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22 Ene 2025
22 Ene 2025
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Disney y su moda del live action

¿Es este el proceso que hará a Disney grande con nuevos clásicos?

El siglo XX fue una época dorada, histórica e inolvidable, que marcó el inicio de un camino que, pese a la falta de creatividad en algunos momentos, sigue construyéndose hasta hoy. Para Disney, su obra cinematográfica más emblemática, proyecto e inversión, que marcó un antes y un después, fue sin duda Blancanieves y los siete enanitos. En su momento, Disney llegó a estar al borde de la quiebra para financiar esta película hasta su estreno, y el resto, como ya sabemos, es historia.

A partir de ese momento, y hasta comienzos del siglo XXI, estuvimos plagados de obras cinematográficas de animación que, a día de hoy, son parte de nuestra infancia, de la nostalgia de gran parte del planeta. Personajes con los que hemos crecido, llorado, reído, empatizado, y que nos han enseñado la magia de las infinitas posibilidades que no solo tiene una película, sino el cine en general. Si te digo Hércules, se te viene a la cabeza su viaje heroico desde el Olimpo; si menciono Mulán, recordarás sus momentos épicos; si hablo de Tarzán, probablemente cantarás sus canciones. Ver un león, quizás, te recordará a El Rey León y sentirás la emoción de la muerte de Mufasa.

Podría seguir con muchos otros ejemplos de lo que estas películas, personajes, nombres, momentos, lugares y canciones significan para nosotros, ocupando una gran parte del imaginario colectivo tanto de los más adultos como de los más jóvenes.

Con el paso de los años, surgen preguntas inevitables sobre el futuro: ¿Seguirá Disney a este nivel? ¿Cuál será su destino a medida que avance la industria? ¿Conseguirá ocupar las mentes de nuevas generaciones con clásicos igual de grandes?

Es innegable que, de vez en cuando, Disney lanza películas que logran cosechar éxitos y recordar el cine de antaño. Por ejemplo, Frozen: El reino del hielo, uno de los mayores éxitos de la historia de la animación, recaudó más de 1.200 millones de dólares con un presupuesto de 150 millones. Otro ejemplo es Moana, que recaudó más de 600 millones. Estas dos películas, con historias y personajes creados desde cero, representan el camino que debería seguir la empresa. Aunque no me parezcan tan buenas como los clásicos, el hecho de contar historias originales importa, ya que es la forma más grande de impactar a la audiencia y enamorarla con nuevos mundos.

Sin embargo, también hemos visto fracasos importantes. Un ejemplo reciente es Wish, lanzada por el 100.º aniversario de Disney. Siendo una película simbólicamente tan relevante, resultó decepcionante en taquilla y crítica, con una trama floja y sin alma.

A lo largo de los años, Disney ha diversificado sus actividades: adquirió otras empresas, lanzó su plataforma de streaming (Disney Plus), y ha seguido experimentando. Sin embargo, tampoco es un secreto que, en la última década, la polémica ha acompañado muchas de sus decisiones, algunas vagas y poco creativas. Incluso el propio CEO de Disney comentó: «Debemos centrarnos en contar nuevas historias, y no lanzar tantos mensajes», una frase que invita a reflexionar.

En este contexto, Disney ha apostado por los remakes en formato live-action: trasladar sus películas animadas a la acción real. Este enfoque, aunque llamativo al principio, ha sido criticado por ser un recurso fácil que genera grandes recaudaciones sin apenas innovar.

¿Es el live action el camino adecuado?

Para la empresa, la respuesta es sí. Para el público general, tal vez no tanto.

En 1996, Disney lanzó 101 dálmatas, una película live-action más que decente que gustó en general. En 2010, llegó Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton, una gran adaptación que se alejaba del clásico y trasladaba la historia al estilo distintivo del director. Maléfica (2014), otra reinterpretación, también logró contar una versión libre y exitosa.

Sin embargo, en 2016, el paradigma cambió con el estreno de El libro de la selva, una adaptación prácticamente idéntica a la película animada de 1967. Sin mucho alma ni gracia, esta versión trasladó la historia a la acción real. A pesar de ello, fue un éxito rotundo: con un presupuesto de 175 millones, recaudó más de 950 millones de dólares.

Este éxito marcó un punto de inflexión. Disney adoptó esta fórmula como su «gallina de los huevos de oro», optando por adaptar clásicos animados a la acción real para generar dinero de forma sencilla y sin riesgo.

En 2017, La Bella y la Bestia siguió esta tendencia, recaudando más de 1.200 millones con un presupuesto de 260 millones. En 2019, llegaron Aladdín y El Rey León, con cifras aún más impresionantes: Aladdín recaudó más de 1.000 millones, y El Rey León, con un presupuesto de 260 millones, recaudó más de 1.600 millones, convirtiéndose en una de las 10 películas más taquilleras de la historia.

Estos datos confirman que la estrategia es económicamente exitosa. Sin embargo, surge la reflexión: ¿Es este el proceso que hará a Disney grande con nuevos clásicos?

La respuesta parece ser negativa. Por ejemplo, el próximo estreno de Mufasa: The Lion King, un spin-off de El Rey León, plantea dudas. Aunque puede ser una nueva historia, sigue mostrando la dependencia de Disney en sus franquicias preexistentes en lugar de apostar por la innovación.

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