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10 Oct 2024
10 Oct 2024
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La dinastía de los Sancho: entre el espectáculo y los escándalos

Si tuviéramos que creer en los genes, en el árbol genealógico, tendríamos que observar el carácter de su padre, Rodolfo Sancho, actor profesional, y el de su abuelo, Sancho Gracia, un intérprete que en el siglo pasado traspasó fronteras

Fotografía de Hola.com: Sancho Gracia con Rodolfo y Daniel Sancho

Un asesino, ¿nace o se hace? Es una pregunta recurrente. Sobre todo, cuando alguien que lo tenía todo –seguramente hasta cosas de más– asesina con excelsa sangre fría para luego descuartizar, como si en realidad, estuviera preparando un pedido de carne para la cena de Navidad. Y claro, cuando uno rasca entre la multitud de asesinos despiadados que han asolado nuestra historia la mayoría, sin ningún género de dudas, padecían condicionantes físicos y genéticos que en muchas ocasiones les hacían estar apartados de la sociedad. Gente a la que escupían en los colegios; trabajadores humillados constantemente por sus compañeros; personas que perdieron a sus hijos o vieron cómo sus mujeres eran violadas; o enfermos terminales que no supieron cómo recogerse antes de perecer. 

De Daniel Sancho, sin embargo, sabemos que ha visitado buena parte de los mejores restaurantes del mundo, donde un cubierto sin vino tranquilamente sobrepasa los trescientos euros, cuando era habitual que colgara en sus redes sociales videos de fiestas a bordo de yates rodeado de chicas guapas y chicos ídem. La cosa no se detiene ahí: Sancho ha viajado por buena parte del planeta, vestía ropa de marca, gastaba muchas horas en el gimnasio para marcar un cuerpo notable, y sobre todo y por encima de todo, disfrutaba del sexo mucho más que la media incluso entre ambos géneros. Entonces, ¿Qué le faltaba a este hombre? ¿Por qué se convirtió en un maldito asesino además de una bestia inhumana, cuando tras asesinar, descuartizó como si tal cosa: como si en realidad le fuera algo habitual?

Al leer el sumario del caso siempre me llamaron la atención tres detalles que podrían marcar la personalidad de Sancho. El primero hace referencia a que, en medio de su plan, cuando acababa de desprenderse de partes del cuerpo de Edwin y cuando aún guardaba algunas en el frigorífico del bungaló número 5 del complejo hotelero Bougain Villas, se puso a dormir como si tal cosa. Tenía sueño. Qué le vamos a hacer. Córcholis, es que descuartizar y diseminar diecisiete trozos de carne humana cansa. Después, está lo de ducharte en el mismo lugar donde despiezaste unas pocas horas antes al que era tu pareja, por mucho que no quisiera reconocerlo en público. No sé, quedarse fijamente mirando el desagüe y recordar lo que horas antes, rojo viscoso, corría por allí a litros. Y finalmente, está lo de tras diseminar por el mar los últimos pedazos de Arrieta, que se fuera a desayunar a un hotel cercano para desde allí colgar las fotos del ágape en su red social favorita, como si en realidad estuviera con su exnovia, Laura Menoyo, o con su grupo de amigos en alguno de los restaurantes estrella Michelin que solía visitar. Pero la pregunta tras estos detalles con importancia es clara; concisa: ¿Tiene hambre un señor que acaba de mutilar y que en sus fosas nasales debía apestar aún la sangre humana? ¿Se pide el beicon del desayuno poco hecho cuando acabas de fregar litros de sangre? ¿Acaso si pediste huevos fritos y mojaste pan te chupas las yemas de los dedos que rozaron parte de tan preciado manjar?

El entorno o el haber sufrido abusos desde niño podría haber marcado el carácter de Daniel, pero tras consultar con sus cercanos, el barrio donde creció era inmejorable, las casas donde creció de doscientos metros cuadrados y el cariño que recibió de muchos traspasó cualquier moralidad, ya que hay que recordar que Sancho nunca trabajó ni realmente estudió de verdad. Y si acaso, y por buscar tres pies al gato, llevaba años sin ser supervisado de cerca, viviendo más con sus amigos y de noche que con su abuela, porque con sus padres aún menos. Claro que el supuesto chaval acaba de cumplir 30 años, o sea, es un ser adulto, que aunque muy pijo e inmaduro no era un niño de doce años harto de ver videojuegos nipones donde sus héroes clavan espadas a sus enemigos. 

El árbol genealógico

Si tuviéramos que creer en los genes, en el árbol genealógico, tendríamos que observar el carácter de su padre, Rodolfo Sancho, actor profesional, y el de su abuelo, Sancho Gracia, un intérprete que en el siglo pasado traspasó fronteras. De la madre hablaremos al final. Comencemos por el padre.

Se sabe poco de la vida privada de Rodolfo. Pero desde que su hijo asesinó y descuartizó hemos comprobado que su narcisismo es apabullante. Que lo mismo bajaba del Tribunal donde Daniel se jugaba una pena de muerte sonriendo como, por dinero –y no precisamente poco– organizaba unos cuantos capítulos para una plataforma audiovisual americana donde él –quién si no– sería el protagonista. Y ahora juguemos: ¿conocen algún caso en donde el padre del asesino y descuartizador haya sido el que se haya forrado –el término ‘lucrado’ no alcanza a explicar toda esta podredumbre– mientras se interpretaba a sí mismo en un true crime expedido ad hoc? Ni contesten: ha sido la primera vez que esto ha ocurrido, y seguro que será la última. 

De Rodolfo Sancho también sabemos que ha tratado de comprar a testigos falsos para declarar contra el mutilado y diseminado en una isla en la que no duró vivo ni setenta minutos, que ha insultado gravemente a ese mismo señor al que mató su hijo el cual no se podía defender de sus descalificaciones, y quién sabe si hasta participó del supuesto intento de compra –en realidad, estafa: para que vaya aprendiendo– del Tribunal que decidía el caso que ha llevado a su hijo a la cadena perpetua y gracias. 

Claro que también se ha hecho famoso por, en medio de todo ese proceso y mientras su expareja y madre de Daniel, Silvia Bronchalo, se quejaba amargamente de la táctica que utilizaban tres trileros de tomo y lomo, insultarla a través de formidables mensajes de WhastApp que la progresía televisiva –la que blanquea sin cesar– ha decidido ignorar: porque «pirada», «bipolar» y «barriobajera» –Silvia es vallecana– han sido parte de las vejaciones que las divas de la tele han pasado por alto, como si Rodolfo fuera Rodolfa y Silvia, Silvio: un señor con bigote franquista que desayuna anís y pega a su mujer. 

Dicen algunos expertos que en el ADN podría estar la clave de nuestra personalidad y que un ancestro podría determinar nuestra manera de ser. Pues bien, el patriarca de todo el conglomerado familiar, ya fallecido, fue Sancho Gracia, padre de Rodolfo y abuelo del ya oficialmente asesino, el cual aparte de ser conocido por interpretar también lo fue por asuntos que le dejaban en muy mal lugar. 

Que justo esta semana la televisión pública española, uno de los estandartes del blanqueo al asesino por medio de su programa Mañaneros, haya decidido volver a emitir la serie Curro Jiménez, donde Sancho Gracia saltó al estrellato allá por la década de los setenta del pasado siglo, demuestra que en este caso nadie da puntadas sin hilo. Porque si de Edwin Arrieta se han vertido todo tipo de falacias (que si era narcotraficante, mal cirujano, pederasta, traficante de órganos, socio de sicarios, celoso y muy peligroso) sorprende que nada se haya dicho del abuelo del chaval, conocido en el mundo de la interpretación –sólo por ellas– como el sobón. 

Sancho Gracia fue denunciado por una periodista en prácticas allá por el año 1996 que, tras hacerle una entrevista, y siempre según su versión, comenzó a besarla y a tocarla por todo el cuerpo, «tratando de meter sus manos por debajo de mi ropa y quitarme los pantalones», aseguró. El donjuán curiosamente interpretaba en esos días en el Teatro Español a Don Juan Tenorio cuando entre el elenco de actores comenzaba a despuntar alguien que trataba de fijarse en aquel primer espada, que además era su padre. Y claro, me estoy refiriendo a Rodolfo Sancho. 

Pero tampoco las televisiones –me cachis, qué olvidadizos– cayeron en la cuenta de contarnos que en septiembre de 2009 Sancho Gracia estuvo a punto de entrar en prisión por desobedecer reiteradamente las citaciones realizadas por el Juzgado de Ejecuciones Penales número 7 de Madrid. Las razones de estas llamadas tuvieron que ver con la denuncia interpuesta contra su persona por los piropos que el ya fallecido actor lanzó a una mujer en el madrileño hotel Eurobuilding, el 16 de septiembre de 2009, que fueron recriminadas por el acompañante de la joven. Tras esto, Sancho Gracia se enzarzó con él dejándole la cara ensangrentada por las heridas producidas gracias a los golpes que le propinó. Por este hecho, el conocido interprete de Curro Jiménez fue finalmente condenado. Por aquel entonces Daniel tenía 15 años y jugaba al tenis en un importante club privado de Madrid, donde tuvo varios problemas por su rebeldía. 

De Silvia Bronchalo sólo podemos especular. A lo mejor Rodolfo lleva razón y es una pirada, una bipolar y una barriobajera. A lo mejor. Y que justo de ahí le viene a Daniel su manera de actuar: de casta le viene al galgo. Pero hasta que los expertos nos expliquen las razones más cercanas a la psicopatía de Daniel, a mí no me queda más remedio que explicar los hechos probados que ni al padre ni al abuelo dejan en buen lugar cuando de la madre aún esperamos sólo una leve salida de tono. Porque si en medio de este circo mediático se están repartiendo bastantes cientos de miles de euros, nuevos clientes para bufetes del abogados y lavados de imagen, se agradece que alguien que podría estar ahí, chapoteando en la indignidad, haya preferido mantenerse al margen. 

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4 comentarios en “La dinastía de los Sancho: entre el espectáculo y los escándalos”

  1. Otro artículo excepcional de Joaquín Campos . Que suerte tener todavía profesionales independientes que con su objetividad y conocimientos , quieran expresar sus opiniones libremente , con veracidad , equidad.
    Me alegro haber conocido sus escritos y opiniones para mí totalmente acertadas .
    Gracias

  2. Gran artículo, enhorabuena.
    Sobre Sancho Gracia, podría decir algunas cosas, todas malas no, lo siguiente. Arrogante, chulo, violento, prepotente… un ser despreciable que trataba a las mujeres como objetos, debió quedarse en su Uruguay y no venir jamás.

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