La secuela de Bitelchús (o Beetlejuice, como es conocida internacionalmente) ha tardado 36 años en llegar, pero finalmente está aquí, dirigida nuevamente por Tim Burton. La película original, estrenada en 1988, dejó una huella imborrable en la cultura popular, gracias a su estética extravagante y al carismático Michael Keaton en el papel del alocado, grotesco y excéntrico Bitelchús. Con su humor irreverente y su crítica satírica de la vida y la muerte, la cinta original fue un éxito rotundo, y su legado sigue vivo hasta hoy.
Es natural, en la época actual de remakes, secuelas y reboots, que una película tan icónica tuviera una continuación. Tim Burton llevaba tiempo planteándose la idea, esperando dar con un guion que estuviera a la altura de las expectativas. Ahora, con el estreno de la secuela, el público por fin ha podido ver cómo se materializa esa visión.
El elenco original vuelve a la pantalla, con Michael Keaton retomando su rol como Bitelchús y Winona Ryder nuevamente en su icónico papel de Lydia. A ellos se suman nuevos rostros, como Monica Bellucci, Willem Dafoe, Jenna Ortega (quien ya trabajó con Burton en la exitosa serie Wednesday de Netflix), Justin Theroux y el siempre memorable Danny DeVito. Además, Danny Elfman regresa para componer la banda sonora, lo que añade un toque de familiaridad y nostalgia.
¿Una secuela digna?
Si bien la película resulta entretenida y nostálgica, logrando capturar la esencia del original en varios aspectos, no es perfecta. Las referencias a la primera entrega, el diseño visual y la interpretación de Keaton son sin duda los puntos fuertes. La estética característica de Burton sigue presente, y la película fluye con una energía que seguramente sacará sonrisas a más de un fan.
Sin embargo, hay algunos aspectos que dejan un sabor agridulce. El principal problema es la abundancia de personajes. Aunque en la primera película había un elenco variado, la trama se centraba principalmente en la relación entre la pareja protagonista y Bitelchús. En esta secuela, la historia parece dispersarse entre varias subtramas: el personaje de Jenna Ortega por un lado, Monica Bellucci como villana, Winona Ryder con sus propios problemas, y así sucesivamente. Aunque estas historias eventualmente convergen, la dispersión afecta al ritmo y al enfoque central de la película.
Otro aspecto que no logra estar a la altura de la original es el humor. Aunque las escenas en las que aparece Bitelchús son divertidas y el personaje sigue siendo encantador, la película no logra arrancar las carcajadas que generaba en 1988. Si bien es entendible que algunas características del personaje hayan sido suavizadas debido a los tiempos actuales, la irreverencia y los comentarios políticamente incorrectos de Bitelchús eran parte esencial de su atractivo, y su ausencia se siente.
La banda sonora de Danny Elfman, por otro lado, sigue siendo un punto fuerte. Con nuevas piezas que complementan las ya conocidas, su música añade una capa adicional de nostalgia y emoción a la película.
El mayor punto débil es, sin duda, el acto final, que parece apresurado y carente del clímax esperado. A pesar de esto, la película es una experiencia entretenida, aunque no alcanza el impacto de la primera entrega. No es el mejor Tim Burton, pero sigue siendo un Burton disfrutable que sabe tocar la fibra nostálgica de su audiencia.
