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En el caso Daniel Sancho llevamos claramente pivotando trece meses, que es cuando salieron a la luz los muy macabros hechos, entre tres países. El primero, del que es nativo el protagonista, o sea el nuestro, España, es considerado primer mundo, país desarrollado, parte de la cuna de la civilización, conocido internacionalmente por numerosos asuntos como podrían ser su comida y folclore, además de por su aperturismo ante los derechos sociales y de las minorías, con una de las lenguas más habladas del planeta y, sobre todo, de las más seleccionadas por los estudiantes a lo largo y ancho de este mundo como segundo idioma a aprender. El otro país, por cercanía, que pertenece a este caso es sin duda alguna Colombia, una de las numerosas naciones hispanoamericanas donde se habla también español –y además muy bien e incluso mejor que en no pocas regiones de España–, conocida por su excelente café, pero que al menos desde España, que es desde donde mediáticamente se sostiene toda esta historia, tiene cierta mala fama, en realidad coletillas que van quedando desde finales del pasado siglo cuando los narcos y sicarios copaban las portadas de los periódicos. De allí era el fallecido, Edwin Arrieta. Y finalmente nos topamos con la sorpresa de este cuento convertido en pesadilla: Tailandia. Un país tan desconocido para el núcleo mediático de este caso –o sea, España–, al que durante todo el proceso se le ha tildado de país pobre o directamente tercermundista, cuando nada más lejos de la realidad, es de los tres la nación que económicamente más avanza y que mantiene entre sus habitantes un interesante nivel de vida que por las razones que sean ha pasado completamente desapercibido por los platós de Madrid, en los cuales se ha creído que el antiguo reino de Siam no sólo quedaba cerca de África sino que se le parecía. Y para poner un ejemplo concreto: si yo tuviera que elegir un país en el mundo donde, si no radicarme, si al menos pasar una buena temporada, Tailandia estaría entre mis tres primeras opciones.
Un caso de telenovela, estafas, abogados negligentes y compra de testigos
Bueno, pues al grano. Mi buen amigo Espinosa Goded me decía con exquisita precisión que si nos llegan a contar sólo hace un par de décadas que un chico guapo estafó a una persona mayor y rica, habríamos pensando en aquel cubano llamado Dinio que embaucó a Marujita Díaz cuando, por qué no también, en bellas modelos colombianas sentadas junto a sus septuagenarios maridos del IBEX 35 a lomos de coches de lujo mientras recorren el Paseo de la Castellana o la calle principal de Puerto Banús. Eso era lo habitual. Pero resulta que el chapero que enamoró al riguroso cirujano de éxito era madrileño e hijo de buena familia, cuando el que cayó en sus garras era oriundo de una humilde localidad colombiana llamada Lorica, hombre hecho a sí mismo nacido en el seno de una familia pobre.
Luego está lo de los abogados, que daría para dos libros y tres documentales. Por la parte de España dominan la situación tres perroflautas con título –o eso barruntamos–, a cada cual peor, que han convertido el proceso en un hazmerreir además de en una continua ilegalidad, y sobre todo, amoralidad. Porque llama mucho la atención que la posible estafa –comprar sentencias, tomarse copas con el fiscal, buscar contactos de la mafia rusa– llegue de manos de los letrados españoles cuando hasta hace no mucho habríamos dado por supuesto que cualquier abogado colombiano habría estado conectado con el narco si no directamente secuestrando a jueces y comprando voluntades a tiro limpio.
El tema de los letrados españoles no se detiene aquí, ya que los mismos tienen la capacidad de dirigir la programación televisiva en toda España y censurar lo que no les parece bien. Además, los mismos pueden señalar, poner y quitar a los reporteros que ejercen sobre este caso. Que como sabrán, a mí me tocó de lleno gracias al mensajito de García Montes a Paco Marhuenda, director de La Razón. ¿No les parecen ejemplos claros los anteriormente narrados de dictaduras bananeras? Pues no, ha ocurrido, y está ocurriendo, en España en este triste año 2024, donde los que mienten copan los platós y los que buscamos la verdad esperamos cinco meses para poder cobrar algunas de nuestras colaboraciones.
Sumemos a ese trío perverso de abogados otra acción que más bien parecería sacada de una telenovela: la compra de testigos falsos. Cómo es posible que, con la inestimable ayuda del padre, que para más inri es actor, haya pasado de largo, sin denuncia alguna, qué digo, sin siquiera una ligera reprimenda, las contundentes pruebas donde quedó claro que el tal Nilson era otro actor pagado para la ocasión. Repito: hace sólo un par de décadas los testigos se habrían comprado en Colombia o Tailandia, o en el 95% del resto de naciones que conforman la patética ONU, pero nunca en España. ¿Hasta dónde hemos caído? ¿O es que aún caeremos más?
Luego está el caso de la investigación policial, tan exhaustiva como aclaratoria, y el juicio, que se ha llevado a cabo íntegramente en Tailandia. Y claro, desde España se ha creído, primero, que el el magistrado tailandés iba a ser una copia de Jesús Gil. Y para nada. Todo ha corrido como la seda, incluso tras los evidentes intentos de amaño que han sido, afortunadamente, desestimados por el tribunal, señal de que en Tailandia hay cosas que se las toman muy en serio. Y sumen algo más: en un solo año hemos tenido investigación, juicio y condena. Y claro, imaginen que Sancho hubiera querido acabar con la vida de Edwin Arrieta en Ibiza o en Pamplona. Les aseguro que en cinco o seis años seguiríamos esperando el comienzo del juicio. Y sí, toda esta rigurosidad profesional ha acontecido en Tailandia, ese país tercermundista (las teles dixit) incluso con las presiones de ese trío de inútiles, siempre acechando de cara a la galería, contando a la plebe drogada –porque o si no, no lo entiendo– que los cocos se cortan con seguetas y que las bolsas de basura se utilizan como chubasqueros.
La vergüenza nacional: Blanquear a Daniel Sancho desde el aparato mediático
Y claro, aún hay más. En España, país que implementa tanto el feminismo que algunas veces hasta se desborda del vaso, nadie, ni señoras dueñas de platós ni esposas de reyes que un día fueron periodistas, han sido capaces de poner el grito en el cielo ante el abuso contra Silvia Bronchalo, madre del ya oficialmente asesino y descuartizador, que humillada en varias ocasiones, tanto por su expareja y padre de la bicha, Rodolfo Sancho, además de por Marcos García Montes, el ideólogo de esta catástrofe sin parangón, ha visto cómo por negarse a participar de semejante circo, donde seguro se han cometido ilegalidades varias, ha sido vilipendiada y ninguneada e incluso enfrentada a su propio hijo. ¿Hablamos acaso de Afganistán y de sus bestias talibanes que tratan a sus ovejas mucho mejor que a sus mujeres? Para nada: estamos simplemente narrando la España memorable de 2024 que se nos está quedando hecha unos zorros.
Y después de todo esto, lo cual ya es bien sabido, junto con la lectura de la sentencia donde tanto los trileros como Rodolfo Sancho, además del ejecutor de toda esta ignominia, deben dar las gracias ya que directamente han conmutado la evidente pena de muerte por la cadena perpetua, aún desde España –¡dónde si no!– se sigue blanqueando y defendiendo al asesino, como si no nos hubieran enseñado a lo largo de los siglos a respetar las decisiones judiciales, ya sean propias o ajenas, cuando el principal problema que ahora tienen las –y los– vedettes televisivas es que a Sancho no le muerda ninguna rata en la supuestamente atestada celda de la Prisión Central de Surat Thani.
No sé de aquí a veinte años dónde, moralmente hablando además de económicamente, estará España. Lo que sí sé es dónde estábamos hace sólo un par de décadas. Y toda comparación comienza a ser mucho más que odiosa.