La inesperada salida del exdictador sirio Bashar al-Assad ha dejado en jaque a Rusia. Hasta el último momento, los comunicados del Ministerio de Defensa ruso hablaban de la destrucción de “más de 300 terroristas, 55 vehículos y un depósito de armas”. Sin embargo, poco después de la partida de su aliado, el Kremlin cambió su narrativa: “terroristas” se transformó en “rebeldes” y “opositores”. Este giro responde a un hecho claro: Moscú busca negociar con los nuevos líderes de Siria, país clave para su influencia en África y Oriente Próximo.
Incertidumbre sobre el futuro ruso en Siria
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, reconoció este martes que el futuro de Rusia en Siria es incierto. «Es momento de analizar profundamente los acontecimientos, aunque es difícil prever el desenlace«, declaró de forma ambigua. En las negociaciones tripartitas del 7 de diciembre entre Rusia, Turquía e Irán, Moscú recibió garantías de que sus bases en territorio sirio no serán atacadas durante el periodo de transición.
Las bases rusas: pilares estratégicos
La colaboración militar entre Rusia y Siria se remonta a 1971, cuando Hafez al Assad permitió a la flota soviética usar el puerto de Tartús. Décadas después, estas instalaciones, ampliadas y dotadas de sistemas antiaéreos S-300 y S-400, son el único puerto ruso en el Mediterráneo, crucial tras el cierre del paso por el Bósforo debido a las tensiones por Ucrania.
Junto a Tartús, el aeródromo de Jmeimim, operativo desde 2015, ha sido vital para las operaciones rusas en Siria. Desde allí se han desplegado tropas, bombarderos y mercenarios del Grupo Wagner, responsables de apoyar al régimen sirio y de las devastadoras campañas sobre ciudades como Alepo.
Wagner: la sombra mercenaria del Kremlin
La guerra siria fue un hito para Wagner, el grupo mercenario creado por Yevgueni Prigozhin. A cambio de su apoyo al régimen de Al Asad, Wagner obtuvo concesiones en yacimientos de gas y petróleo, aunque tras la muerte de Prigozhin, estas operaciones pasaron al Ministerio de Defensa ruso. Además, investigaciones revelan cómo oligarcas cercanos a Putin y empresas estatales rusas se beneficiaron de contratos lucrativos en Siria, gestionando desde plantas de fertilizantes hasta la exportación de petróleo iraní.