Las últimas páginas del relato La noche del océano rezan: «Entonces todo quedará sumido en la oscuridad, pues incluso se extinguirá la luna sobre las olas. No quedará nada, ni por encima, ni por debajo de las sombrías aguas. Y hasta el último milenio, y también después, el mar atronará y se sacudirá a través de la lúgubre noche». Es, tras la muerte de Howard Philips Lovecraft y antes del nacimiento de Thomas Ligotti, la cumbre del así llamado «horror cósmico»: donde ningún ser vivo transitará por la superficie del planeta tierra… Ahí, cuando los ciclos del tiempo se apaguen y sólo las aguas inconsútiles que escapan de los dominios del demiurgo prosigan agitándose bajo el oscuro manto de la noche: sin rastro alguno del hombre ni de su pasado a la vista.
El autor de las líneas anteriormente citadas es Robert H. Barlow, que al momento de escribirlas tenía apenas 19 primaveras. El relato fue terminado en 1937; que también fue el año de la muerte de Lovecraft, su maestro, mentor, amigo y hasta amor platónico, a consecuencia de un cáncer súbito. A partir de ese momento, Barlow se convertiría, por designación directa de HPL, en su albacea literario, en el Gran Maestro de su culto y, sobre todo, en hipotético guardián del grimorio real o legendario en el que, según se especula, se inspiraba el ficticio Necronomicón atribuido al poeta árabe Abdul Alhazred, en realidad un pseudónimo del genio de Providence; y fue ese legado, precisamente, el que con toda probabilidad le costara la vida a Barlow…
El 1 de enero de 1951, Barlow apareció “suicidado” en su apartamento de Azcapotzalco, Ciudad de México, y apenas 10 días después de tan perturbador suceso, otro genio con el que tuvo amistad, William S. Burroughs, a quien además dio clases de mitología azteca durante su estancia en México tratando de escapar de las garras del Gobierno de los Estados Unidos y su férrea política contra el consumo de estupefacientes, mandó una carta a Allen Ginsberg lamentándose por la muerte de Barlow, quien no sólo era un escritor de gran talento, sino que también fue un iniciado de alto grado en demonología, un sobresaliente profesor de antropología y un notable dibujante y escultor que, a pesar de sus graves problemas de salud (incluidos los oculares), nunca dejó de trabajar en el cultivo de su amplio talento. A principios de la década de los 50, con 33 años, Barlow apenas si escribía desde hacía más de diez años, puesto que estaba entregado por entero a la afasia poética propia de un Arthur Rimbaud hodierno.
Tiempo atrás, el 18 de junio de 1931, un jovencísimo Barlow escribió a la edad de 13 años una entusiasta carta al maduro escritor fracasado que entonces era Lovecraft, que en esos momentos acababa de regresar a Providence tras pasar unos terribles meses de convivencia marital en Brooklyn junto a la ucraniana Sonia Haft Greene. Aquel matrimonio jamás se consumaría, puesto que Lovecraft nunca conoció carnalmente a mujer alguna (que sepamos), relegado, como estaba, a una asexualidad puritana fruto de su homosexualidad reprimida… Lo que se unía a serios problemas económicos derivados de su escaso reconocimiento como escritor de relatos de género en publicaciones pulp como la ya célebre “Weird-Tales”: es un tiempo de decadencia civilizatoria y racial para Occidente, a ojos del genio de Providence, como se puede comprobar leyendo sus textos incluidos en la autopublicación “The Conservative”.
En ese contexto, como decimos, llega la misiva del adolescente Barlow: llena de admiración por sus relatos; preguntando directamente a Lovecraft por la existencia real del Necronomicón, que Lovecraft siempre negaría en su correspondencia, declarando una y otra vez ser «un escéptico», un ateo; y deslizando de forma poco velada una atracción homosexual latente hacia el escritor maduro y aún por consagrar. Quizás fue por este último elemento, que Lovecraft jamás reconocería abiertamente, que aceptó la propuesta de Barrow y se marchó a visitarlo a casa sus padres en Florida, donde HPL se establecería en dos largos períodos de 3 semanas, primero, y 2 meses, más adelante, en lo que constituye una de las escasas etapas de salud y bienestar en la vida de ambos artistas.
En uno de sus muchos fragmentos póstumos de signo autobiográfico, Barlow escribiría: «La vida se compone de literatura»; y fue precisamente esa entrega casi monacal al Arte, esa visión compartida por la necesidad de dejar una Obra tras de sí, esa reverencia común por las mismas deidades olvidadas y prestas a retornar (la dualidad comprende a «The Great Old Ones» y «the Elder Ones»), lo que más unió a Lovecraft con Barlow: ambos iniciaron una unión íntima, espiritual, que tenía tanto de amistad como de iniciación en Cthulhu, por lo que Barlow se convirtió en una suerte de secretario de HPL, cuya obra empezó a mecanografiar, y en algunos casos incluso a almacenar, de forma que los últimos relatos escritos por Lovecraft han llegado a nuestros días por vía de Barlow y sus propios albaceas testamentarios: es el caso de La sombra fuera del tiempo.
El maestro de Providence y Barlow
Lovecraft y Barlow co-escribieron un total de 6 relatos, entre los que destaca el sugerente El tesoro de la bestia-maga, lleno de claves relativas al esoterismo. La obra de Barlow, supervisada por Lovecraft hasta la muerte del maestro, llegó a almacenar más de 40 relatos, muchos de ellos todavía hoy inéditos en español. Barlow, barroco estilista y erudito precoz, fue percibido como un intruso en el círculo de Lovecraft: amigo de Robert Howard, compartió entusiasmo por los inefables «Mitos de Cthulhu» con Lin Carter; mientras que August Derleth lo declaró su enemigo público y Clark Ashton Smith no dudó en retirarle el saludo tras la muerte de Lovecraft.
El coronel Everett Davis Barlow, padre de Robert, fue retirado a la fuerza del ejército a causa de su delirio paranoide. Sin duda, su hijo heredó algo de esto, pero no se puede reducir su enorme conocimiento esotérico a la locura. Contra la versión oficial de su biografía, que achaca su muerte a un conflicto latente con su homosexualidad, existen otras versiones que hablan de un asesinato apenas encubierto como parte de una guerra teológica: el motivo para matar a Barlow sería el legado recibido de manos de Lovecraft, que estaría compuesto tanto del grimorio original en el que se basaba el Necronomicón ficticio como por un conocimiento mágico operativo de primer orden.
Según esta versión, la excusa de estudiar y enseñar arqueología prehispana y mesoamericana más allá de la frontera, financiado por sendas becas de los Rockefeller y los Guggenheim, y buscando manuscritos aztecas escritos en el idioma náhuatl que, junto al español, Barlow dominaba a las mil maravillas, se encontraría otro interés oculto: realizar una invocación a la verdadera deidad encubierta tras el nombre de Cthulhu en el mismo desierto de México donde, escasas décadas después, pernoctaría otro joven “ángel caído” de la historia norteamericana: Jack Parsons; y es que, al igual que Parsons mucho más tarde, al talentoso Robert H. Barlow esa frustrada tentativa le costaría la vida a una edad temprana.