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20 Sep 2024
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El materialismo: bajo el Reino de la Cantidad

La reducción de la existencia a su vida material y exterior, a su superficie más descarnada, es tan grata al Progreso tecnocientífico y a la acumulación financiera como ingrata para los principios superiores de la existencia como el Amor, la Virtud, el Honor o la Ascesis

Fotografía de: Religiondigital.org

El cristianismo en sus variantes hegemónicas (catolicismo y ortodoxia, principalmente) es la síntesis de la existencia de un principio metafísico profundo. En la Modernidad se han creado nuevos ídolos como la Ciencia, el Capital, la Técnica o la Información para rellenar ese hueco vacío; y, de hecho, se le exige a la Ciencia, al Capital o a la Técnica aquello que en tiempos pretéritos se exigía de la deidad: las mismas respuestas inapelables, el mismo rescate moral… En definitiva: la dependencia absoluta por parte de una devoción filial presta a someterse a Su voluntad sin paliativos.

No en vano podemos afirmar, siguiendo lo anterior, que el iluminismo surgido a partir de la Ilustración colocó a la Razón en los altares de una forma bastante literal. Idealistas, escépticos y materialistas adolecen de una misma actitud hacia la verdad: anteponen su creencia en unos principios alejados de la verdad metafísica a la verdadera naturaleza de las cosas, a su origen trascendente, y pretenden justificar la existencia de todas las cosas amparándose en principios relativos que niegan cualquier apertura espiritual hacia lo Absoluto.

No está en manos de la fenomenología o de la epistemología, como creen los cientificistas de todo signo y procedencia, la capacidad de explicar ningún tipo de realidad absoluta. Cualquier intento por aproximarse a lo Absoluto, a la trascendencia pura, mediante las leyes de la inmanencia, los meros recursos sensoriales, las endebles herramientas verbales y, por ende, relativas de los humanos, está condenado al más estrepitoso fracaso de antemano. Por supuesto. Y sólo plantear dicha cuestión entraña ya una caída intelectual de amplísima magnitud. El protestantismo y el humanismo, como antes el cristianismo respecto del judaísmo, se basan en la secularización de principios trascendentes tenidos por inquebrantables hasta ese momento.

Lo material sobre lo espiritual

Esa cesura que acabamos de indicar es posible porque el mundo material va creciendo sobre el mundo espiritual; y el trasfondo nihilista de dicha negación del origen en favor de su total negación, la Nada, al principio velada pero cada vez más evidente con el paso de las centurias, acrecienta su poder terrenal en las vidas de los hombres. Por eso, el cientificismo es capaz de ampliar de manera constante el conocimiento relativo de las cosas alejándose con ello de la verdad más elemental presente en la naturaleza de todas las cosas: es la primacía de lo cuantitativo sobre lo cualitativo, tal y como René Guénon sintetizó al denominar a nuestra época como «El Reino de la Cantidad». Y las consecuencias de formar parte de ese mismo «El Reino de la Cantidad» suelen ser, para las inteligencias más destacables, realmente desastrosas.

Tal es el mal que asedia al intelectual contemporáneo. Que, siendo sabio en muchos ámbitos, se demuestra ignorante en el campo más determinante para cualquier hombre consagrado a la labor del pensamiento: sus farragosas disquisiciones resultan opacas ante cualquier tentativa de sentido existencial realmente constituyente. Porque desde el Renacimiento en adelante y, sobre todo, a partir de la Ilustración, existe la falsa idea, reforzada por el existencialismo del siglo XX, de que sólo «dice verdad aquel que dice sombra», como ya señalara el ínclito Paul Celan. Cuando la verdad no es, en el fondo, otra cosa que una luz imposible y necesaria y no por ello demasiado esperanzadora que hiere en lo más profundo a la tiniebla.

La reducción de la existencia a su vida material y exterior, a su superficie más descarnada, es tan grata al Progreso tecnocientífico y a la acumulación financiera como ingrata para los principios superiores de la existencia como el Amor, la Virtud, el Honor o la Ascesis. La libertad supuestamente defendida por el liberalismo, que naturalmente no afirma libertad ninguna, sino más bien el “libertinaje”, puesto que acaba cayendo en el determinismo gnóstico, protestante, biológico o dataísta, es sólo una libertad para pasar por alto las tendencias más elevadas del ser humano sumiéndose a cambio en los planos más bajos y degradantes de la existencia. En eso, como en todo lo demás, por otra parte, las demás variantes de nihilismo moderno no han hecho otra cosa que imitar a su progenitor liberal que, como se comprueba a diario a partir de la IIGM en todo Occidente, es el verdadero fundador de la masificación anti-personalista, incluso por delante de los así llamados regímenes totalitarios del siglo XX.

Terminemos: el punto donde se hace más relevante la esencia nihilista que late bajo el liberalismo es en su creencia en la denominada como “destrucción creadora”, según la cual de una actitud tendente hacia la nada puede nacer algo ex nihilo. En palabras de Franco “Bifo” Berardi: «Enajenación del cuerpo y automatización del cerebro: tal es el nuevo entramado neuro-totalitario del Imperio del Caos». De nuevo, se trata de «El Reino de la Cantidad» en plena acción. Un mundo oscurecido y como en penumbra y también más falto que nunca de esa sustancia real, a pesar de aparecer como imposible: la luz.

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