Durante la pandemia de COVID-19, las principales revistas científicas adoptaron con fervor el relato oficial: el virus tenía origen natural, las vacunas eran impecables, las mascarillas infalibles, y Trump jamás sugirió usar lejía. Ignoraron pruebas que contradecían ese dogma, silenciaron investigaciones incómodas y estigmatizaron a quienes se atrevían a discrepar. Ahora que algunos de esos críticos han asumido puestos clave en la salud pública estadounidense, las revistas parecen aún más interesadas en blindar sus vínculos con el poder que en fomentar el pensamiento crítico.
El nuevo director de los Institutos Nacionales de Salud, Jay Bhattacharya, fue entrevistado por Jocelyn Kaiser. Pero en lugar de publicar la conversación completa, la revista solo compartió breves fragmentos, impidiendo que el lector contextualizara sus respuestas. Un ex investigador del Senado reveló luego la grabación íntegra, dejando en evidencia la edición selectiva. Paul Thacker, periodista de investigación, calificó la entrevista como incoherente y cargada de sesgos, con preguntas difusas y confusas que el director tuvo que pedir que aclararan.
La misma publicación amplificó un reportaje de Nature —basado en fuentes anónimas y desmentido luego por los NIH— que aseguraba que EE.UU. cancelaría toda financiación científica internacional. En realidad, Bhattacharya explicó que solo se buscaba mayor control sobre los subpremios entregados a terceros fuera del país, en respuesta al polémico caso de EcoHealth Alliance y su conexión con el laboratorio de Wuhan, sospechoso de estar en el origen del virus.
Aunque el acuerdo con EcoHealth fue cancelado al final de la administración Biden, y su presidente Peter Daszak fue deshabilitado, Nature prefirió el alarmismo. Kaiser se defendió con un escueto “juzguen ustedes”. Science, que había replicado la noticia, la reformuló días después para aclarar que se trataba solo de los subpremios, aunque su titular inicial sugería lo contrario. El académico Gerald Keusch calificó la política como “casi una locura”, reforzando la narrativa alarmista.
Ese mismo Keusch fue quien ayudó a Daszak a coordinar mensajes con David Morens, asesor de Fauci, preocupado por el acceso de sus correos oficiales a solicitudes de transparencia pública. Morens confesó que usaba su correo privado para evitar la FOIA. El corresponsal Jon Cohen negó haber acusado a Bhattacharya de mentir, pero sus publicaciones en redes y su interpretación de la entrevista indicaban lo contrario.
Cohen escribió que Bhattacharya ignoró deliberadamente la pregunta sobre el cambio de política, concentrándose en rumores y malentendidos. Sostuvo que la respuesta del director sembró confusión sobre el impacto de limitar los subpremios y defendió el trabajo de Science. Pero este episodio se suma a una serie de traspiés editoriales recientes.
La revista ha sido cuestionada por más de 2.600 artículos que minimizaron las incertidumbres científicas durante la pandemia. Su editor en jefe, Holden Thorp, ofreció una disculpa tardía ante el Congreso por haberse burlado de la teoría de la fuga de laboratorio, que luego sería respaldada por el FBI, la CIA y otras agencias internacionales. En su momento, Thorp la calificó de “episodio mediocre” digno de una serie de televisión.
La nominación de Bhattacharya al frente de los NIH no cayó bien a ciertos sectores. Scientific American intentó desacreditarlo, tras haberlo identificado como una amenaza a las políticas de confinamiento de la administración Biden. Detrás de estas acciones se insinúa una red de relaciones opacas entre revistas científicas, agencias federales y financistas.
El ex fiscal federal Ed Martin investigó si Nature Medicine, responsable del famoso artículo “Proximal Origin” que defendía el origen natural del virus, actuó como vehículo de intereses ajenos al rigor científico. El texto, que desechó la hipótesis del laboratorio, habría sido redactado en colaboración encubierta con Fauci y Collins, ambos directamente interesados en evitar que se impusiera esa teoría.
Martin también descubrió que Nature ocultó el nombre de Jeremy Farrar, actual científico jefe de la OMS, quien participó activamente en moldear el artículo sin figurar como autor. Otro coautor, Robert Garry, incluso sugirió por correo privado que Farrar debía haber sido incluido como firmante del artículo.
Cuando un denunciante ofreció a Cohen pruebas del rol encubierto de Fauci y Collins en la elaboración de “Proximal Origin”, el periodista optó por reenviar el correo a uno de los implicados: Andersen, quien a su vez lo derivó a Fauci. Cohen defendió su decisión alegando que el mensaje no aportaba pruebas sólidas sobre el origen del virus, aunque luego lo publicó.
Las cartas de Martin, enviadas a editores de Nature, cuestionaban si las revistas científicas están cumpliendo su rol frente a la desinformación. Preguntaba si están adoptando nuevas normas que permitan incluir voces críticas y si son transparentes sobre sus vínculos con patrocinadores y agencias públicas.
El fiscal sospechaba que detrás de la aparente censura científica se esconde una connivencia con el poder político y financiero. También exigió saber si Nature Medicine acepta publicaciones que contradicen sus líneas editoriales o si su criterio se ve afectado por sus relaciones con fundadores, gobiernos o intereses comerciales. Por ahora, João Monteiro, editor de Nature Medicine, no respondió a los cuestionamientos. El silencio editorial, en este contexto, es más elocuente que cualquier editorial de portada