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19 Sep 2024
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Los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard

El vio, al tiempo que se formaba y maduraba de la niñez a la adolescencia, cómo germinaba el nazismo en la sociedad y como quedaba aplastado bajo el hierro retorcido por las bombas para dar inicio a la cruenta posguerra

Thomas Bernhard es, con toda probabilidad, el único de los grandes escritores austriacos que se quedó en Austria durante la guerra y sobrevivió para narrar dicha experiencia desde dentro. Fue, pues, durante toda su vida, la conciencia moral de un país, alguien a un tiempo interno y externo a él, emboscado como un exiliado interior más que critica duramente aquello de lo que no puede dejar de formar parte. El vio, al tiempo que se formaba y maduraba de la niñez a la adolescencia, cómo germinaba el nazismo en la sociedad y como quedaba aplastado bajo el hierro retorcido por las bombas para dar inicio a la cruenta posguerra.

La autobiografía de Bernhard, dilatada a lo largo de un conjunto de novelas (El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño), presenta numerosas irregularidades históricas que varios estudiosos de su obra han señalado. Habla como protagonista de la historia en un estilo cadencioso que no cesa de narrar hasta que ha acabado su historia. Los varios libros agrupados bajo el título de Textos autobiográficos (1983) no se corresponden con la realidad pero mantienen un protagonista, un relato de una época, un estilo literario, una filosofía vital muy determinada y una forma de percibir el mundo irrenunciable.

Sus críticos dirán que miente en lo que cuenta edulcorando la realidad, fabulando con penosidades inmundas y casi dickensianas el relato de su vida, añadiendo tintes trágicos a una historia que, de por sí, no necesita de añadidos melodramáticos. No entenderán nada. Bernhard nos cuenta una mentira que es más cierta que la realidad, nos cuenta un relato irreal que es perfectamente imaginable como parte de la realidad y en donde nada es gratuito sino que está incluido en el texto para realizar una queja completa.

Quién piense que lo literario debe corresponderse a lo real se equivoca. Se trata de aquello que Mario Vargas Llosa llamó “La verdad de las mentiras”, dado que, ni siquiera en una biografía se puede identificar plenamente lo escrito con lo vivido. Cualquier acto de recordar es una tergiversación de esa realidad pasada: por la propia metamorfosis de la memoria tras un intervalo de tiempo, por la “lectura” explicativa posterior que hacemos de dicha experiencia, por la “edición” del recuerdo donde escogemos qué eliminar, qué contar y qué callar. La literatura no es una excepción; y menos aún cuando se practica con un pensamiento tan definido como el que demuestra Bernhard en los cinco textos recogidos en el volumen de Textos autobiográficos.

Una conciencia aguda de postguerra

Bernhard es la conciencia aguda de la posguerra. Su obra lucha contra el relato de una sociedad que sale adelante de la miseria dejando atrás los prejuicios nazis que antes había aplaudido. Exiliado interior, Bernhard es casi un proscrito en su propia tierra porque dice la realidad que nadie se atreve a reconocer: la intolerancia cargada de prejuicios que da continuidad a ese puritanismo de principios de siglo que nunca quedó obsoleto del todo. Aplaudieron a Hitler porque eran tan psicópatas e intolerantes como él y supieron adecuar esa moral fascista (en realidad: nacionalsocialista) a un modelo católico que el resto de Europa pasó por alto. Al menos, esa es la tesis del autor de obras como El malogrado (1983), Hormigón (1982) o Extinción (1986).

Frente a esa figura de exiliado interior que mantuvo Bernhard hasta el final de sus días, tenemos la figura de exiliado exterior: la figura de Stefan Zweig, apenas unas décadas antes. Es muy fuerte el contraste entre la visión de Zweig y la visión de Bernhard. Ya el propio estilo choca: transparente como un cristal en Zweig; y tortuoso, lleno de aristas e interminable en el caso de Bernhard. Es la neurosis de Bernhard lo que integra todas esas sombras que Zweig no quiso ver en vida; las mismas aristas oscuras que, al final de sus días, le condujeron al suicidio durante su exilio exterior en Brasil.

Ampliemos un poco más esa comparación entre los dos tipos de exilio, que es tanto como decir entre los dos tipos de escritura: mientras que Zweig trata de agasajar al lector con un relato fácil y accesible, dividido en capítulos cortos y poblado de frases simples que, a cada instante, anuncian avance; el estilo de Bernhard vuelve siempre sobre las mismas obsesiones, los mismos traumas sin exorcizar que se esculpen en la memoria con frases largas, con páginas y páginas que se suceden sin el descanso de los párrafos, con páginas donde una experiencia horrible engarza con la siguiente sin respiro, y donde la elección entre el suicidio o la penosa supervivencia del propio narrador es un dilema fundamental. Zweig, en definitiva, idealiza la realidad; mientras que Bernhard mira directamente su faz a través de las distintas variaciones narrativas que componen sus célebres Relatos autobiográficos.

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