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16 Ene 2025
16 Ene 2025
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La fiesta del asno

La doble dimensión de Cristo

Desde sus inicios, la historia de Cristo se halla atravesada por un perfecto equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco que se encuentra simbolizado, muy especialmente, en la figura del asno y del gallo, dos representaciones asociadas al dios egipcio Set (en egipcio antiguo Sūt), que a su vez aparece en el Antiguo Testamento como tercer hijo del ser primordial Adán, y cuya existencia antecede y continúa paralela a la del Mesías de Nazaret: «Bajo una forma u otra, su culto se ha prolongado hasta nuestros días, y algunos afirman que durará hasta el fin del ciclo» (René Guénon).
Set es figurado a veces, en tanto que gemelo de Osiris, como un dios crucificado y herido en el costado. En las representaciones de los primeros cristianos todavía encontramos retazos de esta vieja confusión entre Cristo y Set; y, contra las estrictas restricciones que impuso en su momento la Iglesia para frenar las comparaciones entre Jesús y otras deidades previas como Orfeo, la existencia de cultos populares como la ya célebre «fiesta del asno» medieval sirve para evidenciar hasta qué punto la presencia de este asno rojo y divino al que los judíos llamaban Iao y los egipcios Sut nunca ha dejado de estar presente entre nosotros.

Para Plutarco, la palabra «Tifón» deriva etimológicamente de «insolencia» y «orgullo», una clara alusión al «ego». Set es un «dios tifoniano», el padre del caos y del fuego, capaz de domeñar a víboras como Apofis. Enamorado de Isis, el rojo Set decide asesinar al dios del Reino de los Muertos, de la vida eterna, al negro Osiris, para arrebatarle los dominios de Egipto.


Con las medidas exactas de Osiris bien calculadas, el dios que habitualmente es representado con cabeza de asno decidió dar el más grande de los banquetes, un incomparable festín presidido por el sarcófago más bello de todos los tiempos, esculpido en madera de cedro con jeroglíficos negros y rojos sobre una preciosa ornamentación llena de figuras en lapislázuli.

Concluida una copiosa cena regada de licor y bailarinas, Set ofreció el féretro a aquel que encajara perfectamente en su estructura; y cuando en último lugar Osiris recaló en el interior, los 72 conspiradores ayudaron a cerrar la tapa hasta que el dios murió asfixiado. Tras la consiguiente fuga de Isis y para evitar que la adoración de Osiris muerto se extendiera, Set arrojó el sarcófago al río Nilo… De donde más tarde lo rescató la diosa para inseminarse con la virilidad aún funcional de su hermano muerto; fruto de esa unión mágica e incestuosa nacería el niño-dios Horus.

En la tradición cristiana, la fiesta del asno celebra la huida a Egipto de la Virgen María, que además es uno de los grandes motivos pictóricos de la tradición occidental, lo que coincide con la historia de una Isis embarazada de Horus que tuvo que esconderse de la ira de Set, quien junto a los 72 conspiradores descuartizó el cuerpo muerto de Osiris para a continuación dispersar sus restos a lo largo de Egipto de forma que nadie pueda encontrar los 14 fragmentos.
Años después, tras la victoria del niño-halcón Horus sobre Set, declarándose con ello nuevo rey de Egipto, Isis emprenderá la búsqueda de los restos de su marido muerto, con intención de devolverle a la vida, pero a la postre habrá sólo un trozo que no terminará de hallar: el falo. Este elemento conecta con la mitología occidental del Grial, a su vez inextricablemente unida a la leyenda de Cristo: es la lanza (de Longinos) que desde los tiempos del Paraíso custodia el lapsit exillis, la piedra caída del cielo o Axis mundi donde se unen el Cielo y la Tierra, esto es, lo terrestre y lo celeste, que se corresponden con Osiris-Horus, por un lado, y con Set, por otro.

La nueva lectura

Certificada su derrota, Set emprende la huida durante siete días a lomos, precisamente, de un asno: como el Saturno romano, Set es un dios a la espera del «retorno del rey», del regreso de «aquel que debe venir». Para el jesuita Athanasius Kircher, todo este proceso no hace otra cosa que simbolizar el proceso alquímico: «Osiris, la materia, es descuartizado por su hermano, el adúltero Set-Tifón, colocado en una tumba donde padece la acción del fuego secreto». Que un sacerdote católico asemeje el proceso arquetípico del Osiris renacido como Horus a las distintas fases de la Alquimia, un análisis que es igualmente extensible al ciclo de nacimiento, muerte y resurrección del propio Cristo, debería convencernos de la semejanza entre este viejo relato y el fruto de la devoción cristiana.

Esta lectura deriva de ciertos grupos de gnósticos cristianos de los siglos II y III, tales como los setios, los adoradores de Set, y los barbeloítas, cuyo nombre deriva del de Barbelo, la primera emanación, como el Eterno Femenino, la Diosa Madre que puede haber alumbrado, en calidad de virgen, tanto al Horus egipcio como al Jesús judío. La Trinidad, pues, quedaba formada por una cuaternidad: Osiris, Horus e Isis, junto a Set, venían a revelarse, a ojos de estos gnósticos, como el Dios Padre, la Barbelo y el Hijo, junto al Adversario.

Según esta visión, María, la matriz que a veces es representada como una Virgen Negra (o Isis), como en el Montserrat catalán, no quedaría embarazada por el Espíritu Santo, sino que ella misma sería la Espíritu Santo: recordemos, en ese sentido, que la palabra «espíritu» es femenina en hebreo. Así lo explica Samael Aun Weor en su Tratado esotérico de Astrología Hermética (1967): «Todo Cosmos nace de la Prakriti y se disuelve en la Prakriti. Todo mundo es una bola de fuego que se enciende y se apaga entre el seno de la Prakriti. Todo nace de la Prakriti, todo vuelve a la Prakriti. Ella es la Gran Madre.» Aclaramos que Prakriti equivale aquí a la prima materia de la que se compone el cosmos.

El célebre «velo de Isis» es una alusión al esposo muerto, identificado con «el ojo que todo lo ve», con el que la diosa media en el enfrentamiento entre el «ser» y el «no-ser» de Horus y Set, que a su vez proviene del enfrentamiento histórico entre dos pueblos egipcios, el septentrional Tell el-Balamun contra el meridional Kom-Belal, donde el norte se impuso sobre el sur, igual que Horus venció a Tifón: «Velada de la cabeza a los pies, Isis solo revela su sabiduría a los pocos que han sido puestos a prueba e iniciados que han adquirido el derecho a acceder a su presencia sagrada, a arrancar de la figura velada de la naturaleza el velo de oscuridad y a situarse cara a cara con la Realidad Divina» (Manly P. Hall).

Si Set es el emisario de la noche, la dupla Osiris-Horus señala al sol victorioso. En su combate, Set le arrebata el ojo izquierdo a Horus, que más tarde lo recupera para dárselo de comer a Osiris, su padre, a quien resucita. Es el dios Thot, habitualmente equiparado a Hermes Trimegisto, quien recupera el ojo extraviado de Horus y se lo devuelve al halcón, como se puede leer en el Libro de los muertos: «He reconstituido el Ojo después de que fuera mutilado el día de la lucha de los dos compañeros». Si Set y Osiris se integran, como también Caín y Abel o Isaac e Ismael, en el mito de los hermanos gemelos enfrentados, la figura de Horus, como la de Cristo, significa la necesaria síntesis de opuestos, que puede montar al asno para entrar en Jerusalén con un espíritu crucificado por la materia terrestre, lo mismo que en otro punto puede verse montado por él, por lo celeste, en las festividades báquicas donde los cristianos supuestamente celebraban la poco casual huida a Egipto.

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