En los primeros momentos de germinación de la religión cristiana, la magia se inmiscuye en la sociedad como método de defensa o remedio de cualquier mal.
Los libros de magia
Las fuentes primarias fundamentales son los Papyri Graecae Magicae, editados por K. Preisendanz, y el Supplementum Magicum, recopilado por R. W. Daniel y F. Maltomini. Consisten en compilaciones de numerosos manuales de magia procedentes del Egipto grecorromano y datan desde el final de la época imperial romana hasta comienzos del imperio bizantino (ca. I-V d.C.). Rápidamente, se extendieron a lo largo de la cuenca mediterránea y se escribieron en griego antiguo con algunos en copto o demótico por magos-escribas profesionales en la materia.
La estructura, frecuentemente, es prescriptiva con el fin de indicar con suma claridad la elaboración de los encantamientos. El contenido de estas recetas mágicas es bastante variado: magia protectora y defensiva, magia amorosa y de sometimiento, magia maléfica y magia adivinatoria, incluso, ilusionismo, instrucciones de cómo atrapar a un ladrón, alejar la entrada de insectos en casa, abrir puertas cerradas, etc.
Jesucristo, el mago
En cuanto a la magia cristiana, es de especial interés la temática de magia protectora y defensiva compuesta por dos funciones primordiales: apotropaica, asignada a la protección de la casa, familia o a uno mismo de cualquier mal que aceche o de espíritus malignos, y yatromágica, destinada a la curación de enfermedades, mayoritariamente de fiebre y escalofríos. El tono habitual del mago suele ser de corte suplicante al mismo tiempo que apremiante para conseguir el efecto deseado con prontitud.
Analicemos, pues, uno de ellos del tipo apotropaico: «Cristo fue anunciado de antemano, Cristo apareció, Cristo sufrió, Cristo murió, Cristo resucitó, Cristo se elevó, Cristo reina; Cristo salva a Vibio, al que Gennaia parió, de toda fiebre y de todo escalofrío, diario, cotidiano, ahora ya, rápido, rápido» (Suppl. Mag. I, 35).
Así, observamos que, una vez enumerados unos acontecimientos de Jesús, Cristo invocado debe socorrer a la víctima («Vibio») de la patología («de toda fiebre y de todo escalofrío»), sirviéndose, así, de un término recurrente del cristianismo («salva»). Igualmente, se sigue utilizando el matronímico que nos permite asegurar al sujeto indicado, sustentándonos en la ley natural («al que Gennaia parió») y, por último, la mención temporal se remarca lo instantáneo que se pretende que se produzca la acción («diario, cotidiano, ahora ya, rápido, rápido»).
Asimismo, otros rasgos que podemos encontrar en estos hechizos son: los símbolos propios de la identificación cristiana (la cruz o el estaurograma, producto de la combinación de la tau y la rho griega), apelación a otras divinidades (Virgen María o los santos) y fragmentos de los Evangelios, Salmos, como muestra de su inmenso poder.
Un apunte que no debemos olvidar es el papel de Jesús en estos escritos y si se le ha de considerar como un mago en tanto en cuanto taumaturgo («hacedor de cosas asombrosas, maravillosas»). La conjetura más aceptada por los investigadores es que su legitimación de los poderes sobrenaturales y su capacidad de realizar milagros se sustentan en calidad de profeta mesiánico.
¿Y se hizo el milagro?
En suma, un posible esquema genérico de esta magia cristiana protectora podría ser:
1. El nombre de la deidad que pueden desembocar o no en pequeñas historias bíblicas.
2. La protección o defensa en sí.
3. Cierre con el momento en que se apela a la inmediatez de la acción.
4. Ocasionalmente, los encantamientos están complementados de signos mágicos, afianzando la fuerza mágica.
Y es que, pese a la existencia de una medicina y de la religión oficial, la magia se justifica como una alternativa según los intereses y las preocupaciones personales cuando los medios convencionales fallan, cuya efectividad, al final, es un acto de fe.