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6 Ene 2025
6 Ene 2025
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El origen de la Navidad: ¿Por qué decoramos nuestras casas con un árbol? (I)

El origen de una de las tradiciones más habituales en Navidad
Luces de Navidad en Madrid

Estamos en fiestas navideñas, y una de las actividades – o rituales mejor dicho – de esta época festiva es decorar nuestros hogares con un árbol de plástico que simula la forma de un abeto; y este se decora con todo tipo de objetos coloridos y luminosos que cuelgan de él, sin olvidar nunca la estrella que lo corona… ¿alguna vez se ha planteado por qué?

Una moda de origen inglesa… y no tan inglesa


En el siglo XIX, la famosa reina de Inglaterra, la reina Victoria – época por la que además se le conoce a este periodo de la historia británica como época victoriana en honor a su monarca y a la expansión imperial que logró – estaba casada con un príncipe de origen alemán, Alberto. Y es que el príncipe tenía por costumbre traer un abeto a la casa real y decorarlo, siguiendo antiguas prácticas entre el cristianismo y el paganismo de la Europa Central desde hacía siglos. Fue así que un día la reina se hizo una fotografía con dicho árbol, creando pues una tendencia desmedida. Toda la población en Londres vio aquella imagen, por lo que quisieron seguir los pasos de su reina y por ende comenzaron a adquirir abetos para intentar hacer lo mismo. Aunque se cree que esta práctica en la casa real británica ya ocurrió antes, pues el rey Jorge III que gobernó en el siglo XVIII vio como su esposa la duquesa alemana Carlota decoraba un árbol al estilo alemán, la época victoriana fue el comienzo de una expansión intercontinental hacia América, y sobre todo de su trascendencia en el tiempo; pues dos siglos después no falta este objeto en los hogares españoles, europeos y americanos en su totalidad.

No es faltar a la verdad que Hollywood hizo el resto. Hemos dicho entonces que el origen de esta moda inglesa está en una práctica alemana, que recoge una serie de rituales de origen remoto, pues al final se decora un abeto y no otro tipo de árbol; un árbol que con la llegada del invierno sigue vivo, pues sus hojas no mueren y desaparecen con la llegada de la época oscura, pues son perennes. Y lo perenne es símbolo de lo incorruptible frente al caos contingente.

Ecos y reminiscencias de un pasado tradicional


El culto a un árbol sagrado… eso es lo que adoramos en Navidad, tanto que el árbol es un arquetipo, y nos ayuda a mantener la vida en nuestros hogares en tiempos de oscuridad – anochece muy pronto y la vida se apaga – para pedir que nos dé fuerzas con la esperanza del horizonte en que llegue la luz de la primavera. Tanto era así, en esa costumbre de traer a nuestros hogares estos elementos naturales, que los árboles se colgaban en el techo ¡ojo! junto con velas para alimentarlo con calor, recreando una fuente solar en la noche que alimenta la vida. Así nos lo cuenta históricas figuras como la de Martín Lutero, que en las tierras germanas del siglo XVI, este juego simbólico le recordaba a las estrellas del firmamento cuando lo observaba.


¿Pero cuándo comenzó esa costumbre alemana de plantar árboles en estas fechas? Pues en tiempos medievales, cuando un monje cristiano llamado Bonifacio – según cuenta la leyenda – decidió talar y poner un abeto en la plaza de un pueblo alemán como símbolo de paz. Pues aquel árbol, al igual que Cristo, es un puente con los cielos pues su copa apunta hacia lo alto; y sus hojas son eternas y siempre están ahí hasta en los momentos de mayor oscuridad.


Se puede percibir claramente el paralelismo simbólico que representan estas fiestas con la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, puesto que Bonifacio como monje cristiano hizo del culto al árbol sagrado una actualización de algo más antiguo, no se inventó nada nuevo. Puesto que antes de la llegada del Cristianismo a las tierras de la Europa central y durante los mil años que Roma dominó el Mediterráneo, aquellas tierras estaban habitadas por los pueblos celto-germánicos. Por ende, la semilla de esta historia la encontramos en esa Europa, en aquellos pueblos que desde la Edad del Hierro veían en el solsticio de invierno la necesidad de prepararse para la muerte y resurrección del astro rey, y a través de los árboles de hoja perenne que son símbolo de regeneración exterior e interior, ayudar al sol a renacer durante el invierno, ahuyentando así a lo oscuro pues todo resurge y todo pasa; y por consiguiente ahuyentar la oscuridad interior para regenerar con el avance de la luz.

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