En los últimos años los investigadores se han centrado en la reconstrucción histórica, en base a documentación administrativa y cotidiana, de la vida y aventuras de los hombres integrados en las tropas de la Monarquía española: lo que se ha denominado como “nueva historia militar”.
Estos hombres luchaban, según lo define el historiador Aitor Aguilar Esteban “por el rey”. Al acercarnos a estos individuos “es complicado hablar de patriotismo como lo conocemos hoy día. Según los tratadistas, como Martín de Eguiluz, luchas por Dios, por la fe católica. Al fin y al cabo, la representación de Dios en la tierra venía condicionada por la elección divina del monarca” expone el citado investigador de la Asociación Valenciana de Historia Militar, quien recientemente acaba de publicar su trabajo titulado ¿Pendencieros y malentretenidos? El tercio de infantería en la ciudad de Palermo (1611-1630).
¿Cómo se organizaban las unidades de combate? Precedentes en el siglo XV
En palabras de Aitor Aguilar: “estamos hablando de un grupo social clave para entender la Edad Moderna”. Se trata de un conjunto de individuos que no conforman “ejércitos profesionales, (en realidad) son ejércitos que se van, poco a poco, profesionalizando”.
En 1500 la “llamada” era el esquema habitual de reclutamiento. Las levas eran puntuales y, previamente a esta fecha, podían acudir a su llamada nobles, infanzones, caballeros o infantes de a pie, también los llamados “peones” y, por supuesto, estos nobles podían acudir con sus propios combatientes. Además, cerca de las distintas poblaciones los dirigentes locales tenían la posibilidad de hacer uso de las milicias concejiles.
Si retrocedemos unos años observamos que las fuerzas de los Reyes Católicos se formaron con infantería, caballería y artillería, sin duda fue esta última la que sufrió una evolución más notable. En el siglo XV la Corona de Castilla disponía de lombardas, truenos de mano o estáticos, pasavolantes y espingardas, todo ello en bronce y hierro con un prototipo de cureña fabricada en madera. El 2 de mayo de 1493 la Monarquía Católica ordenó la formación del sistema de las unidades de “guardas”. Se trataba de un nuevo cuerpo de infantería que, al igual que las secciones de escoltas de los gobernantes, eran financiados por los propios Isabel y Fernando y supondrían la base del Ejército castellano-aragonés hasta el fallecimiento de la reina.
El siglo XVI
En enero de 1503 las compañías evolucionaban y formaban una leva de soldados de “combate”, de “fuego” (arcabuces) y “tiro” (ballesteros). Por otro lado, se configuró un esquema por el que una serie de compañías permanecieran en activo fuera de los periodos de guerra. Esta era la Compañía de Ordenanza la cual contaba con más de 60 efectivos y se solía acuartelar cerca de los edificios gubernamentales o los pasos fronterizos; un tercio de los hombres debían ser espingarderos y dos tercios piqueros. En esta línea, los peones dejaron de recibir este apelativo por el término “gente de ordenanza” en 1504.
Entre 1505 y 1509 se localiza la formación del Cuerpo de Coronelías. Los oficiales superiores de estas secciones eran los coroneles o “jefes de columnela” y lideraban entre 800 y 2.000 efectivos por coronelía.
En 1510 el estatus de los hombres de infantería pasará a ser el de “infantes” y a lo largo de los territorios castellano-aragoneses habría 23 unidades estables. El reclutamiento de los infantes se llevaba a cabo mediante pregones que distribuían en las distintas villas las noticias de emisarios y corregidores anunciando el alistamiento de hombres entre 20 y 25 años edad; la entrada en la coronelía debía confirmarse delante de un escribano.
Nos recuerda Aitor Aguilar: “no debemos olvidar que el entrenamiento y el mantenimiento de una tropa es costoso… Poco a poco, y con el objetivo de utilizar a los mercenarios cada vez menos, los ejércitos se fueron profesionalizando, aunque lo más cotidiano era encontrar grupos, compañías o cuerpos muy bien entrenados y dedicados a una sola labor, como las guardias de costa del Reino de Valencia o las del Reino de Sicilia; cuerpos con la tarea de prestar ayuda en una ocasión determinada, como un ataque pirata, que podía ocurrir en cualquier momento”.
Una de las mayores levas reclutadas previamente a la llegada de Carlos, o un intento de ello, fue el proyecto del cardenal Cisneros a la muerte de Fernando el Católico en 1516. El regente pretendía reclutar más de 30.000 hombres para reforzar a las unidades de guardas, hecho que no se pudo llegar a materializar con la llegada de Carlos y el fallecimiento del cardenal.
Mercenarios y extranjeros
Las fuerzas de Carlos se componían de una gran amalgama de nacionalidades y culturas, castellanos, aragoneses, portugueses, italianos, alemanes, suizos, valones, etc. La Monarquía Hispánica aceptó extranjeros entre sus filas desde sus orígenes a finales de la Edad Media, además, estos hombres se verán auxiliados en su estancia en la península ibérica mediante hospitales y la financiación real. De hecho, en el transcurso de la legislación de los Austrias en Castilla y Aragón los extranjeros en muchos casos serán considerados “agentes del rey”. El propio Carlos V publicó una serie de privilegios para los flamencos residentes en España en abril de 1533.
Una de las tipologías de soldados más conocidas al servicio del Sacro Imperio y de Carlos fueron los “lansquenetes”. Aunque se veían más en Centroeuropa que en la península, debemos recordar que a su llegada el joven rey tenía a su disposición 4.000 de estos voluntarios. Estos “servidores de la tierra”, de origen alemán, tenía una fuerte representación en las áreas de Suiza, Suabia, Baviera, el Tirol y Austria. Su utilización se debía principalmente a dos aspectos. El primero era su fe católica, el segundo su completa devoción en el combate y su valentía.
El hecho es que el cuidado y el mimo hacia estos guerreros dio paso a un clima de crispación interna. “Los mercenarios, por ser soldados que permanentemente estaban en contacto con el combate, seguían siendo los preferidos”, nos cuenta Aitor Aguilar. Y es que en una de sus campañas decía el duque de Alba a los castellanos “he oído que os quejáis de mí, que no miro tanto por vosotros, como por los tudescos”. Las tropas originarias de la península ibérica se sentían menospreciadas o “infravaloradas” frente a los mercenarios e infantes “tudescos” (alemanes).
Algunas reformas militares
El 15 de noviembre de 1536 Carlos proclamó una nueva ordenanza, pretendía organizar a un contingente de 10.000 españoles, 24.000 alemanes y 26.000 italianos sin contar otras nacionalidades y algunos opinan que es el origen de los “Tercios españoles”. Algunos investigadores señalan que la verdadera aparición de estas unidades se daría en 1534 en la reforma de las tropas destinadas en los territorios italianos. Más tarde, en 1552, el nuevo reglamento estipuló que las unidades de guardas no debían salir de la península siendo los tercios lo que se encargaran de la defensa exterior.
Vida cotidiana de los combatientes
El veterano Núñez de Alba (1552) nos relata en sus escritos las largas travesías que tomaban estos hombres que, en numerosas ocasiones, terminaban con la caída del sol. La moral y la intendencia fueron vitales para la supervivencia del soldado medio. En lo que respecta al alojamiento, cuando no había dinero para acordar el acomodamiento de las tropas en las villas de paso, los hombres terminaban descansado al raso. Sin embargo, cuando esto pasaba la oficialidad mandaba fortificar el “asentamiento”. Por lo que una serie de cercos y trincheras guardaban a los hombres en el mejor de los casos.
En la urbe, señala Aitor Aguilar, “las ciudades italianas, por ejemplo, las obras pías y asistenciales eran clave para cuidar a este grupo social, que solía, además, ejercer la violencia en contextos donde no era propicio enriquecerse o, al menos, ahorrar algún dinero”. La vida del soldado de a pie en los ejércitos del emperador Carlos V era agotadora y muy sacrificada. Este artículo solo aporta unas pocas pinceladas de todo un mundo por descubrir en una época en la que la guerra era uno de los ejes de la sociedad. Cabe destacar una cita del propio Núñez de Alba que dice así:
“Pues está claro que, si los capitanes no obraran, los historiadores no tuvieran de qué escribir”.