Pacific Palisades se ha convertido en una zona fantasmal tras la ola de incendios más devastadora en la historia de Los Ángeles. Mansiones millonarias, calles enteras y automóviles de alta gama han quedado reducidos a cenizas. Lo que antes simbolizaba un estilo de vida idílico y acaudalado hoy luce como un territorio de guerra, con miles de familias que tratan de entender la magnitud de la destrucción.
Alexei y Tatyana, propietarios de una vivienda de tres pisos en la avenida Sunset, regresan por primera vez a lo que era su hogar. El condominio en el que residían fue de los primeros en arder a causa de un incendio que en apenas tres días arrasó con más de 8.200 hectáreas. No quedó rastro alguno de sus pertenencias, porque en el momento en que comenzaron las llamas se encontraban de viaje por Europa. Al ver la casa de al lado en perfecto estado y la suya reducida a escombros, constatan el poder devastador de un fuego que avanzó de forma implacable.
Calles grises y autos calcinados
A unas calles de distancia, la desolación es la misma: vehículos completamente calcinados que dejan entrever el nivel de ingresos de los antiguos propietarios , mientras que algunas casas, elegidas al azar por la dirección del viento, se mantienen en pie. Árboles arrancados de cuajo, semáforos sin funcionar y avenidas sin suministro eléctrico reflejan el colapso de un barrio exclusivo que se vio incapaz de frenar la devastación.
Todavía se observan columnas de humo en lo alto de las colinas, donde algunas propiedades siguen ardiendo. Ventanales destrozados, patios convertidos en ceniza y un entorno de lujo irreconocible componen un escenario en el que los bomberos trabajan sin descanso para extinguir los últimos focos del incendio. Muchas de estas mansiones, tasadas entre 10 y 50 millones de dólares, se quedaron deshabitadas tras las órdenes de evacuación obligatoria.
El valor de los inmuebles y la orden de evacuación han dado pie a robos nocturnos. Hay varios detenidos acusados de entrar en propiedades parcialmente destruidas para sustraer las pocas pertenencias que sobrevivieron al fuego. Esta situación deja a los vecinos sumidos en la incertidumbre: quienes perdieron sus casas evalúan cómo comenzar de cero, mientras quienes aún tienen hogar dudan de su seguridad en un lugar sin luz, con calles clausuradas y patrullas policiales que buscan proteger lo que queda.
Tatyana recuerda cómo observaba cada día el atardecer con vistas al Pacífico, el muelle de Santa Mónica y el lujo de Malibú en la distancia. Ahora, mientras recorre la famosa carretera costera, contempla un paisaje transformado en un gris permanente. El que fuera un barrio rico y seguro, donde los niños iban a la escuela caminando, está irreconocible. No hay certeza de cuándo la comunidad podrá comenzar a reconstruir su vida o si se pondrá en marcha algún plan para restaurar la zona que un día fue símbolo de la vida perfecta americana.