Escribo estas líneas mientras en mi reproductor suena la voz de la soprano australiana Marie Angel, en el disco 8 Lust Songs: I Sonetti Lussuriosi, del compositor contemporáneo Michael Nyman, que compuso esta obra basándose en los Sonetos Lujuriosos (1526) del escritor renacentista Pietro Aretino, quien junto al excelso François Rabelais se erigió en equivalente para la literatura erótica moderna de lo que significaron autores como Safo y Ovidio para la literatura clásica, escribiendo sin tapujos: “Jodamos, alma mía, jodamos enseguida / pues todos para joder hemos nacido; / que la polla te gusta y amo el chocho / y el mundo sin eso ni una figa valdría”.
Y lo hago, escribir, al hilo del estreno en salas, con la llegada de la Primavera y tras la celebración del Día de la Mujer, justo antes de que el clamor de la Semana Santa saque a las calles españolas a esa Virgen María que en muchos casos habita donde antes lo hiciera una representación popular pagana de Afrodita o Diana, de la película How to have sex (2024), en la que la directora británica Molly Manning Walker nos quiere descubrir, por enésima vez, el erotismo cinematográfico, narrando la historia de tres adolescentes que se enfrentan al verano de su despertar sexual.
Hay una línea directa que conecta a Aretino, nacido en 1492, año del descubrimiento del Nuevo Mundo, con el Divino Marqués de Sade, que muchos siglos más tarde, al ocaso de las Luces, sumido ya en plena Revolución Francesa y anticipando el desbocamiento irracional del Sturm und Drang romántico, terminó de afianzar el estandarte de la libertad en un nuevo continente del placer en el que los nacidos en los últimos tramos de la Modernidad apenas si hemos orillado nuestras tímidas naves.
El autor de La cortesana (1525) fue, como su homólogo pictórico Caravaggio, un exiliado de ninguna parte, alguien despreciado aquí y expulsado allá, a un tiempo genio artístico y procaz criminal, un transgresor en cualquiera de los dos ámbitos, que escribió su obra piadosa y blasfemia para todos y para nadie, a mayor gloria del Dios monoteísta sin desdeñar a cambio el glorioso panteón grecolatino.
Porque tal y como simboliza la imagen de Jano, también la cultura judeocristiana está compuesta de esa doble faz que combina la alta cultura y la baja, lo apolíneo y lo dionisíaco, lo popular y lo cortesano, para terminar de representar el abrazo de contrarios y la conciliación de opuestos por medio de la obra de sus más sublimes artistas, aquellos capaces de encarnar lo rabelesiano y lo sadiano más allá de los límites establecidos socialmente, esto es, sin ofender ni convencer, resolviendo así la contradicción en un estado dialéctico superior en el que la carne exuda espíritu y la naturaleza trascendente de los hombres se permite a sí misma resplandecer, bella, virtuosa y viciosa, por medio del placer sensual.
La primera tarea de todo aspirante a artista y, sobre todo, a escritor, debe ser conocer las convenciones sociales de su época, para a continuación correr a borrarlas. Es el modo cómico, más que la pose trágica, el que, empleando el ácido lisérgico de la imaginación desbordante, pulveriza, por medio de la voluptuosidad del talento desatado, todo lo que antes fue sólido y respetable para la civilización, empleando la más elemental de las orfebrerías artesanas: aquella que se sirve de la palabra para mejor transformar la conciencia a través de la multiplicación verbal de los goces.
En eso consiste, en muy definidas cuentas, el crear: en devorar la mente colectiva antes de que ella te devore a ti; y en vencer tus miedos, arrancándolos a lascivos mordiscos, para mejor poseerlos antes de que ellos te penetren por detrás y sin tiempo para evitarlo… Cincelando en esa inmensidad del imaginario la mayor blasfemia y, a ser posible, haciéndolo, sin reparos morales o escrúpulos de ningún tipo, a excepción del estético, con la mayor intensidad e ironía autoconscientes de la que cada uno de nosotros seamos capaces.
Está de moda repetir que no hay nada más punk ni más radical, hoy por hoy, que ser un conservador y, más aún, un reaccionario tradicionalista; por ello también hay que aducir con perfecta claridad que quien reivindique un rostro de nuestra cultura abandonando al opuesto de lado, estará cometiendo la mayor de las felonías concebibles contra la verdadera tradición europea, aquella capaz de albergar al Maestro Eckhart y a Juan de la Cruz sin por ello desdeñar a Aretino o a Rabelais: un lugar pasado, presente y muy especialmente futuro donde el Karnaval de la carne puede convivir sin problemas con la Santidad del espíritu.