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19 Sep 2024
19 Sep 2024
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La exploración del Amazonas y la búsqueda del Dorado

La historia del Imperio español es la historia de la era de las exploraciones, donde lo mítico y lo legendario está presente. Hazañas que merecen ser valorizadas a pesar de todo, pues nos forjamos en base a ellas

Se ha hablado y escrito mucho sobre ello, aunque hoy en día parece que lo olvidamos… Cuando no es faltar a la verdad, de que nuestra historia está llena de las mayores aventuras que la humanidad ha realizado. Aventuras sobre viajes exóticos y ciudades perdidas inmortalizarlas en nuestro imaginario por medio del cine – llegando a dar rienda suelta incluso en ponerse en ese pellejo- y que sin embargo nos han llegado de manera ajena. Para ello, para inspirarnos e incluso para tomar conciencia de quienes somos, no estaría de más escrutar nuestra propia relación con la aventura a través de los siglos.

Quito, capital de Ecuador y cuna de expediciones

Lo peligroso y lo misterioso forman parte de nuestro anhelo de fortuna y gloria, y eso es lo que durante generaciones sintieron los españoles que se habían asentado tras la conquista del Imperio inca por Francisco Pizarro, en un territorio siempre fronterizo por las distintas barreras naturales; pues el eje ecuatorial de Sudamérica lucha por poseer los ecosistemas más grandes del planeta. Llevar la Hispanidad a aquellos rincones del mundo descubierto debía merecer la pena, y de ahí que muchos intentasen enriquecerse. Así pues, se intentaba adquirir el mayor de los metales, el oro, así como la mayor de las especias alimenticias en ese momento que hacía de ella la denominación de un polvo dorado: la canela. Estas dos materias primas hacían las delicias de quienes las consiguieran, no obstante, no iba a estar carente de dificultades; había que ganárselo. Y en una época donde las obras calificaban el valor de los hombres, se emprendieron expediciones en su búsqueda.

Y todo empezaba por la nueva ciudad de Quito en 1540, ciudad que desde y hacia el este, era la entrada hacia la mayor jungla del planeta, vertebrada por uno de los mayores ríos del mundo en post de dicha fortuna y gloria. Dos extremeños de Trujillo: Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador y gobernador de la nueva ciudad, y el militar y navegante Francisco de Orellana.

El gran viaje de Orellana

Nadie jamás había recorrido en su totalidad sus 6.400 km, pues ni siquiera se conocían sus dimensiones totales… la razón por la que Orellana lo cruzó está envuelta en la incógnita, no se sabe si fue la desorientación, la propia voluntad o la fuerza misteriosa de la jungla la que le llevó separase del grupo en busca de esa tierra de la canela que no nacía en la montañas que rodean Quito. El trayecto comenzaba con un cauce rápido y estrecho, para con el paso de las jornadas, volverse lento y tan ancho como si de un gigantesco lago se tratase hacia el océano Atlántico. Durante este largo viaje, no se encontró canela suficiente para hacerse rico y ni rastro de esa ciudad de oro a pesar de los tantos encuentros con las distintas tribus indígenas a lo largo del recorrido. Lo único que encontraron fue un dios vestido de agua que les ponía a prueba, pues la intensa humedad hacía que la pólvora fuese inservible en un lugar en el que se encontraban con amenazantes poblaciones gobernadas por mujeres; mujeres cuyo espíritu de lucha era estrepitoso, pues se decía que entre ellas solo aceptaban el nacimiento de mujeres. Pobre del varón que sería sacrificado en ese caso. De ahí que, en recuerdo de aquellas temibles y feroces mujeres guerreras que encontró Alejandro Magno en su campaña militar, se le conociese a este rio como el hogar de las amazonas; pese a que los pueblos le llamaban con distintos nombres impronunciables. Una tierra salvaje que cada vez era más oscura según avanzaban, una maleza impenetrable que hacía invisible a sus portadores a excepción de las nubes de mosquitos que cepillaban con sus fiebres la vida de los pobres soldados para pertenecer al propio rio. Aun así, Orellana consiguió llegar a España para contarlo.

Un rumor, un tesoro, una agonía, un ritual

Una jungla así podría ser el sitio perfecto para protegerse de amenazas exteriores, de ahí que se pensase que este lugar debía de estar estrechamente relacionado con esa ubicación secreta, que había llegado a los españoles a través de los relatos legendarios indígenas sobre el Príncipe Dorado que hacía de la selva un mundo invisible. No obstante, el particular exotismo de riqueza fabulosa que trasmitía este mundo alimentaba una fiebre en post de un tesoro ciertamente inexistente; una canción que se entonaba cada vez más fuerte por el puerto del mundo – Sevilla- y por todas las plazas españolas y europeas de la imperial España, conduciendo a Pizarro y a todos aquellos que trazaban mapas y tratados para localizarla nada más que a la perdición en vez de al fin de su miseria, a la fortuna y la gloria.

Sin embargo, hay algo de cierto en todo esto, un trasfondo cultural y espiritual detrás de cada relato poético. Y es que el Príncipe Dorado se trataba de un cacique que habitaba el actual altiplano de Colombia, cerca de la laguna montañosa de Guatavita. Un lugar donde los indios muiscas atravesaban dicho lago en una barca sagrada, para a través de una ceremonia arrojaban el oro a sus profundidades en post de devolver ese material brillante a la tierra, a sus orígenes. Una tradición oral donde el cacique a modo de expiación por haber provocado el ahogamiento allí de su familia, debía de alimentar sus espíritus que habitaban en las profundidades y cada año sumergirse en sus aguas con dichas piezas doradas a modo de obsequio.

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