbre antes pagana de las tartas con sus velas representando la «luz de Cristo».
Por último, dejamos el cántico de «cumpleaños feliz» en latín como pequeño obsequio: «Felicem diem natalem (x2), Desideramus tibi omnes, Felicem diem natalem!».