Durante décadas, Estados Unidos ha ejercido un férreo control sobre las finanzas internacionales a través de plataformas como SWIFT, el sistema interbancario que, pese a su apariencia neutral, se ha convertido en un instrumento de presión política y económica. Bajo la hegemonía de Washington, la arquitectura financiera global ha dejado de ser un espacio de cooperación para transformarse en un campo de batalla donde las sanciones reemplazan al diálogo.
La presidencia de Donald Trump marcó un punto de inflexión. Sus amenazas explícitas contra quienes se atrevieran a desdolarizar sus economías aceleraron una ruptura ya en marcha. Paradójicamente, su primer trimestre coincidió con una caída histórica del dólar y el inicio de una estrategia global para alejarse de los mecanismos financieros dominados por EE.UU.
Hoy, una constelación de países —sancionados o no— está impulsando redes de pago alternativas con un objetivo común: preservar su soberanía financiera y escapar del alcance de Washington. Ya no se trata solo de evadir sanciones, sino de reconfigurar desde sus cimientos el sistema de pagos global.
El papel de SWIFT ha pasado de ser técnico a profundamente simbólico. Diseñado originalmente como una red de mensajería segura entre bancos, su legitimidad comenzó a erosionarse desde 2006, cuando se reveló su colaboración con agencias de inteligencia estadounidenses. Las posteriores expulsiones de países como Irán, Corea del Norte y Rusia no hicieron más que profundizar su carácter político.
Frente a ello, las respuestas han sido contundentes. Rusia desarrolló el SPFS tras la anexión de Crimea, e Irán impulsa su sistema ACUMER con respaldo de Moscú. China, por su parte, consolida su red CIPS, que ya conecta a miles de bancos y se perfila como una alternativa robusta al sistema occidental.
El bloque BRICS lidera uno de los esfuerzos más ambiciosos. En 2018 puso en marcha BRICS Pay, una red de pagos diseñada para operar al margen de los vaivenes geopolíticos. Con un PIB combinado que supera al del G7, los BRICS quieren un sistema financiero descentralizado, sin el peso del dólar ni la supervisión de Washington.
Sorprendentemente, no solo los adversarios de EE.UU. se han sumado a esta tendencia. Socios estratégicos también están girando hacia sistemas propios. La ASEAN eliminó al dólar como moneda intermedia en 2022 y África lanzó PAPSS, su propia red de compensación interbancaria. Millones de transacciones se procesan ya sin pasar por SWIFT.
Este cambio revela una transformación más profunda: no solo se cuestionan las sanciones o el rol del dólar, sino la legitimidad misma de un sistema global controlado por una superpotencia. Cada desconexión selectiva debilita a SWIFT como estándar universal.
Aun operativa, la plataforma ve erosionado su poder frente a sistemas paralelos más inclusivos. Irán, por ejemplo, ya no depende del oro o del trueque: hoy puede comerciar directamente con Rusia o China sin tocar el sistema estadounidense.
El dominio del dólar, aunque vigente, comienza a resquebrajarse. ASEAN y la Unión Africana lideran la transición hacia monedas locales o regionales, y países como China y Arabia Saudita negocian acuerdos en renminbi, algo impensable hace apenas una década.
La desdolarización no será inmediata, pero avanza con determinación. El mundo ha comenzado a dejar atrás la dependencia de Washington para mover su dinero, y con ello, se reconfigura el equilibrio de poder global.
