Cuando un cineasta estrena una película, intuyo que siempre tendrá ganas de saber lo que la obra ha significado en la audiencia o su experiencia con ella. Considero, sin ser experto ni mucho menos, pero sí un espectador acostumbrado a ir al cine cada semana, que ese mismo cineasta, que estrena la película con ilusión, también tiene un concepto que ha elaborado de la película para transmitir al público: su historia, su idea, su exposición de su enfoque en esa película, que dure los minutos necesarios para poder contar su relato.
Pero a veces vemos películas que guardan o sostienen una simpleza increíble, tanto en su ejecución durante los minutos como en su misma narración. Sin ir más lejos, un ejemplo que creo que muchos conocemos —si no os lo explico— es la increíble película 1917. El concepto es muy sencillo: dos soldados tienen que ir del punto A al punto B para llevar un mensaje a tiempo a un cargo alto del ejército. No tiene más, es simplemente eso. Ahora bien… la idea es cómo lo cuenta y qué recursos usan para hacer de algo simple algo llamativo.
Efectivamente, la película en su mayoría está grabada en plano secuencia (esto significa que está rodada casi todo el tiempo sin cortes, sin cortar la escena). Este recurso es el punto clave: el director, Sam Mendes, pretende hacernos vivir la guerra bélica en primera persona, como si estuviéramos en ella. Esto intensifica la agonía y empatía con los personajes, y así lo consiguió. La película logró ser una de las mejores experiencias en una sala de cine que recuerdo en los últimos años. Algo tan simple como que dos soldados tenían que ir de un lugar a otro para llevar un mensaje se transformó en un viaje real y crudo que no dejó a nadie indiferente.
Otro ejemplo rápido que pongo es la magnífica trilogía de Antes del amanecer. Tres películas de un romance donde dos actores pasan minutos y minutos hablando de la vida. Solo eso. Pero la magia de esas obras reside tanto en las actuaciones como en el guion. Eso es lo brillante del cine: hacer de lo simple algo bello con claves para el espectador.
Estas semanas he podido ver en cines justamente dos películas con esas características: We Live In Time, una película de romance melodramático protagonizada por dos actores muy de moda en la actualidad y de grandísimo talento, Andrew Garfield y Florence Pugh, y A Real Pain, un viaje familiar con fondo dramático protagonizado por otro dúo conocido, Jesse Eisenberg y Kieran Culkin. Ambas parten de una increíble simpleza que incluso hemos visto en infinidad de películas anteriores, pero tienen tres claves que comparten y que las convierten en muy buenas películas:
- Los actores son buenos y conocidos.
- La química que rebosan ambos dúos es fundamental, pues transmiten una energía y naturalidad que hace que las historias funcionen.
- El cuidado del apartado técnico, que entrega un producto de calidad. Esto, aunque parezca una tontería, muchas películas no lo cumplen y pierden muchísimo valor por ello.
Os cuento de qué van.
Dos estrenos simples pero conmovedores
We Live In Time es la historia de Almut (Florence Pugh) y Tobias (Andrew Garfield). Tienen un encuentro inesperado que cambiará sus vidas para siempre. A través de momentos de su vida juntos, enamorándose (conoceremos cómo se enamoran), construyendo un hogar, formando una familia, se revela una verdad difícil que sacude los cimientos de su relación (no quiero desvelar para no hacer spoiler). Mientras emprenden un camino desafiante, aprenden a apreciar cada momento del recorrido inusual que ha tomado su historia de amor.
Básicamente, la idea es simple —y repito, hemos visto esta película antes muchas veces—: una pareja que se enfrenta a un problema externo muy grave y tiene que lidiar con ello. Pero… la química entre Andrew y Florence, esa naturalidad, esas miradas, esas actuaciones convierten a una película simple en algo especial y recomendable, que estoy convencido emocionará a más de un espectador y terminará con más de una lágrima.
Por otra parte, A Real Pain es quizás más compleja y, bien es cierto, aunque parte de un concepto simple, tiene algo original que ahora os cuento. Es una comedia dramática, escrita, dirigida y protagonizada por Jesse Eisenberg, que sigue la historia del viaje de dos primos judíos norteamericanos desde Estados Unidos a Polonia, con motivo de la muerte de su abuela. Ambos están interesados en cumplir la promesa de empaparse y conocer sus raíces y el pasado de su familia. Pero cada uno tiene su propia motivación para alejarse de su rutina: David es un escritor frustrado que busca inspiración y sentido a su vida, mientras que Benji es un cineasta independiente que quiere filmar un documental centrado en el Holocausto.
A su llegada a Polonia, se unen a un tour guiado por los campos de concentración y los lugares históricos de la Segunda Guerra Mundial, donde conocerán a otros viajeros con diferentes motivaciones y perspectivas. A lo largo de su aventura, David y Benji se enfrentarán a situaciones cómicas, dramáticas y conmovedoras.
La parte compleja u original es que conocemos a estos dos primos a través de un tour por el Holocausto, con situaciones tanto cómicas como serias. Descubriremos las capas de los personajes mientras se relacionan con el grupo del tour, y en ello la película nos habla del perdón, de dejar las rencillas de lado y de la unión familiar.
Una obra humana recomendable, con actuaciones brillantes. Heisenberg está fabuloso, pero especialmente Kieran Culkin, que se posiciona como favorito al Oscar a mejor actor de reparto tras ganar el Globo de Oro. Palabras mayores, y muy merecido.
We Live In Time y A Real Pain son dos obras muy necesarias que tenéis en cines. Son películas para espectadores que buscan un cine más accesible, que habla de problemas humanos con naturalidad y conmueve por su simpleza y el impacto que generan. Este tipo de cine hace mucha más falta, ya que a veces, como público, nuestras aspiraciones son simplemente ver un relato de la vida, contado bien y con buenas actuaciones. Nada más ni nada menos.