“Roma no paga traidores”
¿Nos suena esta frase? Seguro que sí, al menos a mí me la enseñaron en la escuela. Se le atribuye a Quinto Servilio, cónsul romano que participó en la conquista de Hispania allá por el siglo dos antes de Cristo. ¿Y quiénes eran los traidores? Audax, Ditalcos y Minuros. Todavía siento el esfuerzo que de niño me costó aprender esos nombres que tan rimbombantes se me antojaban. Los traigo a colación a santo de Víctor de Aldama, empresario que ocupa en estos momentos las primeras planas. Como todos sabemos, dicho “personaje”, tal como lo moteja, Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno, estaba en prisión provisional por varios delitos relacionados con la corrupción política. En una declaración ampliatoria ante el juez instructor, ha tirado de la manta, involucrando en una sucia trama ilícita a personas de las más altas esferas políticas de nuestro país, tanto es así que las salpicaduras tocan hasta la cúpula del poder ejecutivo. Acto seguido, para la sorpresa de muchos, ha sido puesto en libertad. Sin embargo, el militar romano no cedió ante los chantajes de los tres rebeldes que asesinaron a Viriato, caudillo lusitano que había puesto en jaque a sus legiones. En cambio, diríase que nuestro sistema judicial premia alguien tachado de delincuente, traidor y corrupto.
Estamos tentados a pensar que en más de dos mil años no hemos progresado moralmente, que nos rebajamos a mercadear con personajes de la más baja calaña. Pues no. La ley se ha cumplido de forma escrupulosa. Expliquemos que no es un “personaje” sino una persona titular de los derechos que nuestra Constitución reconoce a todos los ciudadanos, por muy mal vistos que estén ante la opinión pública. Ciertamente se hallaba en prisión, pero no como condenado, sino en condición de preventivo, esto es, privado de libertad entretanto sea estrictamente necesario para completar la investigación judicial. A diferencia de lo que se imaginan los ignorantes, no lo arrojaron al calabozo para castigarlo por sus supuestas fechorías, sino en virtud de una “medida cautelar”, esto es, una solución excepcional para evitar males mayores. Por ejemplo, la fuga, la destrucción de pruebas o la intimidación a los testigos. Insistamos, porque es esencial, sin cumplirse esos requisitos u otros equivalentes, no hay motivo para restringir sus derechos hasta que no se celebre el juicio y, en su caso, sea condenado. Como cualquier otro disfruta de la presunción de inocencia hasta que no recaiga sentencia judicial firme que determine su culpabilidad. La “prisión provisional” es una figura legal muy distinta de la “condena de prisión”, obedece a otra finalidad, no las mezclemos.
Tras esta lección de derecho procesal exprés, tengamos presente que al señor Aldama lo último que le conviene ahora es escapar u obstaculizar la acción de la justicia, ya que lo perjudicaría en sus tratos con la Fiscalía. O sea, que la hipótesis más racional es la de que no emprenderá el vuelo, dado que le interesa cantar cuanto más mejor, por lo que ya carece de sentido mantenerlo dentro de la jaula. No queda más remedio, lo contrario implicaría exponerlo a una pena anticipada, a un linchamiento incompatible con un Estado democrático como es el nuestro.
Los romanos buscaban la inmortalidad en la memoria de los hombres, acometiendo hazañas como gestas bélicas, obras públicas o creaciones artísticas. Curiosamente, el señor Aldama se llama Víctor, es decir, “vencedor” en latín. ¿Vencedor de qué? Él sabrá, quizás consiga salir más o menos airoso de su trance judicial y negociar, en su día, una pena no tan severa como la que teme. A mí casi me da lástima: considerado traidor por sus compinches, tampoco es un héroe para la gente honrada, visto que él mismo se ha autoinculpado de conductas nada ejemplares. En cualquier caso, no me cabe duda de que dentro de poco se perderá su recuerdo. Seguro que es lo que él desea porque la alternativa es pasar al panteón de los traidores, como aquellos insurrectos cuyos nombres nunca fui capaz de aprenderme.