La Florencia que floreció bajo la familia Médici atestiguó el extraordinario movimiento cultural conocido como Renacimiento y se convirtió en el epicentro de un humanismo espléndido que releyó los mitos clásicos y toda la gran tradición de la literatura griega. Ello se debió en parte al aluvión de sabios que venían del Imperio bizantino en declive, sumado a otras razones histórico-culturales que transformaron para siempre la historia de las mentalidades. La labor de traducción de los textos clásicos más diversos, desde los diálogos de Platón hasta el muy extraño Corpus hermeticum, por ejemplo, en la versión de Marsilio Ficino, desembocaron en una suerte de nueva academia platónica florentina, que cambió el sentido de las artes y de la literatura a partir de entonces. Este cambio de cosmovisión que supera la mentalidad medieval tiene como epicentro la reinterpretación y resignificación del legado de los mitos griegos.
Un buen ejemplo es lo que sucede con todos los mitos que vienen recogidos en las Metamorfosis de Ovidio y que hablan del cambio de las cosas, o con la mitificación de la diosa Venus en el poema de Lucrecio De rerum natura, que es redescubierto justamente en el quattrocento y precipita también el cambio de mentalidad humanista. Se ve de manera extraordinaria cómo esto sucede en las artes en los reflejos iconográficos que van desde Botticelli en adelante: solo tenemos que pensar en el neoplatonismo que inspira sus obras que tienen el epicentro en los mitos de la primavera o en el epicureísmo renovado que aparece con su Venus. Pero también los mitos de Hércules tienen una gran valencia humanística y filosófica. Ya era antigua su interpretación como mito sapiencial desde los sofistas, que personificaban en él los dos caminos del héroe entre el vicio y la virtud, la senda del héroe ético o la búsqueda del conocimiento y la virtud en sus diversos trabajos.
Hoy quiero centrarme en una fantástica pieza que recoge una versión de uno de los mitos de las hazañas de Hércules, y es su lucha con el gigante Anteo que se ve en una estatuilla de bronce de Pollaiuolo, realizada circa 1475 y conservada en el Museo del Bargello en la capital toscana. El tema de la lucha del héroe contra el gigante es un argumento quintaesencial que aparece en toda la narrativa popular universal. En este caso, se trata del personaje de Anteo, un gigante hijo de Poseidón y Gea (la tierra) que habitaba en el país de Libia, y tenía una hermosa hija de nombre Ifinoe. Hércules tuvo que enfrentarse a él cuando llegó a su país después de conseguir las manzanas de oro de las Hespérides en el extremo occidente de África, cerca de sus famosas columnas. Luego atravesó Libia y se enfrentó al gigante Anteo, que mataba a los extranjeros como un anfitrión nefasto de la mitología, pues dar muerte a los huéspedes era lo peor que pudiera hacer un griego.
Anteo también tenía una piel de león invulnerable que cubría su cuerpo, conque estaba casi a la par de Heracles. Al fin ambos se enfrentaron en una especie de lucha libre cuerpo a cuerpo, como recoge la estatuilla que se acaba de mencionar, con toda la tensión de los músculos en un ensayo anatómico de Pollaiuolo. Y es que pensar en Hércules es una magnífica excusa para ensayar el arte y la ética: siempre lo ha sido. Tengo en la memoria,como todos, el fantástico lienzo de Francisco de Zurbarán, que se conserva hoy en el Museo Del Prado y que era parte del encargo que le hizo el rey para gloriar al héroe que representaba como pocos otros la monarquía hispánica.
Acabemos con el mito. Como es natural, Hércules derribó al gigante hasta tres veces y finalmente venció. Después de asfixiar a Anteo, el malvado quedó sepultado en tierras de África, según la leyenda, en Argelia. Luego los romanos dijeron que intentaron encontrar su cuerpo, pero eso es otra historia.