Yolanda Díaz (izq) y Elizabeth Duval (dcha)
El progresismo global está en crisis, por no decir en cuidados paliativos. En los últimos tiempos, se cuentan las citas electorales por derrotas: Meloni gana en Italia, Trump arrasa en Estados Unidos, Javier Milei rompe los pronósticos en Argentina, el bipartidismo se desmorona en Alemania… La remontada progresista en las elecciones para la Asamblea Nacional de Francia y la presidencia de Pedro Sánchez -tras perder contra el Partido Popular– son los dos clavos ardiendo a los que agarrarse, que una vez enfriados puede que sirvan para sellar el ataúd. No es que la izquierda haya cometido ‘errores’, que también, sino que existen procesos estructurales que menguan su poder año tras año. Con los sindicatos en decadencia domesticada y los estados endeudados, la izquierda no podría hacer grandes reformas por mucho que lo intentase.
Las últimas encuestas anuncian la derrota del PSOE y la jibarización de los partidos a ‘del cambio’ hasta la cifra anecdótica de doce diputados. Más allá de la demoscopia, la prueba de que son un cadáver político nos espera al bajar a cualquier bar de clase trabajadora y escuchar lo que opinan autónomos, mileuristas y pequeños empresarios. Todos estos grupos han empeorado su poder adquisitivo en los diez años que van desde el estallido del 15-M hasta la actualidad. Es más probable encontrar parroquianos dispuestos a protestar en la puerta de Ferraz o en la plaza de Colón que partidarios de resucitar algo similar a la acampada de Sol o la huelga general de 1988. La mayoría solo quieren eficacia, que ven incompatible con la partitocracia.
Un tuit reciente ayuda a ilustrar la situación. La filósofa Elizabeth Duval, portavoz de Sumar, compartía el proyecto de crear un “escudo climático” para evitar que se repitan tragedias como las inundaciones de Valencia. “No sois capaces de bajar el precio del aceite, vais a conseguir un escudo que nos proteja de los desastres naturales”, replicaba alguien con sorna. Muchos votantes empiezan a sospechar que la batalla contra el cambio climático es solo una excusa cómoda para relegar los problemas urgentes de las clases bajas. Más que una alternativa al capitalismo, la izquierda se ha convertido en su departamento de Recursos Humanos, el que se encarga de que los trabajadores sigan creyendo en la empresa.
El progresismo ha renunciado a defender el derecho de las clases trabajadoras a la propiedad, conformándose con luchar por unos alquileres asequibles. Además se ha rendido contra la inflación para centrarse en subir el salario mínimo, que crece muy por debajo de los precios, condenando a muchos a la condición de “trabajadores pobres”. Tampoco parece tener solución para las oleadas migratorias, que agravan el problema de la vivienda y el exceso de oferta laboral.
Casi ningún partido progresista lleva ya la palabra “izquierda” en su denominación. Saben que es sinónimo de fracaso. La pregunta no es ya cómo derrotar al progresismo, sino qué herramientas reales tenemos para evitar que las élites globales conviertan a España en su resort barato para irse de fiesta. De hecho, eso es lo que somos ya, sin grandes expectativas de mejora.
1 comentario en “Autopsia de la izquierda española”
A su certero análisis, le agregaría el hecho de que los políticos de izquierdas ya no están entre la gente, no caminan junto al pueblo, por el contrario, son señoritos burgueses con sus Falcons, sus chalets galapagarenses o sus comunistas conjuntos de centenares de euros. Viven en un mundo absolutamente aislado del real, del nuestro. No saben – ni les importa – cómo vive la gente de verdad. Pero nosotros sí sabemos cómo viven ellos. Cómo de bien viven ellos. A costa de nuestro esfuerzo, por supuesto. Este hecho, en tanto y en cuanto provoca verdadera indignación, es el principal fabricante de votantes de NO izquierda.