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9 Oct 2024
9 Oct 2024
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El objeto de poder femenino

A las griegas históricas siempre les fascinó también la leyenda de estas mujeres poderosas y no sometidas a los varones que había en Oriente y Occidente: y a los griegos, claro está, pues en la literatura antigua también reflejaron con muestras esta fascinación, desde el teatro protagonizado por mujeres poderosas de Aristófanes y Eurípides a las utopías de Platón

Uno de los cuatro ciclos que Jorge Luis Borges veía básicos y fundacionales para toda narrativa humana –en su ensayo “Los Cuatro Ciclos” de El oro de los tigres, 1972– es el de la búsqueda de un objeto de poder o de soberanía en cuya persecución ha de marchar el héroe hacia los confines de la tierra para mostrar su valía o heredar el reino. Suele ser un objeto de oro y dotado de propiedades mágicas: a veces es un anillo o un collar, acaso  un casco o una daga. También puede tratarse de una espada tachonada de oro, plata o piedras preciosas que posee propiedades sobrenaturales, o algún otro tipo de arma. Pero otras veces, como pasa a menudo en los cuentos populares, puede tratarse de un objeto más humilde: unas botas, un zurrón o algún tipo de prenda de vestir, como un cinturón o una capa. Estos objetos mágicos son compartidos en las narrativas patrimoniales del cuento y el mito.

En los Trabajos de Hércules, el noveno trabajo está marcado por la consecución de unos de estos objetos: esta vez es el ceñidor, o cinturón, tachonado de oro de la reina de las amazonas, Hipólita, que combina varios de estos motivos del objeto mágico del cuento. Para Borges, este ciclo tercero de los héroes que van en pos de un objeto de poder se ejemplificaba bien por otro extraño objeto, esta vez la piel de un carnero mágico y volador, el llamado “Vellocino de Oro”. Era la piel del carnero volador que llevó a Frixo volando por encima del Mar Negro hasta la Cólquide. Muchos de esos objetos además se encuentran en el mundo extraordinario, en el país del cuento y el mito, al que hay que llegar atravesando las fronteras del mundo conocido para adentrarse en un bosque oscuro, unas cañadas misteriosas, unos valles sombríos y una geografía sobrenatural que, las más de las veces, recuerda al mundo infernal. En el caso del noveno trabajo de Hércules se trata nada menos que de alcanzar el lejano y legendario reino de las Amazonas, sobre el que se han vertido ríos de tinta y sobre el que merece la pena leer el trabajo de Adrienne Major Amazonas, en la editorial Desperta Ferro, que sondea las raíces históricas del mito. Estas se pueden hallar seguramente en las estepas de Eurasia, en las que los griegos conocieron a pueblos como los escitas cuyas costumbres les sorprendieron y fascinaron a la vez, sobre todo en relación con la ginecocracia o el papel preponderante que entre algunos de estos pueblos tenían las mujeres, que eran reinas y guerreras. Todo esto, a lo que alude la historia del arte y fuentes como la historia de Heródoto, y que durante mucho tiempo se creyó que era un mito, se vio luego confirmado por las fuentes arqueológicas que excavaron la llamada cultura de los kurganes. Cabe recordar el caso de la llamada “princesa de los hielos”, la momia de una mujer con heridas de guerra y tatuajes como los que los griegos usaban para perfilar a las Amazonas en sus pinturas sobre cerámica. El caso es que todos los grandes héroes griegos, tanto los míticos Teseo y Hércules como los históricos de la talla de Alejandro, se supone que tuvieron encuentros, tanto bélicos como amorosos, con las amazonas.

En el caso de Hércules, para obtener este tesoro legendario tuvo que marchar al lejano Mar Negro, donde estaban las fronteras orientales del mundo conocido, en torno a la isla de Temisicira, mitológica patria de las Amazonas en el Ponto Euxino, y no lejos de la Cólquide de Jasón y de la lejana Iberia oriental del Cáucaso, donde Prometeo fue encadenado. Al principio intentó conseguirlo por sus artes seductoras pero, luego, algo se torció y parece que se desencadenó una guerra atroz con las amazonas que acabó con la muerte de su propia reina Hipólita. Así fue como consiguió por la fuerza el tesoro mágico. Como de costumbre, en el ciclo de sus trabajos, el final de la historia es el regreso del héroe al Peloponeso con el cinturón que quería conseguir la hija del rey Euristeo. A las griegas históricas siempre les fascinó también la leyenda de estas mujeres poderosas y no sometidas a los varones que había en Oriente y Occidente: y a los griegos, claro está, pues en la literatura antigua también reflejaron con muestras esta fascinación, desde el teatro protagonizado por mujeres poderosas de Aristófanes y Eurípides a las utopías de Platón.

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