Un hervidero cultural
No es posible entender la aparición de un libro mágico de estas características sin el contexto de lo que fue la ciudad de Toledo en el siglo XIII. Gobernada por Alfonso X, el sabio la ciudad se dividía en distintos estratos sociales, pues es en esta época donde se forja la idea del Toledo de las 3 culturas; el que siglos después será el posterior tópico nacional de la España de las 3 culturas.
Lo cierto es que en esta época, no existía la convivencia sino la coexistencia entre los cristianos, los judíos y los musulmanes. Por un lado, los musulmanes era el grupo menos numeroso de la urbs regia, puesto que la gran mayoría habían decidido marchar hacia Al-Ándalus, hacia tierras islámica, tras la reconquista de la ciudad hacía casi dos siglos en 1085 por Alfonso VI. A diferencia de los musulmanes que se encontraban desperdigados por la ciudad, los judíos vivían en una gran y poderosa judería; una de las más ricas de la península ibérica y quizás de Europa, estando delimitada por un muro del resto de las comunidades por deseo de esta misma comunidad sefardí. Y por último y el más numeroso, el de los cristianos que se dividían a su vez en tres subgrupos: los leoneses, procedentes de los reinos cristianos del norte, los francos, procedentes del reino allende los Pirineos, y los mozárabes, los cristianos que habían asimilado una impronta cultural musulmana al haber estado viviendo durante la dominación islámica de Toledo siglos atrás.
Es en todo este contexto, que Alfonso X decidirá potenciar una institución cultural conocida como la Escuela de Traductores. Una iniciativa de la Iglesia toledana que el Rey sabio, lo transformará en el llamado scriptorium alfonsí, pues el propio monarca se encargará de gestionar, dirigir y supervisar las traducciones de los textos para la prosperidad del reino en incluso para hacer un uso privado de ello. Así pues, con la colaboración particular y privada de eruditos cristianos procedentes de Europa y de eruditos sefardíes toledanos e incluso musulmanes, se traducían textos en lengua árabe a las lenguas del latín y el castellano; donde muchos de estos textos recogían los saberes del mundo antiguo siendo en particular los saberes relacionados con las artes mágicas. Y uno de ellos será nuestro Lapidario, que es considerada la primera obra de carácter científico – mágica encargada por el Rey Sabio en 1243, al modo de aprovechar las propiedades de los minerales.
La conexión entre la tierra y el cielo
Los cuatro tratados de esta gran obra están basados en un texto árabe previo, y como mencionamos anteriormente, el Rey Sabio eligió a uno de sus hombres de confianza sobre todo en estos asuntos del intelecto: el científico judío Yehudá Ben Mosé, para que llevara a cabo su traducción, estudio y ampliación, con la ayuda del clérigo cristiano Garcí Pérez.
La obra habla de las mágicas propiedades de 301 minerales, y de cómo estos pueden servir como elementos curativos en el campo de la medicina. Pero no se confundan, las propiedades de dichos minerales no son intrínsecos en ellos, no son inertes por que sí, requiere de todo un proceso científico – mágico para exprimir su potencial, para transfórmalas y dotarlas de ese carácter milagroso. Esa es la razón por la cual en este tratado de minerales y otras piedras encontramos multitud de grabados de horóscopos zodiacales. Así pues, el conocimiento astronómico permitía asociarlos con las constelaciones zodiacales para poder extraer su máxima energía en determinados momentos.
Pero para conseguir todo ello se requería de algo esencial, de un conocimiento filosófico y metafísico del cosmos. Para los astrólogos y demás magos de aquella época, el uso de la magia astral para crear talismanes era uno de las más importantes y famosas. Y para ello buscaban conectar el firmamento con su reflejo: el mundo terrestre. Dicha conexión, entre la copia y lo primigenio, permitía comprender que dichas piedras y minerales estaban cargados de energía celestial, energía de los astros, donde el astrólogo debía saber ver ese lazo invisible y extraerlo en el momento oportuno cuando ambos mundos se unen en latentes periodos de tiempo.