En la actualidad, Hipócrates continúa presente como una figura simbólica del compromiso ético y racional en la medicina, el cual aún guía a los profesionales de la salud.
El padre de la medicina
Hipócrates de Cos (c. 460 a.C. – c. 370 a.C.) fue un médico muy reconocido de la antigua Grecia, cuya familia practicaba esta misma disciplina y afirmaba descender del dios griego de la medicina, Asclepio. Sabemos que viajó por distintas ciudades-estado griegas y otras regiones del mundo antiguo practicando y enseñando medicina (Tesalia, Asos, Atenas, …), aunque tenemos pocos datos históricos de su vida y, a menudo, mezclados con el componente mítico.
La mayor contribución de Hipócrates es su separación de la medicina de las creencias sobrenaturales y religiosas, estableciendo que las enfermedades son provocadas por factores naturales (clima, dieta) y pueden ser estudiadas y tratadas con observación y enfoque clínico. Asimismo, su teoría de la enfermedad se fundamenta en la alteración del equilibrio de los cuatro humores (líquidos): sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, equivalentes a los cuatro elementos del filósofo presocrático Empédocles (aire, agua, fuego y tierra).
¡Qué dolor, qué dolor!
Conservamos alrededor de unos setenta textos médicos en griego jónico atribuidos a Hipócrates y su escuela llamada corpus hippocraticum, «corpus hipocrático», donde se incluyen tratados sobre anatomía, ética médica, cirugía y tratamientos. Entre ellos, hallamos el famoso juramento hipocrático, en el que se reflejan los valores y principios médicos de su época, además de su implicación con la profesión y los pacientes. A continuación, reproducimos este código deontológico:
Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea, y por todos los dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos, que cumpliré, según mi capacidad y criterio, este juramento y compromiso escrito:
Venerar como a mis padres a quien me enseñó este arte, y compartir mi vida con él, y si es necesario partir con él mis bienes, y considerar a sus descendientes como a mis hermanos, y enseñarles este arte, si necesitan aprenderlo, sin remuneración ni compromiso escrito; comunicar los principios, lecciones y todo lo demás de la doctrina a mis hijos y a los del mi maestro que me ha enseñado, y a los alumnos regularmente inscritos y jurados según la ley médica, pero a nadie más.
Aplicaré los regímenes en provecho de los enfermos según mi saber y entender y apartaré de ellos daño e injusticia.
No daré jamás a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré este consejo. Tampoco daré a ninguna mujer un tratamiento abortivo. Por el contrario, conservaré mi vida y mi arte de forma santa y pura.
No cortaré un cálculo manifiesto, sino que dejaré esto a los cirujanos especialistas.
En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y corrupción, absteniéndome del placer del amor con las mujeres y los hombres, los libres y los esclavos.
Todo lo que vea u oiga en el ejercicio de mi profesión, y todo lo que sepa acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser divulgada, lo callaré y lo guardaré como secreto.
Si cumplo íntegramente este juramento, que pueda gozar dichosamente de mi vida y mi arte y sea honrado por todos los hombres para siempre. Pero si soy transgresor y perjuro, que me suceda lo contrario.
Así pues, su contenido se puede resumir en: un compromiso con el bienestar del paciente; un respeto por los maestros y la transmisión del conocimiento; la prohibición de dañar al paciente; la confidencialidad médica; la ética profesional (evita prácticas consideradas inmorales o perjudiciales); el límite en las intervenciones médicas y la responsabilidad y conciencia moral.
Este juramento ha evolucionado y se ha adaptado a los contextos culturales, sociales y los valores modernos. En muchos países, no se utiliza la versión original, sino versiones como: la Declaración de Ginebra de la Asociación Médica Mundial y los creados por instituciones académicas y facultades de medicina.