Desde 2013, el Banco Mundial había dejado de financiar la construcción de reactores nucleares. Su única incursión en este ámbito data de 1959, cuando apoyó la primera central eléctrica en Italia. Sin embargo, ahora la institución, cuya misión principal es reducir la pobreza y fomentar la prosperidad, parece dispuesta a reconsiderar su postura y dar al átomo un nuevo protagonismo. Ajay Banga, su presidente, propone una estrategia renovada que incluya gas natural, energía geotérmica, hidroeléctrica, solar, eólica y, sorpresivamente, nuclear, “donde sea adecuado”. El tema será debatido en junio, durante la próxima reunión de la junta directiva.
Este giro representa un cambio de paradigma para una institución acostumbrada a financiar solo energías renovables en países en desarrollo. Durante los últimos años, el Banco Mundial recibió críticas por su enfoque restrictivo: tras el Acuerdo de París, optó por apoyar casi exclusivamente fuentes renovables, salvo excepciones. Según Vijaya Ramachandran, directora de energía y desarrollo en el Breakthrough Institute y ex economista del Banco, esta política limitó gravemente las opciones energéticas de los países pobres, incapaces de suplir necesidades como la producción de cemento, acero o fertilizantes con solo solar o eólica.
La administración Trump lidera ahora las críticas más contundentes. Scott Bessent, secretario del Tesoro, acusa al Banco de haberse desviado de su misión original, priorizando temas como el cambio climático o la igualdad de género. Según Bessent, el Banco Mundial no debería recibir “cheques en blanco para iniciativas de moda y compromisos poco contundentes”. Estados Unidos, principal accionista con cerca del 16% del capital, ya exige una revisión de la política nuclear del Banco, respaldado por una resolución parlamentaria reciente.
El experto Éric Toussaint, autor de Banco Mundial, una historia crítica, advierte que, bajo la administración Trump, estas instituciones están siendo profundamente desestabilizadas. Históricamente, la energía nuclear ha dividido posturas: mientras Estados Unidos ha sido favorable, Alemania ha mostrado fuerte oposición. Hoy, sin embargo, los intereses de Estados Unidos, China y Rusia en el impulso de esta fuente de energía convergen, lo que podría allanar el camino a un consenso, a pesar de la rivalidad económica entre ellos.
Charles Oppenheimer, nieto del físico Robert Oppenheimer, refuerza este enfoque en un reciente artículo de opinión. Argumenta que levantar la prohibición sobre la energía nuclear sería una ventaja estratégica para Estados Unidos, cuyos avances tecnológicos en el sector son de los más competitivos, pero que pierden contratos frente a las ofertas estatales de Rusia y China, que incluyen financiación total, construcción y gestión de residuos. Oppenheimer considera crucial romper ese círculo.
Si el Banco Mundial finalmente adopta esta nueva postura en junio, es probable que otras entidades, como el Banco Asiático de Desarrollo, sigan su ejemplo. No obstante, este cambio llevará tiempo, pues estas instituciones deberán desarrollar capacidades internas para gestionar la energía nuclear. “Es imprescindible preguntarse: ¿cómo se manejarán los residuos nucleares? ¿Se controlará el riesgo de proliferación? ¿A qué costos?”, advierte Toussaint, subrayando el riesgo de aumentar la deuda de los países pobres.
Desde África, la iniciativa genera optimismo. La princesa Mthombeni, fundadora de Africa4Nuclear, celebra el debate y espera acciones concretas, afirmando que África necesita una matriz energética diversa para alcanzar su industrialización. Ramachandran coincide: “Con 600 millones de africanos sin acceso a electricidad, los pequeños reactores nucleares podrían representar una solución eficaz, como lo demostró Francia”.