Como el perro y el gato
En general, los antiguos asociaban a los animales con una función específica, por ejemplo, la caza, protección o acompañamiento. Por eso, aquellos que cumplían estas características eran, principalmente, los perros. Aristóteles en la Historia de los animales mencionaba siete razas caninas: el moloso, procedentes de Persia con el rey Jerjes y valorados por los cazadores por su gran fuerza; el epirota, un perro pastor grande; el meliteo, un antepasado del maltés, pequeño y delicado; por último, los perros llegados de Laconia, Cirene, Egipto e India.
En Roma, los perros tuvieron un lugar de mayor prestigio que en Grecia, pese a compartir el mismo fin. Su papel de perro guardián lo podemos observar en las casas con la inscripción de CAVE CANEM o “cuidado con el perro”. Y es que el moloso era el indicado para desempeñar esta tarea con sus afilados colmillos y su robustez, llevando un collarín con tachuelas con el fin de atacar y defenderse de otros animales. Asimismo, hallamos a otros más calmados llamados canis catelli (“cachorritos”), sobre todo, la raza de los melitae (los pequeños malteses), dóciles y común entre las clases acomodadas, que ofrecían mera compañía y entretenimiento.
En cuanto a los gatos, sabemos que tanto los griegos como los romanos no tuvieron una gran afinidad con ellos. En Grecia, se importaron en forma de contrabando y se encargaban de controlar plagas y de cazar ratones (se apreció más en Roma como mascota doméstica), puesto que las comadrejas o los hurones, que se usaron previamente para este rol, olían mal. Incluso, las aves como las palomas, gorriones, codornices o loros se usaban más como mascotas.
Los animales de los famosos
Las anécdotas de las celebridades no cesan en una civilización tan caótica como la clásica. Por ejemplo, Alejandro Magno y su caballo compañero en sus contiendas y que solamente él era capaz de domar llamado Bucéfalo (“cabeza de toro”) o su perro moloso Péritas (tan feroz que derrotó a un león y a un elefante). Por supuesto, no hay que olvidar al caballo lujurioso de Calígula, Incitatus, el cual recibió muchos más favores y honores que cualquier persona podría imaginar: establo de mármol con sirvientes para su cuidado, mantas púrpuras y preciosos collares, planteándose el loco emperador nombrarlo cónsul.
También, en la literatura encontramos animales como el gorrioncillo de Lesbia o Clodia -la amada de Catulo-, donde el poeta le dedica los famosos poemas II y III, o en la Odisea de Homero el leal perro de Odiseo, Argos, que esperó veinte años hasta el regreso de su amo y, al reconocerlo, murió en paz.
Quizás ha variado el tipo de relación entre los humanos y los animales, sin embargo, es evidente que su conexión a lo largo de la historia es innegable.