Se decía, en una cita inveterada que venía de antiguo, de la mano del mundo homérico al platónico, que “los extranjeros –es decir, los huéspedes– vienen de Zeus”. La palabra hospitalidad en griego antiguo se dice xenía y la actitud afable hacia los extranjeros es la philoxenía, pues el nombre para el extranjero es xenos. No hay lugar en los poemas homéricos para xenofobia salvo entre los bárbaros: se ve que los grandes caudillos que luchan en torno a Troya parecen a veces emparentados o unidos por vínculos inquebrantables de hospitalidad en la Ilíada y también así se ve en la Odisea la acogida magnánima que Menelao y Néstor brindan a Telémaco cuando vaga por el Peloponeso en busca de su padre perdido. La hospitalidad era toda una obligación en el mundo antiguo, porque estaba protegida bajo el amparo del gran dios, padre de hombres y dioses, Zeus, que no en vano tenía el apelativo de Xenios, es decir, “el protector de los extranjeros”. Muchas veces se ha dicho de la Odisea de Homero que es un poema de encuentros y desencuentros con el tema de la hospitalidad, entre xenofilia y xenofobia en el trasfondo. Se puede estudiar en la medida en que abundan escenas de hospitalidad: quizá nada más conocida a la que brinda el rey Alcínoo, en la isla de los feacios, a un recién naufragado Ulises, que es introducido en su corte por la princesa Nausícaa. La hospitalidad, en suma, era casi obligada en la mentalidad griega arcaica.
Por eso, en la mitología, cuando se quiere perfilar a un personaje de forma muy negativa se hace de él un traidor o un asesino de los huéspedes o anfitriones, ya que el concepto antiguo también es equivalente. Pensemos en la terrible tradición que hace que París, el príncipe Alejandro de Troya, raptara a la bella Helena cuando le acogía en su corte de Esparta como huésped su anfitrión Menelao, desatando la funesta guerra de Troya. Recordemos también otros anfitriones terroríficos en el mundo homérico, como los cíclopes, que son el epítome de la barbarie, porque devoran a sus huéspedes. Cuando Ulises y los suyos llegan a la cueva de Polifemo le imploran hospitalidad («venimos a abrazar tus rodillas por si quisieras presentarnos los dones de la hospitalidad o hacernos algún otro regalo como es costumbre entre los huéspedes. Respeta, pues, a los dioses, varón excelente, que nosotros somos ahora tus suplicantes. Y a suplicantes y forasteros los venga Zeus hospitalario, el cual acompaña a los venerandos huéspedes»). Y, sin embargo, ya sabemos cómo responde el bárbaro Polifemo a esta súplica. También ocurre lo mismo con Enómao, padre de Hipodamia, o con Diomedes, el dueño de las yeguas devoradoras de carne humana, a las que deberá hacer frente Hércules en uno de sus más renombrados trabajos.
Cabe decir que Hércules, que es como Ulises un modelo de virtudes griegas, se perfila también un gran protector de la hospitalidad y una vengador de la ofensa a esta virtud divina que regula las relaciones entre huéspedes y anfitriones. Hay un caso muy emblemático en el que Heracles se enfrenta a un malvado asesino de huéspedes, que de forma arquetípica simboliza todo lo negativo para la cultura griega. Este es el rey Busiris. Busiris es un nombre extraño que designa en griego una ciudad que en antiguo egipcio se llamaba Dyed y era un conocido centro del culto a Osiris. Parece que, de hecho, el nombre griego hace referencia a este dios o al “buey de Osiris”, según una etimología popular. En todo caso, en los mitos relacionados con Hércules, Busiris aparece como un personaje tiránico y malvado que oprime a los egipcios. Busiris había expulsado de sus tierras al mítico dios marino Proteo, el cambiaformas que habitaba como divinidad marina en la isla de Faro, en el delta del Nilo, que también había sido rey del lugar (contra Proteo también luchó Heracles). Busiris también habría perseguido a las Hespérides para echarlas de su país y cometió muchas otras tropelías, lo que ocasionó que los dioses decretaran su destrucción. Para conjurar la ira de los dioses, Busiris se dispuso a celebrar sacrificios para aplacarles. Sin embargo, su impiedad le llevó a querer sacrificar seres humanos y, al no querer matar a sus propios ciudadanos, se dedicó a asesinar a cualquier extranjero que pisara su país. Por eso obtuvo la horrible fama de asesino de huéspedes.
Hércules, en uno de sus viajes por Egipto, una tierra en la que tenía mucha veneración en sus vocaciones y asimilaciones locales, se encontró en el grupo de extranjeros que iban a ser asesinados por el rey. Reaccionó con valentía y, tras librarse de sus cadenas, dio muerte a Busiris y liberó a su país de su tiranía. Curiosamente, en el siglo IV a.C. el orador ático Isócrates le dedica un discurso a modo de encomio a Busiris, que hemos conservado y que es casi nuestra única fuente sobre su figura. Lejos de retratar a un bárbaro e impío asesino de huéspedes, Isócrates perfila a Busiris como una especie de buen legislador que dotó a su país de unas leyes y un sistema de castas perfecto. Este discurso extraño, que acaso fuera escrito en clave irónica o paradójica, recuerdan en muchas cosas a la teoría política de Platón en la República, de la que es casi contemporáneo. Hay que recordar que la escuela de Isócrates era rival en muchos aspectos de la Academia de Platón, por lo que no cabe descartar interferencias entre ambas obras.