A 20 kilómetros de la ciudad de Atenas se encuentran las ruinas de este santuario, que en su día, fue visitado por todos los griegos durante siglos. Un santuario donde los neófitos, los aspirantes a formar parte de aquella comunidad, adquirirían un conocimiento sagrado. Pero ojo, no era ningún tipo de secta, sino que era una experiencia totalmente iniciática. Su existencia era conocida por todos y no había distinción o condición para intentar participar más allá de saber hablar griego. Sobre todo tenías que estar dispuesto a experimentar lo que te aguardaba y no revelar jamás lo que allí acontecía pues sobre ti caería la desgracia, y prepararte para quizás, no volver a ser el mismo. Precisamente en el mes de septiembre se producía el mayor de sus acontecimientos festivo-ritual, los Misterios mayores; pero se necesita previamente entender la cosmovisión que los sustenta.
El mito de Deméter y Perséfone
La leyenda comenzó con la diosa de la tierra de este antiguo mundo de los griegos, Deméter, la diosa del trigo, del grano que dependía la subsistencia de dichos habitantes de la Hélade. Perséfone era su hermosa hija, pero un día ésta fue raptada mientras recogía flores, por el dios del inframundo y hermano del gran dios Zeus: Hades. Por tanto, al enterarse Deméter de ello, decidió abandonar el Olimpo y vagar por la tierra y el mar en busca de su hija a modo de penitente, pero sin obtener resultado. Producto de su tristeza y desesperación, la naturaleza y con ello los alimentos se fueron marchitando hasta morir. Tal fue la situación que Zeus tuvo que intervenir para evitar tal calamidad, y por ende exigió a su hermano Hades el regreso de Perséfone con su madre. No obstante con una condición, pues su nueva esposa debería de regresar con él durante un tercio del año. Y es así, como existen las estaciones, pues Deméter vuelve a estar triste cuando su hija está en el inframundo – otoño e invierno – para después estar feliz por regresar junto a ella – primavera y verano –. Y donde siempre espera su regreso, es un estanque rodeado por árboles cerca de unos campos de trigo. Ese lugar, será la fundación de este santuario.
El descenso hacia los infiernos
Así pues, desde Atenas – que fue la ciudad que más peregrinos recibió este santuario por su avocación a la diosa – el ritual comenzaba con un viaje procesional. No sin antes, recibir en la polis a un heraldo sagrado que convocaba en el ágora a todos aquellos que deseaban participar y llevar a cabo unos baños purificadores y sacrificios pecuarios frente al mar. Después en dicha procesión los sacerdotes portaban objetos sagrados y los peregrinos iniciados trataban de experimentar la misma sensación que vivió la diosa Deméter en la búsqueda de su hija – cansancio, fatiga, hambre – mientras realizan danzas y entonaciones musicales. Todo ello, para llegar en ayuno al santuario con la caída del sol, el crepúsculo, y acceder a la puerta del submundo por donde entra y sale Perséfone según el mito. A partir de aquí, debían preparase para beber la droga del kykeon – una pócima en base a productos cereales y vegetales – que permitía un estado alterado de la conciencia. Y así, realizar la catabais hacia ese sistema de cuevas – la prueba del héroe que consiste en el descenso al inframundo que aparece en multitud de narraciones literarias – donde los hierofantes les sometían a un drama teatral, una experiencia absolutamente inversiva sobre la muerte.
El renacer
Esta explicación poética sobre lo contingente de la existencia, que permitía el entendimiento de que la vida humana igual que la natural no es eterna y que todo es cíclico – pues toda vida es nacimiento, muerte y renacimiento – hacía de este culto enseñar la importancia de la parte inmortal del ser humano. Pero nosotros somos seres susceptibles que necesitamos lo sensorial para entender la dimensión metafísica de la existencia. Y estos rituales permitían experimentar esa “muerte en vida”, una experiencia lo más cercano al mundo de los muertos y los espíritus para volver a nacer de nuevo en este mundo, pero esta vez como una persona totalmente distinta, pues ya había alcanzado toda comprensión de los misterios del ser y el cosmos. Y por consiguiente el miedo y la incertidumbre vital se esfuma para dar paso a un bálsamo de comprensión y entendimiento de las grandes y eternas verdades hasta que llegue ese momento definitivo de paso a la otra vida; de bienaventurada a la trascendencia.