Pinta Luca Giordano, el artista napolitano tan querido en la España del barroco, un lienzo que hoy se encuentra en el museo del Prado de Madrid y que lleva por título “Hércules en la pira”. Allí aparece el gran héroe envuelto en la túnica envenenada por la sangre del centauro Neso, con dos mujeres lamentándose en el trasfondo. Una es probablemente su esposa Deyanira. Abajo aparece otro personaje que le asiste a la hora de prender la pira que acabará con su vida. Es Filoctetes, héroe de Troya, amigo y compañero de Hércules, quien, a petición del héroe, procede a encender el fuego que le llevará a la apoteosis. La túnica, como sabemos, fue enviada por error y confusión por Deyanira, creyendo que era un filtro de amor para que su marido nunca la abandonase por ninguna otra mujer. Hércules se retuerce de dolor envuelto en la túnica, que abrasa su carne. La túnica está ensangrentada porque él mismo se desgarra la carne por el sufrimiento. Como es demasiado fuerte para morir, pide estoicamente la pira.
El héroe que sufre, el héroe doliente, el héroe que muere sobre una columna, una pira, atado a una montaña o a una cruz, es uno de los más viejos motivos de la mitología en lo que Borges llamaba el último de los cuatro grandes ciclos de los argumentos universales. Así lo sostiene en El oro de los tigres, en un breve pasaje de “Los cuatro ciclos” en el que glosa los cuatro grandes argumentos que estamos destinados a repetir en la narrativa universal de la humanidad: la guerra quintaesencial, el regreso del héroe, la búsqueda del tesoro y, al fin, el dios o héroe sufriente que se sacrifica y muere.
Hércules fue un personaje para todo tipo de literatura, desde la épica al drama, desde la tragedia a la comedia: como personaje desmesurado fue capaz de las hazañas más portentosas y también de algunas ridiculeces o de ominosas crueldades. Desde matar a los monstruos que, como la Hidra de Lerna o el jabalí de Erimanto, asolaban sus lares, hasta vestirse de doncella o dar muerte a sus propios hijos por culpa de la locura que le infunde la madrastra Hera. Pero tiene un momento final que lo redime todo: después del esplendor y la miseria de la vida de héroe, que refleja la humana. Y esa es la buena muerte. La imagen de Hércules en la pira acompañado por varios personajes es frecuente en la alegoría de la escuela estoica y ha pasado con éxito a la historia del arte. A veces, como en una pieza de Ivan Akimov, un lienzo de 1782, aparece junto a Filoctetes, testigo de su tortura y posterior apoteosis. Otras veces está Deyanira en el trasfondo, llorando y antes de suicidarse, por lo que ha hecho, como cuentan el mito y la tragedia. En una escultura de Antonio Canova aparece volteando a Licas, el mensajero que le manda Deyanira con la túnica: Hércules, brutal pero involuntariamente, en medio de la furia por el dolor que le causa a la prenda envenenada, le da muerte estrellando su cráneo contra el suelo.
Quizá la mejor recreación literaria del episodio de Hércules en la pira sea la tragedia, atribuida a Séneca aunque con dudas, titulada Hércules en el Eta (tal es el nombre del monte donde se produce la escena). Es una de las 10 tragedias conservadas que se atribuyen al filósofo estoico famoso por escritos como las Cartas a Lucilio y malhadado tutor del emperador Nerón. Aunque Séneca se inspira en las tragedias griegas –y notablemente aquí en Las Traquinias de Sófocles– para sus fabulae cothurnatae, es decir, sus tragedias de tema griego, presenta siempre una notable originalidad. Para el momento de la muerte y apoteosis puede que también se haya fijado en Ovidio, que trata el tema en sus Metamorfosis y en sus Heroidas, pero sobre todo llama la atención por su trasfondo estoico: Hércules, después de sus hazañas y su sufrimiento, como el alma del sabio, alcanza la apoteosis final. Es el final del Hércules humano y el comienzo del divino, que va más allá de Sófocles y Ovidio. La tragedia termina con un coro que acaba invocando al divino Hércules para su protección. En Séneca se inspirará luego la tragedia Hércules moribundo del dramaturgo francés Jean de Rotrou, de mediados del siglo XVII.
En todo caso, al final de la tragedia de Hércules, como en toda vida humana, está entre el dolor y la muerte. Incluso en el caso de un personaje tan tremendo y singular como él. El hecho de que se haga quemar en la pira se puede leer con el trasfondo estoico del suicidio como vía de salida ante las situaciones impracticables. Tras la muerte del mensajero, el suicidio de Deyanira, el testimonio de Filoctetes y su auxilio, solo queda la muerte de Hércules, el final de la vida del héroe, que en esta ocasión vale como un nuevo comienzo.