Una vez dije en esta columna –a propósito de Houellebecq, nada menos– que en ocasiones publico tuits que después se me ocurre que podrían ser un artículo. En otras ocasiones pasa que me hacen preguntas a esos tuits y pienso que la respuesta también podría ser un artículo. Esta es una de esas veces en que pienso que ampliar la respuesta que di a un post en X podría servir de algo.
En una de mis últimas reseñas de libros en reels hablé de lo último de Joël Dicker, Un animal salvaje. Lo que opino sobre esta novela lo pueden ver en el mencionado vídeo, no hace al caso. Lo que sí hace a la mención en este artículo es que en la reseña me refería al libro como una novedad perteneciente al registro de la «literatura de entretenimiento», haciendo la diferencia con el registro de la «alta literatura».
Alta literatura y literatura de entretenimiento, dos etiquetas complementarias
En X un seguidor me preguntó acerca de qué criterios manejaba para diferenciar la «alta literatura» de la «literatura de entretenimiento». También me preguntó si creía que había obras que tuvieran de lo uno y de lo otro. Me parecieron preguntas muy pertinentes.
Lo que quiero decir en el contexto informal de una red social cuando hablo de uno y otro tipo de literatura es siempre aproximado y nunca canónico, siempre informal y nunca con pretensiones. Son esas etiquetas que uno usa de manera general, para hacerse entender, o al menos con la esperanza de que el mundo haga el pequeño esfuerzo de comprender lo que uno quiere decir con ellas.
Con alta literatura me refiero a esas obras que tienen como principal propósito, antes que ningún otro, el goce estético o intelectual del lector, y apuntan a los grandes temas de la humanidad para tratarlos con una cierta profundidad y ofrecer una concepción parcial o global de la condición humana. Pienso, por ejemplo, en Jon Fosse, en Mircea Cărtărescu, en Hanya Yanagihara.
Con literatura de entretenimiento me refiero a esas obras que tienen como principal propósito, antes que ningún otro, que el lector se lo pase bien, generando una serie de placeres y displaceres con los que el lector llegue incluso a «engancharse». Pienso, por ejemplo, en Pierre Lemaitre, en Alex Michaelides, en Joël Dicker.
La virtud del equilibrio en la literatura
Con eso quedaba resuelta la primera pregunta, dando pie y todo el sentido a la segunda: ¿es que no hay obras que aunen ambos propósitos? Hay una cierta posibilidad de contestar que no, en el sentido de que, pese a que ambas condiciones puedan darse en una misma lectura, siempre primará uno u otro propósito en la obra sobre el otro, lo que la lleva al cajón de una u otra categoría. Hay otra cierta posibilidad de contestar que sí, en el sentido de que, en realidad, toda literatura la «alta» y la que no, es siempre de entretenimiento, porque ¿ qué libro busca por definición aburrir? –a excepción de la obra de Sartre, se entiende–.
Salvando la dialéctica, sí, sí hay obras que aúnan uno y otro tipo, conformando un equilibrio casi perfecto –o sin el casi–. Para que no se me acuse de refugiarme en los socorridos clásicos y el manido –aunque ideal– ejemplo de El conde de Montecristo, me iré, como en los anteriores, a escritores actuales. Están Volver al mundo de José Ángel González Sáinz; Yo confieso de Jaume Cabré; La octava vida de Nino Haratischwili; Las correcciones de Jonathan Franzen; Hervaciana de Gonzalo Hidalgo Bayal. Se me ocurren estos.