Junto a su acceso principal, existe una zona acotada en los exteriores de la cárcel de Surat Thani donde se propagan filas de sillas cubiertas por un techo. Y allí, en la intemperie de una zona tan pura como lejana de todo y todos, se acurrucan las madres, esposas, abuelas e hijas, y de vez en cuando, algún señor, que esperan su momento para visitar a los suyos. Es muy posible que si el delincuente supiera las consecuencias que trae a sus seres queridos portarse mal, el nivel de delitos sería infinitamente más bajo. Pero por lo general sólo pensamos en los demás cuando ya es demasiado tarde.
Tras contarnos todo lo contrario durante las últimas semanas, cosa habitual desde que tomaron posesión de la estrategia, la defensa de Daniel Sancho, que según la agencia Efe ahora está en manos de la famosa Alice –en realidad Tassanapannaporn Keartjareanlap–, ha decidido solicitar una nueva prórroga que concluye el próximo 29 de diciembre para presentar la dichosa apelación a una sentencia transparente como un vaso de agua y con un contenido de tan sólo 47 páginas. Según Carmen Balfagón, es necesario enviarla en tailandés y que no exista error alguno, algo que sabíamos ya hasta los que no somos letrados. Sin embargo, para aquellas conclusiones que sí presentaron antes de la lectura de la sentencia sobre algo más de mil páginas del sumario y un mes de vistas, enviaron a última hora un infantiloide informe, que no sólo no se basaba en lo ya juzgado, sino que hasta el documento fue redactado en inglés.
De la enésima prórroga solicitada por la defensa llama la atención que los de siempre –la agencia Efe– hayan recogido en su nota de hace tres días que Alice Tassanapannapor sea ahora la letrada que lleva las riendas del caso, cuando hasta que ha ido saliendo a flote parte de la putrefacción que ha creado la citada junto con su cliente, ni la agencia Efe ni ningún medio la había siquiera citado. Y repito, ¿no les parece sorprendente que una señora que no ejerció ni de abogada ni de traductora sea ahora, cuando algunos ya sabemos de sus maravillosas formas de trabajar, la que lleve las riendas de la defensa? ¿Por qué no cobró nadie –ni los abogados españoles, ni el de Tailandia, que era de oficio– y sí esta señora de bolsos de marca, zapatos sin lustrar y ciertas formas algo barriobajeras?
En este maquiavélico caso, donde un pijo sin dinero propio ni educación ni supervisión suficientes, se cargó e igualmente descuartizó, al que además de regalarle y prestarle lluvias de dinero le amaba, entre la novedosa defensa tras la llegada de García Montes a finales de agosto del pasado año y el afán de las televisiones por cada vez poseer menos audiencia, muchos llegaron a pensar que el asesino y descuartizador fue obligado a ello porque el asesinado y descuartizado era de todo menos un ser humano. Y de aquellos barros estos lodos, viendo con aparente claridad que dilatar la presentación de la apelación sólo puede tener que ver con el deseo de que el juez se harte y dicte la sentencia firme para que los nenúfares castellanos de la toga puedan ya sí decir a los cuatro vientos que en Tailandia la policía se inventa pruebas, acusa de asesinato a personas inocentes, y que los jueces no respetan los procedimientos occidentales consistentes en solicitar aplazamientos hasta que España sea república, Argentina monarquía y Andorra imperio. Pero nada más lejos de la realidad: una revisión de la sentencia que llevó a Daniel –y gracias– a la cadena perpetua, podría desde dejarle como está a auparle a la pena capital, por deshonestidad con los cinco jueces que supervisaron la sentencia, en donde ya se advertía que gracias a sus dos confesiones, el hijo del que contrató a Alice rebajó el corredor de la muerte por todo el resto de su vida entre rejas.
Y mientras este absurdo no se detiene, el contubernio defensa + agencia Efe trata de meter con calzador –a buenas horas mangas verdes– a la señora déspota que seguro ha cobrado una cantidad de dinero cuando espera por otra y aún no sabemos por qué. Lo que debe quedar claro es que los superpoderes de la doña con los tribunales no existen y con los directores de prisiones se acabaron cuando a Daniel lo transfirieron a su nuevo hogar: la masificada y peligrosa prisión de máxima seguridad de Surat Thani, donde aunque pueda el sentenciado comer mejor que la mayoría –siempre que le abonen cantidades a su cuenta carcelaria–, la misma está a años luz de la vidorra padre –creanme: vidorra– que se pegó en su año y casi cuatro semanas en el penal-guardería de Koh Samui, cuando allí sí que pudo medrar el minipoder de doña Alice el cual pudo nublar la realidad para que el padre se creyera que todo el monte iba a ser, siempre, orégano, cuando ya hace tiempo que esos leves brotes verdes fueron pasto de las llamas.
Que yo hace dos días estuviera en la prisión de Surat Thani –evidentemente, sin derecho a visitar a Daniel– me recuerda el dañino momento que viven las televisiones en España, que fueron capaces de enviar a medio centenar de reporteros para la cobertura del juicio, además de durante las primeras semanas tras la detención de Daniel e incluso a algunos para la lectura de la sentencia, cuando ahora no hay uno sólo que se haya acercado por aquí ni de vacaciones. El Pulitzer de este año huele a plató rosáceo español. Sin duda.
Pero hay otra forma de entender la bajada de pantalones de la prensa rosa, en realidad rosa–elástica, porque se estiran y se estiran hasta donde les indican que deben hacerlo, ya que ninguno de ellos se ha hecho la pregunta de por qué ni el papá (Rodolfo Sancho) ni la mamá (Silvia Bronchalo), máximos interesados en dar ánimos a su hijo y visitarle, se han pasado por aquí, cuando según mis informadores consecuentes, tampoco se les espera. ¿Cómo podían abrir programas, generar titulares rimbombantes y copar las portadas del papel cuché estupideces varias cuando una certeza imposible de asumir –que esencialmente el padre y desde hace dos meses la madre han desaparecido del régimen de visitas del vástago– está siendo ignorada a sabiendas? Porque antes ver al papá llevando una hamburguesa al presidio de Koh Samui sí era noticiable. Y mucho. Juzguen ustedes. Y sobre todo los miembros del jurado del Pulitzer de este año.
Y como los periodistas de programas vespertinos que apestan a botox no vienen a estos lugares donde hasta hace poco plantaban tiendas de campaña, déjenme que les cuente algo que nadie ha sabido hasta hoy: cuando llueve, los reclusos suelen quedarse en sus celdas, aunque no siempre, pero sí durante buena parte de la jornada, cuando aproximadamente entre las seis de la tarde y las seis de la mañana se ven obligados a quedarse encerrados llueva o haga sol, ya que es la hora de dormir. Y hoy llovía a mares. Y según el funcionario escogido para mis curiosidades, desde hace ya ocho días. Por lo que, ¿no sería un titular esencial para ese tipo de medios el comentar ante su audiencia que Daniel ha salido poco al patio –o casi nada– en la última semana? Que desde la sentencia desfavorable el caso ya no sea parte de las escaletas de los programas de televisión demuestra la sinrazón de nuestro país, que decide según le convenga no sólo qué exhibir ante sus televidentes, sino hasta quién es o no asesino y descuartizador.
Cae la tarde en las inmediaciones de la prisión de Surat Thani. La lluvia arrecia y los accesos, algo encharcados, nos permiten imaginar esos patios igualmente anegados de agua destruyendo la única libertad que les queda a los presos: la luz natural. Y el funcionario, sonriente, me suelta la última: «No grabes más, por favor». Por lo que nos despedimos hasta otra, porque buen seguro la habrá.
1 comentario en “La apelación del caso Sancho: la estafa de nunca acabar”
Fantástico nuevo artículo! Muchas gracias Joaquín. Siempre es un placer leerte.