Desde una concepción pitagórica que encuentra sus orígenes en Egipto y Sumeria, el número, todo número, es un compuesto de unidad que parte del Uno y regresa al Uno: «¿Qué es lo más sabio? El número». Es por ello que el neoplatónico Plotino dejó escrito: «En el mundo todo está lleno de signos. Todos los acontecimientos están coordinados. Todas las cosas dependen de todas las demás. Todo respira junto».Por su parte, el neopitagórico Jámblico escribió: «La matemática de los pitagóricos no es la matemática que comúnmente se practica. Esta última, en efecto, es sobre todo técnica y no tiende a lo Bello y al Bien, en tanto que la de los pitagóricos es exquisitamente contemplativa y orienta todos sus teoremas hacia un fin último, de modo que todos sus razonamientos se unan estrechamente a lo Bello y al Bien, y se sirve de razonamientos que son capaces de elevar hacia el ser».
El Uno es el Lógos.Y el número es el primer lenguaje con el que el Uno designó el Cosmos: una inercia de expansión y retroceso, bajo la forma de sucesivas «composiciones de unidades» (según Tales de Mileto), encaminadas de nuevo hacia ese Uno del que emanan y al que completan con la unidad, la dualidad, la trinidad y finalmente también la cuaternidad. En el principio del Cosmos fue el Lógos, el Uno, del que a su vez emana una dualidad que sigue reproduciéndose ad infinitum, generando toda la diversidad y variedad del mundo: lo múltiple desplegándose hasta lo infinito a partir del primer principio. Un requisito exigido para penetrar en la Academia de Platón era el estudio de la «geometría sagrada», esto es, el conocimiento del primer principio, del origen del Cosmos, del Lógos y de lo Uno: tarea propia de las actividades el intelecto (Noûs), a su vez relacionadas con el significado esotérico del término «filosofía», a saber, el amor a la Sophía de los gnósticos, al estudio del Todo en cada una de sus agrupaciones, que incluyen cuatro vías para el conocimiento de esa misma Verdad (Alétheia): la intelectiva (intelecto), la científica (razón), la sensitiva (creencia) y la argumentativa (tesis). El primer par de esta cuaternidad se encuadra dentro del Conocimiento (Episteme); mientras que el segundo par se encuadra dentro de la Opinión (Doxa). De la mano de platónicos y pitagóricos, la cuaternidad se manifiesta en Grecia como fundamento de un Conocimiento agrupado en cuatro unidades: geometría, aritmética, arquitectura y astronomía; mientras que, siglos después, de la mano de Boecio, primero, y de los profesores medievales, luego, en el así llamado «Quadrivium» que venía a superar a la trinidad del «Trivium» secular, se actualizará como las “nuevas” cuatro vías del conocimiento: aritmética, geometría, astronomía y música.
El Tetraktýs pitagórico
El Tetraktýs pitagórico, que es el precedente más claro de la cuaternidad cristiana, representa la unidad numérica más perfecta, la década (1+2+3+4=10), que es la diversidad infinita por la que se elevan de forma ilimitada las posibilidades de lo diverso partiendo de la unidad (o lo mismo), siguiendo con la dualidad (o lo contrapuesto), desembocando en la trinidad (que no es ni uno ni dos) y confluyendo finalmente en la dualidad de pares que componen una década completa.El panteón egipcio estaba integrado por un evidente Tetraktýs, conformado por Osiris, Isis, Horus y Seth, que también está presente en Babilonia, con Nimrod (que en otras regiones es Baal, Saturno o Moloch), Innana (también llamada Ishtar, Astarté o Tanit), Tammuz y Pazuzu, además de en la tradición cristiana, con el Padre, el Hijo, el Espíritu y el Adversario; y, por último, en la tradición griálica, con Merlín, como apuntaron Carl Gustav Jung, Emma Jung y Marie-Louise von Franz en pleno siglo XX.Según Julius Evola, «La Tradición es, en su esencia, algo metahistórico y, al mismo tiempo, dinámico: es una fuerza general ordenadora en función de principios poseedores del carisma de una legitimidad superior». La labor del historiador, como la del arquitecto o el retórico, consiste en convertir ese conjunto de hechos aparentemente carentes de significado en un discurso perfectamente diseñado, esto es, en ordenar en el caos y someter a la entropía recreando el acto creador primordial del que nosotros y cuanto nos rodea es fruto. El pensador tradicional Attilio Mordini comparó la labor del historiador con la del retórico: la belleza de un texto bien trabado sobre la verdad de un asunto es comparable con la belleza de una historia sustentada sobre principios trascendentales sólidos; y lo mismo podemos decir de la arquitectura de un edificio pulcramente diseñado. Porque todo ello emana de lo Uno.
Para llegar a entender de qué forma el Tetraktýs pitagórico se reintrodujo en Occidente por medio de los Cuentos del Grial y, más concretamente, la figura del mago Merlín, antes es necesario señalar el origen metahistórico de un conocimiento hermético custodiado por la «casta sacerdotal» y cristalizado en las figuras legendarias de Thoth y Hermes Trimegisto, en realidad personajes de ficción tras las cuales se encubre una colectividad de iniciados. Tras siglos de transmisión de este Conocimiento, en el así llamado «Otoño de la Edad Media» descrito por Johan Huizinga, ese Conocimiento se perdió y fue a parar al esoterismo cristiano de las órdenes de caballerías y al esoterismo musulmán propio del mundo sufí, según apuntó René Guénon.
Todo ello confluyó en la disciplina de la Alquimia espiritual entendida como proceso de transformación interior, cuyo nombre proviene del término egipcio de «Tierra Negra» (Al-khemit), que se empleaba para designar el estado de la cosecha tras el desborde del Nilo. Ya en las postrimerías de la Edad Media, las distintas fraternidades rosacruces, junto con distintos grupos iniciáticos como la Orden de los Caballeros Templarios, los cátaros y los Fieles de Amor trovadorescos, destilaron su propia versión de ese saber ancestral; y a comienzos del así llamado «Renacimiento», los rosacruces harían su propia versión de Hermes Trimegisto, inventando al legendario Christian Rosenkreuz, al que seguirán autores como Johan Valentin Andreae, John Dee, Cagliosto, Nicolas Flamel, Michel Maier, Paracelso o Fulcanelli.También cabría citar al visionario Wolfram von Eschenbach, que encarna mejor que nadie la reunión gibelina entre las órdenes de caballería cristianas y las cofradías de gremios medievales de constructores, en cuya confluencia se encuentran los mitos del Grial con los orígenes de la FrancMasonería: La Massenie du Saint-Graal.La aparición de Merlín como arquetipo junguiano del Mago y encarnación del Mercurio alquímico (el cuarto planeta de la hebdómada de Pitágoras) viene a cerrar la cuaternidad cristiana y además representa la casta sacerdotal (brahmánica) en una época de retroceso de la casta guerrera (kshatriyas), con la renovada misión de sacralizar el mundo intermedio (Ánima Mundi) empleando símbolos operativos que sirvan para consumar un Conocimiento cósmico del primer principio que, por medio de la analogía, no esconde otro misterio que el autoconocimiento del propio iniciado.