Es cierto que la esperada serie de Netflix protagonizada por Robert de Niro y dirigida por Lesli Linka Glatter puede resultar poco más que un artefacto mediocre de la ultra industrialización de la pequeña pantalla que sufrimos en la actualidad, con refritos que aprovechan fórmulas demasiado conocidas y una explotación intensiva de lo que ya funciona o de lo que, por imperativo ideológico, debe funcionar.
No obstante, la serie tiene la gran virtud de resultar muy representativa del clima social que impera en la actualidad; amenaza de un poder omnímodo y a la vez invisible, preocupación por la deriva autocrática de nuestros gobiernos o polarización política son elementos cada vez más preocupantes a juzgar por las encuestas realizadas en lo que conocemos como Occidente, ya fuera por ser un elemento real de la sociedad -nadie se atrevería a decir que la sociedad española está menos polarizada que en los tiempos anteriores a Podemos- o por una ficción creada interesadamente, aunque hasta el más mínimo conocedor de la disciplina sociológica ya sepa que “las situaciones que son percibidas como reales son reales en sus consecuencias”, es decir, a despecho de que lo sean realmente, algo con lo que juega de forma constante la comunicación política.
Lo cierto es que la proliferación de relatos distópicos, ya sea en formato audiovisual o escrito, siempre ha obedecido más a un temor a los excesos del presente que a sus horizontes de posibilidad. Así, Thomas Moro escribe su proto comunista Utopía ante las dinámicas ortodoxas de la Iglesia Cristiana y la privatización económica de un capitalismo en ciernes, Orwell escribe su Granja y 1984 con una profunda preocupación por lo que siglo soviético sería capaz de dar a luz y, más recientemente, Margaret Atwood escribe El cuento de la criada ante los contragolpes sufridos por un feminismo norteamericano que ya había conquistado cotas importantes de independencia -económica y política- para las mujeres, otrora atadas a una cocina con cortinas estilo pin-up, planteando una sociedad ultra ortodoxa regida en todos sus puntos por las directrices puritanas.
Y es que un elemento esencial de las distopias -y cada vez más de nuestra cotidianeidad- es el retrato del poder como algo capaz de trascender las viejas fronteras público/ privado. Quizás una evolución del no tan viejo lo personal es político, un poder que no se contenta con dirigir nuestra acción en el entorno de lo común, sino que también quiere marcar las directrices de nuestro comportamiento íntimo y personal, ya sea en cenas familiares, explicando cómo comportarse frente al cuñao en Navidad, o junto a un posible concubino en la intimidad de la alcoba.
En el frente audiovisual, la estupenda Black Mirror suele apuntar a un miedo típicamente moderno, la impotencia derivada de la dependencia creciente de la tecnología, más aún cuando estos mismos gigantes tecnológicos de los que todos dependemos forman parte simbiótica del poder político establecido. Un poder político que más allá del Atlántico ya no tiene ningún reparo en aparecer públicamente de la mano del gran capital, sirva como ejemplo la entrevista de Trump y Musk en Fox.
En Europa ocurre algo parecido aunque nosotros, mucho menos avezados en lo que a mercadotecnia política se refiere, aún presentemos esta connivencia de lo político y lo económico/tecnológico bajo una pátina de misterio y sólo unos pocos sepamos que tras su victoria electoral Sánchez recibió a Soros en sus dependencias de Moncloa, o que el gobierno lleve años luchando por el control de Indra. Aunque todo esto no sea más que una de las tantas cosas conocidas por aquellos que las queremos conocer, mientras que para el resto son bulos de la ultraderecha.
Quizás hacer política sea proponer utopías o, al menos, plantear la necesidad de una alternativa en ciertos puntos esenciales. Siguiendo este hilo, no deja de tener sentido que hoy en día, cuando la parte propositiva de la política ha dado paso a lo meramente declarativo, incendiario y viral, el mercado cultural aparezca inundado de distopías, o lo que es lo mismo, relatos mediocres de todo lo que podría ir mal.