Carga de los Tres Reyes/ Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau
No se pueden entender los acontecimientos que llevaron al rey Alfonso VIII, en 1212, a liderar un ejército cristiano hacia las Navas de Tolosa, sin previamente partir de la figura del arzobispo de Toledo: Rodrigo Jiménez de Rada.
Un arzobispo de leyenda
A principios del siglo XIII el rey Alfonso VIII estaba obligado a actuar para que Toledo no se volviese a perder. Tras la desastrosa derrota en la batalla de Alarcos de 1195 ante el ejército almohade de Al-Mansur, el valle del Tajo quedó asolado y la antigua urbs regia de los godos se encontraba en un alarmante peligro, de ser tomada de nuevo por las tropas de la media luna. Por lo que aquí apareció la figura de Jiménez de Rada. El navarro consiguió adquirir tanto el cariño del monarca como el título de arzobispo tras lograr la concordia entre los reinos de Castilla y Navarra después de previas tensiones fronterizas, en una época donde la Iglesia castellana no podía evitar moverse entre el mundo de la fe y la milicia. Ya como arzobispo, logró en el año 1209 la bula papal de Inocencio III para la convocatoria de Cruzada contra él contra el califa almohade Al-Nasir y su poderoso ejército de tropas provenientes de todo su imperio. Una acción donde las tropas castellanas contarían con el apoyo de otros reinos cristianos, tanto peninsulares como allende los Pirineos.
Otra vez Toledo, cómo no
Nuestra Jerusalén y nuestra Roma, no solo ha sido siempre un núcleo urbano de enorme valor geoestratégico, sino que también ha ostentado un profundo simbolismo como una ciudad que trasciende los tiempos. Y como prueba de ello tenemos esto, el ejército que se reunió y partió para que la restauratio del Regnum Hispaniae continuase fue convocado en Toledo, pues el pontífice Inocencio III otorgó la primicia eclesiástica a la iglesia toledana sobre el resto de iglesias españolas en base al prestigio político y religioso; teniendo en el lejano verano de 1212 su batalla más trascendental. Un ejército formado por voluntarios portugueses y leones enviados por el rey Alfonso IX, los ultramontanos alemanes, italianos y sobre todo franceses, junto con algunos de sus arzobispos, la participación de las más importantes órdenes militares de la época: Calatrava, Santiago, Hospital, San Juan y el mismísimo Temple. Todos ellos fueron liderados por las tropas aragonesas, catalanas y occitanas de Pedro II, y sobre todo por las mesnadas de nobles y obispos, las milicias concejiles y demás caballeros castellanos de Alfonso VIII.
No obstante en esta historia también tenemos espacio para la tragedia, pues no hay gloria sin sufrimiento… Y es que antes de la partida, la gran judería de la ciudad – una de los barrios judíos más importantes de Europa – fue saqueada por los propios ultramontanos europeos que llegaron a la cruzada, ya que no entendían que en la ciudad donde se les convocó para luchar contra infieles a la religión cristiana, viviesen en coexistencia en dicha ciudad. Esta fue una de las razones por las que varios de estos voluntarios terminaron abandonando, ya que no entendían la forma que tenían los peninsulares de tratar con musulmanes y judíos producto de dicha coexistencia de siglos. Este ataque provocó horror al propio rey Alfonso VIII, pero no pudo haber castigo debido a que necesitaba toda la ayuda posible. Para mayor dificultad, tras la partida desde la urbs regia, el verano manchego asolaba la moral de la hueste cristiana que se acrecentó ante la falta de botín tras los saqueos a distintas fortalezas sarracenas, a causa de dichas relaciones entre las distintas religiones peninsulares que se diferenciaban con las de los europeos en su experiencia por Tierra Santa. Esto hizo que el ejército del arzobispo de Burdeos abandonase la campaña.
La última alianza
Pese a las dificultades de la campaña, el encuentro bélico se produjo tras el paso de la sierra de Despeñaperros. Un sistema montañoso que estaba vigilado por las tropas musulmanas, pero he aquí que lo divino hace su manifestación. Y es que, los cristianos consiguieron encontrar un paso secreto que permitía cruzar la sierra y establecer su campamento al otro lado hacia campo abierto. Esto fue gracias al encuentro con un pastor de la zona, que conocía dicho paso secreto a los ojos de los centinelas, cuya verdadera identidad sería la del propio apóstol Santiago, apareciendo bajo esta providencial apariencia en post de los reinos cristianos y como patrón de las Españas. Además, las bajas de los ultramontanos se verían compensadas por la llegada al fin del rey de Navarra Sancho VII y su poderosa caballería.
Para los reinos cristianos, la victoria de las Navas de Tolosa, más allá de la obtención de un cuantioso botín, de establecer un alejamiento de la frontera sur con respecto a Toledo, de lograr la apertura hacia Al-Ándalus, así como la obtención de un asentamiento definitivo y expansivo de las órdenes monástico-guerreras por las tierras de la Mancha; recogió un episodio a la altura de las gestas de la cultura trovadoresca y los ideales de la caballería espiritual propio de esa concepción de lo sacro muy definida, donde se creía totalmente en lo trascendente, en el honor, el valor simbólico de las cosas, el temor a lo misterioso en Dios y el mundo.
El primer acto con el valor mostrado por las milicias concejiles de las distintas ciudades – donde destacó especialmente el estandarte del oso negro de Madrid -, el segundo acto con la crucial contraofensiva del noble Diego López de Haro y su linaje del estandarte de los lobos del norte, y el tercer acto tras el diálogo final entre Alfonso VIII y Jiménez de Rada sobre la muerte y la gloria que terminó dando en la definitiva y denominada Carga de los tres reyes hacia la victoria final.