Israel ha intentado asesinar al líder de Hezbolá, Hasan Nasrallah, en Beirut utilizando misiles lanzados por F-35, diseñados para destruir refugios subterráneos. El ataque ha causado una decena de explosiones, destruyendo varias edificaciones y generando una gran columna de humo visible desde diferentes puntos de la ciudad. El caos se apoderó de las rutas que conectan el centro de Beirut con el aeropuerto y Dahiya, donde Hizbulá tiene su principal centro de mando. Las familias cercanas al área atacada huyeron rápidamente.
El ataque israelí en Beirut, centrado en eliminar a Hasan Nasrallah, líder de Hizbulá, ha desatado una nueva ola de tensiones en la región. Según las autoridades israelíes, el bombardeo tenía como objetivo destruir el cuartel general de Hizbulá, que se encuentra en una zona densamente poblada en Dahiya, lo que ha sido criticado por usar civiles como «escudos humanos».
El ataque dejó un rastro de destrucción, con edificios reducidos a escombros, rescatistas buscando supervivientes, y una cifra de al menos dos muertos y más de cincuenta heridos, algunos en estado crítico. La devastación y el caos generaron escenas dramáticas, con civiles huyendo, algunos con lo poco que pudieron salvar de sus hogares, y milicianos cerrando calles mientras la población intentaba escapar del área
.Los F-35 israelíes lanzaron misiles de 1000 kilos especializados en penetrar búnkeres, lo que revela la sofisticación y precisión del ataque, diseñado para destruir las instalaciones subterráneas del grupo libanés. Aunque las fuerzas israelíes no lograron eliminar a Nasrallah, quien fue confirmado como ileso, el bombardeo provocó una escalada significativa en el conflicto.
Este incidente no es solo un ataque más, sino una posible señal de un conflicto más amplio en Oriente Próximo. Analistas como Sami Nader advierten que este ataque sin precedentes ha cruzado una «línea roja» en la región, y que Irán, principal aliado y patrocinador de Hizbulá, podría no permanecer inactivo. La conexión entre Teherán y Hizbulá es clave para los intereses iraníes en la región, y la destrucción de sus bases en Líbano podría incitar a Irán a responder en otros frentes, multiplicando los incidentes y tensiones regionales.
Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, acortó su visita a Estados Unidos para regresar rápidamente a Israel ante la posibilidad de represalias por parte de Hizbulá o Irán. El líder israelí ha sido claro en su postura de continuar con las operaciones militares a pesar de los llamamientos internacionales para un alto el fuego.
El gobierno libanés, a través de su primer ministro en ejercicio, Najib Mikati, condenó la «agresión» israelí, acusando a Israel de ignorar los esfuerzos internacionales por alcanzar un alto el fuego y de llevar a cabo una «guerra de exterminio». Estas declaraciones reflejan el creciente aislamiento y tensión en la región, con la comunidad internacional en una posición complicada para mediar en el conflicto.
El ataque a Dahiya tiene un fuerte simbolismo, ya que esta zona fue devastada en la guerra de 2006 entre Israel e Hizbulá, y posteriormente fue reconstruida bajo el patrocinio de Irán. Este contexto añade otra capa de complejidad, ya que la región ha sido históricamente un campo de batalla entre ambos actores, con consecuencias a largo plazo para la estabilidad del Líbano y la región en general.
La escalada actual tiene el potencial de desatar una cadena de reacciones violentas, con Hizbulá como protagonista en Líbano y un actor clave en los planes regionales de Irán. La comunidad internacional, mientras tanto, enfrenta el desafío de evitar una confrontación más amplia, que podría tener repercusiones desestabilizadoras en Oriente Próximo y más allá.