En esta misma columna, la de hace una semana, intentaba hacerles ver que Instagram no es solo un nicho de pseudomodelos, gymbros, «Pablo no la cagues» o «con permiso, buenas tardes». La política también tiene un sitio entre los influencers de esta red social y sus números son asombrosos. Si se lo perdieron le pueden dar aquí.
La cosa se zanjó con una pregunta sobre la naturaleza de estos perfiles y su actividad en relación a la política –«¿estamos ante una evolución positiva de la democracia, con más jóvenes interesados en los asuntos públicos gracias a estos influencers?»– y un spoiler sobre sus métodos: «Utilizan estrategias de simplificación y dramatización para captar la atención de su audiencia. Y desinforman mucho». El flashback hacia el artículo de la semana pasada me sirve aquí de pie para darle continuidad, responder y, en cierta manera, alertar sobre las cuestiones que dejaba en vilo.
Sí, estos prescriptores han sabido captar la atención de grandes audiencias –eminentemente jóvenes– sobre el tratamiento que hacen de los asuntos políticos, y eso, en y por principio es bueno porque más ciudadanos vuelven a entrar en la dinámica democrática de informarse y participar en la discusión de los asuntos que definen nuestro presente y futuro gracias o a pesar de los nuevos códigos de los medios sociales.
Su propósito y resultado numérico es a priori esperanzador, pero todo acaba por malograrse en el método: la desinformación. De una significativa muestra integrada por los 40 influencers de política con mayor impacto en nuestro país, el 92% genera contenido que contiene algún tipo de desinformación. Más de la mitad, un 53% de las publicaciones generadas por estos prescriptores contiene desinformación, y como el 78% de la audiencia de estos influencers tiene menos de 34 años, los grupos más vulnerables a la manipulación y la polarización son los que más consumen estos contenidos. Para que vean y entiendan la foto completa déjenme que se lo diga como es: más de seis millones de españoles que siguen a estas cuentas están expuestos con regularidad a la desinformación e interactúan con ella multiplicando su alcance, malogrando cualquier posibilidad de constituir una ciudadanía informada y crítica.
La variedad en los tipos de desinformación registrados es otro dato curioso, lo que se dice los favoritos del algoritmo. El más frecuente es el contenido sesgado, presente en el 29.5% de los casos, con mensajes extremadamente partidistas y emocionales, diseñados para provocar reacciones viscerales y mermar la capacidad de los usuarios para cuestionar o debatir de manera equilibrada. Otra forma común de desinformación, presente en un 24,5% de las publicaciones es el trolling, con provocaciones personales e insultos con el único propósito de generar controversia y dividir sin tocar la cuestión de fondo base del tema político en cuestión. El 59% de las publicaciones presenta, en cualquier caso, más de un tipo de desinformación.
Sería fácil achacar la culpa del problema a las escasas luces o formación de estos influencers, como hacemos con gusto al señalar la tontería de turno perpetrada por el influencer de moda. Pero en el caso de los influencers de política no podemos refugiarnos en lo que al fin y al cabo termina por ser una de las conclusiones más escalofriantes de su estudio: que incluso aquellos creadores de contenido con estudios universitarios o de posgrado, incluso en áreas como las Ciencias Políticas o el Derecho producen desinformación al mismo nivel que los influencers sin formación académica. No es la falta de conocimientos lo que impulsa la desinformación, sino una clara intención de alcanzar la popularidad y el rédito político haciendo el mayor daño posible. De la política como el arte del bien común a esto.
—El contenido de este artículo es una síntesis en clave opinativa del estudio New agents of mass disinformation. Analysis of the publications produced by Spanish political influencers on Instagram llevado a cabo por investigadores de la Universidad CEU San Pablo y la Universidad Nebrija con la colaboración del software Shinebuzz desarrollado por SamyRoad. La investigación fue publicada íntegra en Estudios sobre el mensaje periodístico. Accede a la investigación completa aquí.