Del desierto de Nubia a la Montaña del Príncipe Pío
Desde que Napoleón decidió lleva a cabo una campaña militar en Egipto contra Gran Bretaña a finales del siglo XVIII y principios del XIX, Europa redescubrió el ancestral mundo de los faraones y la cultura que las arenas del desierto había enterrado durante siglos. Desde entonces, las principales capitales occidentales se llenaron de monumentos y símbolos egipcios, nació así la egiptología y con ello la egiptomanía. Madrid no fue afectada por dicha fiebre durante el siglo XIX, debido a que los españoles no formábamos parte de esa carrera colonialista producto de la revolución industrial, y las posesiones de ultramar que teníamos se fueron perdiendo precisamente en aquella centuria, como canto de cisne de aquel Imperio.
Pero todo cambió en 1968, cuando ya no había esa fiebre; pero el sur de Egipto se encontraba en un momento de cambio y en peligro. El estado egipcio decidió edificar una gran presa para abastecer de agua estable todo el país, acabando con la ancestral crecida del rio que había forjado aquella antigua civilización. Con esta gran obra de la ingeniería sin embargo, gran parte de los múltiples templos en ruinas que discurrían por aquella área de la ribera del Nilo serian para siempre consumidos por metros de profundas aguas. Para ello, el gobierno egipcio del presidente Nasser decidió ejecutar la Campaña de Nubia, una colaboración internacional para evitar esta pérdida artística y patrimonial. Y es ahí cuando entra España, porque nuestro país decidió participar, y como muestra de agradecimiento y por decreto estatal, nos fue regalado uno de los templos que iban a haber desaparecido para siempre. Y así, el templo de Debod llegó a Madrid en 1970.
Una antigua peregrinación
Quizás por esta nueva ubicación en la capital española y por no tratarse de uno de esos monumentos que aparecen en los libros convencionales de historia del arte, no nos hayamos percatado de lo que realmente era este lugar. Aunque afortunadamente una visita al interior de este monumento nos ayudará un poco a aclarar este enigma, y el por qué no era un simple templo dedicado a otra deidad y construido en mitad del desierto para ser abandonado como si de una vieja ermita se tratase (con perdón y respeto por todas las maravillosas ermitas que existen)
Debod significa en egipcio “casa”, lo que tiene todo el sentido del mundo, pues estos espacios fueron concebidos desde el principio como una casa, pero el hogar de un dios; lo que es al fin y al cabo un templo. Y este lugar está dedicado precisamente a Amón, uno de los nombres con los que se le conocía en el Antiguo Egipto al dios sol, la máxima de las manifestaciones y representaciones del panteón y concepción sagrada de aquel mundo; no es baladí. Y precisamente esta casa de Amón se encontraba a 20 kilómetros de uno de los mayores templos de la historia de la antigüedad: el gran templo de Isis, en la isla de Philae en mitad del Nilo (que actualmente se puede visitar si se acude a la ciudad de Asúan, salvado también por las aguas del Nilo tras el proyecto de la presa)
Igual que en el Camino del Santiago, que lo largo de la ruta de peregrinación hacia Compostela se pueden encontrar multitud de edificios religiosos como ermitas, monasterios, iglesias y catedrales; aquí funcionaba exactamente igual. Para llegar a aquel gran templo de la Diosa, los egipcios seguían el curso del Nilo hacia el sur y los múltiples templos que se iban encontrando junto al rio guiaban aquella ruta sagrada hacia la iniciación. Además, según la leyenda, el templo de Debod se erigió donde la diosa Isis había sentido las primeras contracciones de su embarazo antes de dar a luz a su hijo Horus en Philae; quien sería el nuevo rey de Egipto y vengaría la muerte de su padre de las garras de su malvado tío usurpador. Y el culto a Isis en Philae fue uno de los mayores cultos mistéricos de la historia, un ritual de iniciación a los misterios del cosmos y el ser.
El significado de lo egipcio no ha desaparecido del todo en Madrid, pues este templo está orientado hacia el oeste, hacia poniente, donde se pone el sol que para los egipcios era Amon-Ra; despidiendo su última etapa de su viaje por el firmamento antes de morir y entrar al inframundo para resurgir de nuevo por oriente tras haber derrotado al pérfido Apofis.