Crátera Hércules e Iflicles/Imagen de Junta de Andalucía.
En algún momento tiene que ocurrir. Pasa en un momento dado del ciclo biopolítico de la mitología. Hércules habrá de abandonar su hogar, salir de su zona de confort, y dejar atrás la infancia y la juventud, dándose cuenta de que su entorno familiar no es del todo como creía que era. Es verdad que desde joven no lo ha tenido fácil y siempre he debido medirse con su medio-hermano Ificles, favorecido por la suerte en lo aparente, pero que en realidad no podrá conseguir ni la mínima parte de lo que él será capaz de hacer: no en vano, le espera una apoteosis.
Un camino difícil que forjó a un héroe
A la vez, era notoria la conspiración de su madrastra Hera para encumbrar al trono a su primo Euristeo, un cobarde redomado e insidioso que hará todo lo posible por hacerle la vida imposible. Es una prueba de la dura peripecia que le espera el hecho de tener que estar sometido a un mediocre que detenta el poder, gracias a los dioses, no solo su madrastra Hera sino, sin duda, con la anuencia de su padre Zeus.
Pero ese camino de humillación y privaciones es también la marca de la travesía de un héroe que va a tener que cruzar muchos páramos y lugares sombríos en la aventura de descubrir realmente quién es. Y para hacerlo hay que darse cuenta de lo que uno no es, para lo cual nada mejor que darse cuenta de la problemática del núcleo familiar. Nadie es profeta en su tierra…
Hay un momento en el ciclo del héroe en el que, tras la infancia y la juventud –y después de una formación siempre insuficiente con los maestros, divinos o humanos, entre Quirón y Lino… Hércules tiene que salir a correr mundo: ha de recorrer campo abierto, conocer “ciudades y opiniones” de innúmeras gentes –como el buen Ulises– antes de descubrir realmente cuál es el sentido de su existencia y cuál debe ser el hilo que guíe sus pasos en el anchuroso bosque del mundo.
Separarse de la familia para encontrar el propósito heroico.
Descubrir la misión de uno es un proceso complejo. Puede que haya señales que van indicando un camino, pero sobre todo es una cierta intuición que permite ir conectando los acontecimientos de la vida temprana, la interacción con la familia, con los maestros y con los compañeros en la educación hasta dar con la clave de por dónde y hacia dónde marchar.
En la mitología, muchas veces es un oráculo al que uno oportunamente acude para preguntar qué debe hacer: ¿me irá bien en los negocios? ¿Tendré familia? ¿Seré comerciante u opositor? Aunque los héroes suelen preguntar asuntos de más altas miras, algunos se quedan ahí. Otras veces, en el cuento, llega una carta, un mensaje o una invitación a una boda o a un baile donde se nos revelará de repente el sendero que hay que tomar.
Para el héroe Hércules, en unos primeros pasos y tanteos, parece claro que lo que hay que hacer es, ciertamente, tomar algo de distancia de sus orígenes: separarse de la familia. Una familia que lo oprime con leyes absurdas sobre la primacía del primer nacido, por ejemplo, y que no reconoce auténticamente su valía. Una familia llena de prejuicios contra él que parece premiar sobre todo una mediocridad humana o divina que en absoluto tiene que ver con su personalidad. Pero acaso aún es demasiado pronto para que lo descubra.
La decisión de partir no es fácil, y diversos signos favorecen la ocultación de la llamada a la aventura. O incluso su rechazo, por comodidad, nostalgia o pura indecisión adolescente. Falta un nuevo Mentor –nombre de hecho odiseico– que muchas veces no ha de ser coincidente con el Maestro y, desde luego, nunca con la Familia. Es, de hecho, otro arquetipo que nos acompañará en la aventura mitológica de la vida que se puede desgranar gracias al ciclo de Hércules.
